El tizón de Eloy

14 de octubre de 2023

En el último artículo te decía, sin mencionar su nombre, que entraron dos libros de Eloy Tizón en mi biblioteca de referencia: Velocidad de los jardines y Técnicas de iluminación. No he podido terminar ninguno…

Eloy Tizón no escribe cuentos. Escribirá otra cosa, llamémosla relatos, o elubricaciones mentales, pero cuentos no escribe. Por lo que Eloy Tizón no puede ser llamado cuentista salvo que se utilice una acepción satírica.

En este artículo del bisturí de laaguja disecciono el porqué. Antes haré una presentación del autor.

Vaya por delante que no le conozco de nada, por lo que al escribir estas conclusiones no me mueve ninguna amigable adhesión ni animadversión alguna hacia él.

Eloy Tizón es uno de esos tipos que a todo el mundo le cae bien. A mí también. Es un amor de hombre, de esos que se expresan arrastrando las palabras al final de las frases, de esos que darán cien rodeos y un circunloquio antes de decir nada negativo de nadie en concreto. Es escucharle y sentirse fascinado por él, por su forma de ser.

Hasta el corrosivo Alberto Olmos ha sido incapaz de hacerle una crítica, y convierte su artículo en una loa.

Pero su bonhomía no puede preservarle de críticas literarias, pues mantiene engañados, o al menos confundidos, a todo un país literario.

En la entrada wikipédica de Eloy Tizón se mantiene la siguiente sandez:

Alberto Olmos considera que «Eloy Tizón es el mejor cuentista español de todos los tiempos».

Lo cual, además de una hipérbole fantasiosa, es rotundamente falso. (Sospecho que estas entradas en la Wikipedia de autores que ni en su barrio son reconocidos como escritores se las hacen las editoriales a las que ellos mismos aportan sus medallas: Wikipedia como medio gratuito de autobombo y propaganda).

Se mitifica al hombre de las palabras, que no de las historias. Porque Eloy Tizón nunca cuenta historia alguna en sus textos. Lo dice él mismo, en la entrevista que te enlazo aquí debajo, con motivo de la reedición de Velocidad de los jardines: «Un aerolito poético, con cuentos líricos sin un desarrollo narrativo muy claro» (minuto 02:22). Es una entrevista de 2020 y te recomiendo que la visiones entera; recuerda desbloquear el botón de silenciar en el vídeo (después de rechazar cuquis y la descarga de la aplicación).

No es que el desarrollo narrativo no esté muy claro, es que no existe (volverá a decirlo en el minuto 05:15). Y no existe porque Eloy Tizón es incapaz de rematar una historia (lo confesará él mismo en otra entrevista que te ofrezco más adelante).

Antes permite que haga un inciso de cuatro párrafos por si ha llegado a esta página algún internauta que no acostumbre a leerme (el 100%, descontados mis amigos).

Trato de seguir en mis razonamientos los postulados de la Crítica de la Razón Literaria (CRL). Aquí te enlazo la definición de literatura que hace el autor de esta obra referente.

El autor de la CRL explica en sus cursos que en occidente existen dos esferas literarias. Mientras la anglosfera compite contra la hispanosfera, a nuestra tradición literaria, que nace en Grecia y nos llega potenciada por Roma, le traen al pairo los devaneos y delirios de la tradición anglosajona.

De hecho, la nuestra está tan despreocupada de las idas y venidas, de las vueltas y revueltas de la siempre envidiosa anglosfera (celosa de lo hispano), que ha sido necesaria la creación de CRL, obra de crítica y análisis literario, desde la tradición literaria hispana porque hasta los nuestros se han tragado los sofismas —leyenda negra incluida— que emanan del mundo anglosajón.

Los cuentos de la hispanosfera (y su literatura en general) se caracterizan por mostrar al lector la realidad tal cual es, desengañándole de las apariencias. La literatura de la anglosfera (y sus cuentos en particular) destacan por proponer al lector ilusiones, nostalgias, recuerdos y evocaciones, en priorizar sensaciones y sensibilidades… anteponiendo emociones y sensaciones a la razón.

Los textos que escribe Eloy Tizón y que él llama cuentos siguen la tradición anglosajona: palabras eufónicas y ensoñaciones que mantienen al lector entontecido con añoranzas de vivencias que conforman un imaginario colectivo por el que todos hemos transitado desde la niñez. No encontrarás en los textos de Eloy Tizón ninguna enseñanza para enfrentarte a esa parte de la realidad que no alcanzas a ver, ninguna lectura que te lleve al desengaño para no caer en las trampas que urden los demás. Como recuerda el autor de CRL, «para sobrevivir en un mundo lleno de trampas es necesario identificar que el queso es un cebo en la ratonera, y que no hay anzuelo sin cebo».

Quien crea que vive en un algodón de azúcar que siga utilizando la literatura anglosajona para ser feliz ignorando la realidad. Que se cobije en la ficción de los mundos que Eloy Tizón proporciona con su escritura (que no literatura), donde ningún personaje será, jamás, maltratado. No lo digo yo, lo dice Tizón.

En una entrevista que concede a una amiga, en un ambiente distendido, manifiesta lo siguiente:

Pregunta: ¿Qué te negarías a escribir?

Respuesta de Eloy Tizón: Todos tenemos nuestros marcos morales, nuestros límites, determinada sensibilidad (…) no estaría en mi horizonte escribir algo excesivamente escabroso, excesivamente crudo, que atentara contra la dignidad del personaje, yo creo que incluso los personajes de ficción tienen sus derechos, y que maltratar o vejar a un personaje o eliminarlo creo que tiene que haber razones muy poderosas para hacerlo, creo que los personajes merecen una dignidad. No me parece mal que lo hagan otros autores pero en mi caso me generaría mucha incomodidad.

Con esta declaración de principios, ¿qué podemos esperar de lo que produzca autor tan empático y bondadoso hasta con los personajes de ficción?

Subrayo: «yo creo que incluso los personajes de ficción tienen también sus derechos (…); los personajes merecen una dignidad». Se refiere a todos los «personajes», no sólo a los «protagonistas». La empanada mental de este chaval es preocupante. Lo ha dicho hace cuatro meses. Y se ha ‘quedao’ tan ancho, ‘encantao’ de haberse conocido. Esta declaración provoca hilaridad y da lástima.

Los amigos argumentarán que Tizón ha querido decir esto, o que su intención era decir lo otro. Pero lo cierto es que ha dicho lo que piensa, porque ya está talludito y sabe explicarse por sí mismo, pues no en balde es el mejor cuentista español de todos los tiempos, dicho por la bocachancla del Olmos, que se jacta de atizar a todo dios de izquierda a derecha… pero a sus amigos no.

Aquí tienes el corte, minuto 05:32 . Te enlazo la entrevista en el momento en el que le plantean pregunta tan inocente, pero te invito a que la escuches entera —es sólo audio—:

El desnortado mundo woke exige derechos para los grandes simios; el desquiciado mundo woke pide derechos para los perros. Y Eloy Tizón les espera en la siguiente distopía demandando derechos para los personajes de ficción.

El síndrome del Ingenioso Hidalgo pervive a lomos de los idealistas que acaban perdiendo de vista la realidad. Estaría preocupado si un familiar mío acudiera a sus clases de «escritura creativa». Se empieza con paranoias literarias y no se sabe cuánto falta para buscar un Sancho Panza y salir a desfacer entuertos.

Manteniendo la ideología de Eloy Tizón jamás se hubieran escrito las obras más sobresalientes de la literatura. Empezando por la obra magna… don Quijote es apaleado varias veces a lo largo de sus dos novelas, incluso con saña en algún pasaje. El teniente Drogo es maltratado psicológicamente por Buzzati en El desierto de los tártaros. La protagonista de Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos, habría permanecido siempre pura y virginal. Doña Emilia Pardo Bazán nunca hubiera podido darnos Los pazos de Ulloa, detallando los sufrimientos de la malpocada Nucha, ni Vicente Blasco Ibáñez nos hubiera legado Cañas y barro y su terrible final. A Tizón se le encoge la pluma sólo de pensar que los personajes, aunque sean neonatos, sufran un destino que violente sus derechos de personajes de ficción.

Lo que nos está diciendo Eloy Tizón en realidad es que él jamás será capaz de escribir nada que tenga valor literario.

Centrándonos en los cuentos, a Eloy Tizón ni se le hubiera pasado por el magín escribir El almohadón de plumas, de Horacio Quiroga, ni La Maura, de Sergio Bufano. Tampoco Cabeza rapada, de Jesús Fernández Santos. Tizón nunca escribirá nada donde un personaje sufra un revés porque según él los personajes tienen derechos y dignidad. Ni siquiera la protagonista de Bola de Sebo, de Guy de Maupassant, hubiera pasado por la prueba a la que debe someterse. «Creo que los personajes merecen una dignidad», ha dicho este tierno y dulce madrileño. Y yo me pregunto, ¿qué cuenta de interés Eloy Tizón en sus textos?

Hay tantos y tantos cuentos a los que nunca se asomará la pluma de este amor de hombre, siendo sus escritos amagos de historias que es incapaz de rematar, como le ha ocurrido con Los horarios cambiados, texto encuadrado en el libro Técnicas de iluminación, porque es incapaz de adentrarse en el vértigo que le supone la toma de una decisión que violente al personaje. Un cuento malogrado porque el autor no fue capaz de darle un final. No es que sea un cuento con final abierto, es que es un cuento sin final. (Ya he explicado la infame diferencia en un artículo anterior).

El candor de este hombre tan sensible le impulsa a añadir: «No me parece mal que lo hagan otros autores (…)». Encima tendremos que agradecerle al mejor cuentista español de todos los tiempos que nos dé permiso a los demás cuentistas para retratar la miseria de la vida, aquello para lo que él se declara incapaz: «(…) en mi caso me generaría mucha incomodidad». Yo me pregunto qué es lo que enseña este ser de luz en sus clases.

Destacaré más contrasentidos del escritor que pasa por ser un cuentista iluminado en España. Y es que a un tipo que habla con tanta candidez es complicado decirle que lo que escribe no tiene valor literario, eso sí, siempre según los postulados de la CRL, que comparto con puntuales reservas (su autor ha definido con palabras meridianas lo que yo pensaba antes de conocer su trabajo).

En la entrevista anterior (minuto 35:25) le preguntan por su proceso creativo a la hora de abordar un libro de… relatos.

Y tiene las narices de reconocer que comienza a escribir al tuntún: «escribo a ciegas sin saber por dónde voy a ir…», «no tengo claro lo que va a pasar ni cómo lo voy a terminar…, hay como una incitación a meterme en ese sendero confiando en que pasen cosas». Con estas mismas palabras se expresa Eloy Tizón, mejor cuentista español de todos los tiempos (lo ha dicho Alberto Olmos, según Wikipedia, aunque he buscado esa cita y todo son autorreferencias).

Eloy Tizón confiesa sin rubor que comienza a escribir sin saber lo que quiere contar, y lo dice alguien que vive de impartir clases de creación literaria.

Empieza sus textos divagando, continúa elucubrando, y pone el punto final cuando lleva diez páginas. Y espera que el lector se identifique con una serie de acciones comunes con las que ha ido regando un discurrir de conciencia del propio autor escudado en un atisbo de personaje que siempre se le queda… atmosférico. El yo te cuento tú te identificas sobre el que se construyen los monólogos cómicos, pero en libro de prosa, dizque poética…

Sus textos son eufonías en las que dice ver «una secuencia rítmica, una música, que nos lleva a un cierto tipo de historias» que llama «creaciones atmosféricas donde ocurren menos cosas» (donde no ocurre nada, quiere decir Eloy). Leamos este plúmbeo párrafo extractado de Los horarios cambiados, en Técnicas de iluminación.

III. LENGUAJE DE SIGNOS
Y a todo esto, en medio de las discusiones, las dudas y los portazos, había que: bajar la basura, acudir al dentista, pagar las multas, hacer la compra, pasar la aspiradora, descargar las fotos (¿te has acordado?), comer con nuestros padres y hermanos de vez en cuando, felicitar a los amigos por su cumpleaños, ir al cine, llevar el coche al taller de chapa y pintura, celebrar la Navidad, visitar museos y librerías, depilarse y afeitarse, reservar entradas para el teatro porque si no luego, cortarse el pelo, reiniciar el ordenador, arreglarse las uñas, sentarse a desayunar, renovar el pasaporte, cepillarse los dientes después de cada comida, leer el editorial del periódico, mirar por la ventana, sonreír, volver a sonreír, mirar de reojo a dos perros de la calle mientras se apareaban, ducharse, programar el despertador para que sonase a las siete o quedarse inmóviles un momento, en medio de la nada, a las cuatro de la tarde, contemplando una mota que palpitaba en el aire o pensando con estupor en la vida.

Si el autor considera que esta retahíla de acciones triviales que todos realizamos es literatura y es prosa poética, con su pan se lo coma y a otro perro con ese hueso.

Este texto no aporta nada y es una tomadura de pelo al lector, que por supuesto se sentirá identificado con lo apuntado en esa lista de tareas pendientes. Pero como Tizón llega con el aura de escritor poético, y todos conocemos la historia del traje nuevo del emperador, quien no vea poesía en esta ristra de banalidades se cae del capítulo y no entiende de literatura ni de poética. Así que todos aseguran que aprecian la prosa poética que escribe Eloy Tizón. Y hasta hay quien afirma que Eloy Tizón es el mejor cuentista español de todos los tiempos (lo cual, en boca de alguien que se vanaglorió de despreciar públicamente el género narrativo del cuento, significa que no conoce el paño e ignora la nutrida nómina de cuentistas españoles).

Pero es verdad que este hombre cae bien a todo el mundo. Incluso a mí me cae bien… Empero, ello no obsta para que finalice con el bisturí de laaguja la disección de lo que el propio Eloy Tizón cuenta.

Se espera de un cuentista que sepa analizar los cuentos de otros autores. Veamos qué ocurre cuando en 2016, en Café Chéjov, le piden que recomiende un cuento de otro autor.

Tizón elije un texto de Clarice Lispector, El huevo y la gallina. Te enlazo el vídeo en el momento  en que le hacen la pregunta pero te animo a que lo visualices completo.

Arteramente arrima el tizón a su sardina: enumera una serie de características de Lispector con las que es complicado coincidir.

Dice del cuento elegido que «es largo, sin ningún argumento, muy digresivo, y que desafía todas las normas del género porque no cuenta una historia, sino que cuenta una mirada».

Un cuento que no cuenta nada no es un cuento. Eso es evidente.

«Contar una mirada» está cercano al diario, que es autobiografía. Y ninguna biografía es literatura por carecer del elemento ficción.

El profesor Tizón, que vive del cuento, debería saber que elucubrar y divagar y ensoñar y evocar no gestan literatura con su amalgama, de igual manera que mezclar hortalizas con aceite no siempre produce una porrusalda… con esos componentes también cocinamos una ensaladilla. El cuento precisa de la cocción de un acontecimiento, independientemente de las normas del género que a Tizón le ponga romper.

Igual es que me ha tocado a mí desengañar a tan eximio reseñista de que lo que él escribe no son cuentos (en las reseñas lo hace muy bien, aportando su propio horizonte literario al lector). Aceptemos que Tizón escribe relatos a la anglosajona. Quizá es consciente de que lo que escribe no son cuentos y de ahí esa obcecación con romper normas del género.

Con lo que sí ha roto Tizón es con su patria tradición cuentística y literaria, pasándose a las filas de los muchachos de la Pérfida Albión, con «mi maestro Cheever» (ha dicho). Allá él. Allí igual gustan los kitsch o pastiches intimistas que escribe y quizás sea ese su objetivo inicial, ser traducido y valorado en el mundo anglosajón.

Pero hay que decir al lector hispano que con esa prosa bienqueda y eufónica se emboba al papanatas que cree que está leyendo cuentos, un ingenuo que se negará a ver que el emperador está desnudo. «Es más fácil engañar a la gente que convencerlos de que han sido engañados», dijo Mark Twain.

Tizón se queda en la logomaquia y no ha entendido lo que cuenta Lispector, quien sí cuenta, vaya que si cuenta. No hay más que dejar que el vídeo de Café Chéjov avance y escuchar la lectura que hacen de un fragmento de El huevo y la gallina. Qué atrevimiento, irse a la meca del cuento en español, que es la meca del cuento mundial, a desvariar pontificando sandeces:

«Clarice Lispector es una escritora muy fascinante en la que yo creo que no hay que buscar tanto el desarrollo de una historia, porque no lo hay; ella no cuenta una aventura, sino que la aventura es el propio lenguaje, o la propia experiencia; entonces los relatos de Clarice Lispector hay que vivirlos como si fueran experiencias al margen de las consideraciones clásicas del género».

El párrafo anterior lo dice arrastrando el final de las frases, incluso adoptando voz de niño inseguro exculpándose ante la profesora por no saberse la lección en el pasaje «sino que la aventura es el propio lenguaje». Es patético ver a un adulto reptando en esa actitud. Parece consciente de decir algo que ni él mismo se cree.

Tizón busca cambiar la realidad porque se sabe incapaz de concluir una historia por temor a violentar la paz de los personajes. Y juega con el artificio de romper con no sé qué normas del género. Sus textos no entran en el género del cuento porque nada cuentan, pues carecen de acontecimiento. Eloy Tizón es incapaz de escribir cuentos. Él mismo nos lo ha dicho: su absurdo credo le inhabilita para ello.

Sólo conozco una norma en el género del cuento: tener algo que contar y contarlo. Sin divagaciones estériles.

Mark Twain ha dicho que será complicado desengañar a Tizón y a Olmos de que si todo es cuento, entonces cuento no es nada. Quizá de aquí le venga el hartazgo al lector de narrativa breve: comprar libros de cuentos que nada cuentan… como comprar ventiladores que no ventilan.

Pero blasonando de rompedor de conceptos literarios logra el aura de trascendencia que le precede hasta ser catalogado como el mejor cuentista español de todos los tiempos, y que sus libros se vendan como cuentos y no como técnicas iluminadas de distracción y entretenimiento con palabras. Definición en la que también entran los crucigramas.

Termino con otro rescoldo de Tizón, amor de hombre donde los haya, introvertido, intimista, respetuoso, afable, cariñoso, candoroso. Es un tipo que a mí me cae bien, ya lo he dicho antes.

En la segunda entrevista, en el minuto 46:36, Eloy Tizón se permite una dedicatoria que rompe con su habitual pachorra buenista y que destina a «determinados especímenes que se mueven por envidia, por rencor, que enturbian el mundo literario», a «esa mala gente que de alguna forma ensombrece al menos unas horas o unos días tu camino».

Se le ve escocido…

¿Se referirá a quienes no le bailan el agua porque teme que le apaguen el tizón? ¿A aquellos que no le dicen lo que él quiere oír, como que es el mejor cuentista español de todos los tiempos? ¿A aquellos que dicen lo que piensan? ¿No valora el bondadoso y tolerante Eloy Tizón a quienes son sinceros? A quienes somos asertivos nos acusan de incitar al odio por afirmar lo que pensamos de forma meridiana. Es muy woke ser tolerante sólo con los que dicen lo que uno quiere oír.

Es un Tizón quemado.

Que tenga por seguro este mejor cuentista español de todos los tiempos que laaguja NO «seguirá en su rincón con sus envidias y sus maldades y sus insultos en redes». De momento mi rincón está calentito, no le envidio la engañifa de vestir con paños que no existen, tampoco le deseo ningún mal, y no le he insultado. Doy mi opinión. Desde luego para mí Eloy Tizón no es ni por asomo el mejor cuentista español de todos los tiempos, hipérbole que expone al ridículo. Lo destaco porque existen personas que mixtifican y mitifican lo que leen.

Tras terminar este bisturí de laaguja yo también seguiré mi camino tan feliz, sabiendo que a partir de ahora no me moveré para leer ningún nuevo libro de Eloy Tizón (repito que saliendo del cuento —que no domina— su recopilación de reseñas Herido leve es interesante, aunque en su cansino prólogo Tizón se automitifica a sí mismo contando futilidades que a nadie importan).

Ni me considero mala gente por decir lo que pienso, ni me gustan los bienquedas ni los membrillos: blandos de carácter, dulces en el trato, y con tembladera para tomar decisiones, incluso en la ficción de sus ficciones.

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