Matando lagartos, de William Boyd

9 de marzo de 2024

Voy a comentarte un ‘cuento’ de la anglosfera que he leído no hace mucho: Matando lagartos, de William Boyd.

El autor vive del arte de supervivir de lo que llaman arte, como verás en su biografía wikipédica: cuentista, novelista, guionista, director de cine.

El tipo es inglés y sigue su tradición literaria. No hay nada que objetar, pero lamento que haya hispanos que se dejan seducir por esta forma de narrar, imitándola acríticamente.

En consecuencia tenemos lectores hispanos encantados por estas narraciones que reportan lecturas planas (nota que he escrito «por» y no «con»).

Matando lagartos no es un cuento, es un relato de situación. El autor recrea un momento en la vida de unos personajes, una situación, pero contar, lo que se dice contar, no cuenta absolutamente nada. O nada que yo haya sido capaz de entrever.

Con los relatos a la anglosajona ocurre como con esa comida también anglosajona que se consume y hasta sabe bien, pero que no alimenta, la que llaman comida basura.

Podríamos llamar a estas ficciones literatura basura, por aprovechar la construcción sintagmática: la comida basura engorda el cuerpo pero no alimenta el organismo, y la literatura basura engorda el ego pero no alimenta el conocimiento…

El ego de creerse erudito por entender aquello de lo que no hay indicios en el texto: estos lectores hacen una interpretación emotiva o emocional, no racional. Conjeturan anteponiendo la emoción de lo que sienten a la razón de lo que deberían entender.

Déjame sintetizarlo así: nuestra literatura, la tradición literaria de la hispanosfera, finca su razón de existir en desmontar el engaño al que los sentidos nos conducen, es decir, la nuestra es una literatura para desengañar al lector ante las trampas que la vida tiende –o más bien que otras personas nos tienden–. La nuestra es una literatura que nos hace compatibles con la realidad para sobrevivir a ella.

La literatura de la anglosfera trata con las apariencias, con las emociones, con la fantasía vacua que evade al lector de los problemas inherentes a la existencia pero que no le muestra ninguna solución y ninguna explicación para enfrentarse a ella, a la existencia.

Por eso nuestra literatura es parca en fantasías. Piensa que nuestra tradición literaria viene desde la antigua Grecia a la Roma antigua y llega al Barroco español, donde se tocó techo en materia literaria y nada nuevo se ha creado desde entonces, como explica en sus clases el catedrático de literatura Jesús González Maestro.

Si bien Esopo hacía hablar a los animales en sus textos, lo cual podría considerarse una fantasía similar a la de orcos, trasgos y hobbits, los hacía hablar para mostrar los vicios y costumbres humanas desde una prudencial distancia. Es la razón de ser de la literatura, que el mundo anglosajón se ha perdido.

Una literatura para la emoción sin que intervenga la razón es una literatura de consumo rápido y de pronto olvido.

Por supuesto ambas esferas se relacionan continuamente, y hay cuentistas anglosajones que escriben siguiendo la tradición literaria hispana por considerarla una literatura superior, y hay autores hispanos que escriben al modo anglosajón de entender la literatura por considerarla esnob. Y de ellos reniego.

Y ahora se me aparece el exitoso William Boyd –a juzgar por la cantidad de honores de que le ha hecho objeto el imperio británico– y su relato Matando lagartos, que es el primero de su libro de narrativa breve En resumidas cuentas (1981), donde recrea una situación: la construye pero no la concluye.

Es una narración que, por inconclusa, no nos cuenta nada. Abre varias posibilidades pero el lector tendrá que cerrar la historia como mejor le parezca. Son los postulados idealistas de la anglosfera, donde vale la interpretación subjetiva y cada uno que entienda lo que quiera (o lo que le interese entender). Matando lagartos es un relato que no alimenta el intelecto del lector; es de fácil deglución pero no aporta ni vitamina ni energía.

Al principio creía que era pereza o incapacidad de los autores para concluir la historia. Pero pienso que ellos creen que las historias breves deben sugerir ideas, y por eso su narrativa se limita a recrear situaciones: y ahí se quedan, varados sin contar nada.

Lee el cuento y dime qué ocurre. Dime qué te cuenta. Y dime qué has aprendido con su lectura.

Matando lagartos: destripe Mostrar

Si los anglosajones dejan sin cerrar una historia, ¿es por tradición literaria?

¿Sus lectores sólo valoran los detalles que aderezan la historia, lo que para nosotros es mero trasfondo? (recuerda el principio literario de la escopeta de Chéjov).

¿O será por aquella majadería de la que se vanagloriaba el pusilánime Tizón?

Te lo he contado en este último enlace: en una entrevista de no hace tanto, con ese tono candoroso y pueril que tiene, dijo que jamás maltrataría a sus personajes porque él entiende que los personajes tienen derechos y dignidad. Y añadió que seguía las enseñanzas de «mi maestro Cheever».

Y este es el panorama bobaliconamente idílico que instala la anglosfera en los cerebros de quienes se dejan seducir por sus salmodias sirénidas: son los Neuman, Castán, Ugarte, Pron, o Tizón, que escriben sobre sensaciones y emociones usando la táctica de los monólogos cómicos: yo te cuento, tú te identificas.

No es de extrañar, pues, que los lectores huyan de los cuentos si se les ofrecen insustanciales relatos de situación o evocaciones de emociones como muestra del género breve.

Bajo los postulados de la Crítica de la Razón Literaria, un método solvente para construir el análisis y la crítica sobre la base de nuestra tradición literaria, Matando lagartos no es literatura, es escritura recreativa que proporciona lectura ociosa.

Un ocio que me hace perder el tiempo porque no me aporta nada que me sirva para enfrentar el mundo al que mañana saldré a torear. Estos relatos de situación son inanes, como esas ristras de diapositivas proyectadas en una pared a las que nadie hace caso por estar atendiendo a otra cosa.

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