El timo de los cuentos sin final

15 de mayo de 2021

Hay lectores que confunden un cuento sin final con un cuento con final abierto. Y aunque hay autores (algunos con reputación en el género) que tratan de darnos el gato de un cuento sin final por la liebre de uno con final abierto, no es lo mismo.

A estos escritores les llamo los santones del cuento. El santón escribe con corrección. De hecho es cuanto se puede decir de él. Tras leer uno de sus cuentos el lector reconocerá: «Escribe bien», como si tuviéramos que aplaudir al que pone el intermitente para girar a la izquierda.

El santón de los cuentos escribe con elegancia de sustantivos, fluidez de adjetivos, verbos precisos y adverbios apropiados. Utiliza indefectiblemente el pedantesco narrador que vertebra el siglo XX, acendrado y distante, heredero del arquetípico narrador del siglo XIX, ese narrador correcto y también petulante y educadamente almibarado que hizo las delicias de nuestros abuelos, y también las nuestras a cambio de no abusar de sus lecturas (si es que quieres escribir como se estila en el siglo XXI).

Los textos del santón son amenos y se leen sin enganchones, aunque de vez en cuando tiene la picardía de soltar un sustantivo o un adjetivo que obliga a recurrir al diccionario, lo cual es de agradecer porque el lector amplía su vocabulario.

La lectura de sus textos deja ese regusto de lo bien escrito… pero cuando terminas de leer te das cuenta de que NO HA CONTADO NADA. Y un cuento que no cuente nada no puede llamarse cuento.

Parece como si los santones del cuento no hubieran superado las redacciones escolares que hacíamos de la excursión del fin de semana: fuimos, estuvimos y volvimos, sin que ocurriera nada digno de destacar. Estos escritores son buenos creando mundos que el tedio destruye.

Sus textos, pretendidos cuentos, transitan por una plácida llanura como la de esos ríos en los que se ve el agua tan remansada que se hace difícil creer que todo ese caudal llegará alguna vez a alguna parte: sus textos tampoco van a ningún lado.

En sus cuentos no encontramos el acontecimiento que conforma el cuento ni apreciamos la tensión dramática que justifica la narrativa. El motivo de esta carencia estriba en cómo ha sido generado el supuesto cuento. El autor se puso a escribir partiendo de una idea difusa, de una imagen, de una persona que ve pasar en el autobús… Y como escribió divagando sin un punto (sin un final) al que llegar, el cuento se fue remansando, haciendo balsa, hasta acabar estancado.

Nadie negará que está bien escrito, con corrección gramatical sí, pero no contará absolutamente nada. O si lo hace, será algo tan trivial y manido como confrontar el éxito empresarial con la felicidad familiar, dejando una idea bonachona y empalagosa como un día de navidad. Son cuentos en los que no ocurre nada digno de ser reseñado, todo transita en calma por cauces previsibles.

Cuando este autor se da cuenta de que no tiene final, de que el texto se le fue desliendo entre las teclas, de que fue alargando y encadenando escenas que no avanzan, cuando es consciente de que no va a ningún lado con su redacción, es cuando este autor vago e indolente quiere darnos gato por liebre y presenta un texto sin final que quiere hacer pasar por un cuento con final abierto.

(No debe confundirse un cuento sin final con un cuento con epílogo, en el que el final se ha dado unos párrafos antes de la última palabra y por algún motivo el autor le añade una coda a modo de explicación o detalle, o remedando el cinematográfico fundido en negro).

Un cuento con final abierto exige una pericia del autor de la que carece el insulso que se puso a escribir en una tarde aburrida sobre una ristra de banalidades, esperando que tras un punto y aparte se le aparezca uno de los duendes para rematar con un final que nunca ha existido en su mente.

En un cuento con final abierto hay que ir dejando claves para que el lector desentrañe el árbol de finales que el autor haya previsto como posibles.

Un cuento sin final es una tarea inacabada por falta de capacidad narrativa del autor. Para que despierte de su incuria le abofetearía con mi frase en sus mofletes: Si no tienes nada que decir, no te pongas a escribir.

Expuestos a estos pretendidos cuentos que no tienen final hay lectoras que se obstinan en encontrar una lectura que creen que se les escapa por alegóricas o metafóricas sendas que sienten arcanas y alejadas de sus capacidades intelectuales, cuando en realidad no existe lectura alguna que hacer porque fue escrito sin una idea clara que contar.

Muchos de estos santones del cuento gozan de crédito en el mundillo editorial. Forman parte de jurados de concursos de cuentos, e incluso se animan a dar charlas contando su peripecia personal. Y lo cierto es que tienen algunas cosas que decir al respecto porque llevan tiempo flotando entre las aguas editoriales y de ese contacto siempre se sale mojado.

Han tejido amistades en el entorno editorial, y luego cuesta decirles que no, que no se les va a publicar un cuentario en el que sólo hay dos verdaderos cuentos que encima no son interesantes por ofrecer insulsas lecturas.

En un mundo tan delicado y trapero como el editorial es mejor tenerlos de amigos que zaheridos en la trinchera de enfrente. Total, sus libros acabarán acuchillados junto con los de autores consagrados. Las subvenciones por volumen de publicación son las responsables de la complacencia de los editores. Los gastos de publicación se recuperan con la venta de doscientos o trescientos ejemplares en un país con cuarenta y siete millones de lectores de español.

Qué bien escribe sí, pero sin contar nada, sin mojarse, sin levantar escamas, siendo buenista, complaciente, manso, plegadizo y acartonado, sonriendo beatíficamente y haciendo lo que le piden… Exactamente como se hace en todos los órdenes de esta sociedad abúlica, hipócrita y vendida a los sentimientos antes que a la razón. No leeremos en uno de estos autores un cuento en el que se dé cuenta de una catástrofe personal ni de ninguna zozobra social.

Todo va bien incluso en la ficción. Aplausos y bendiciones.

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