Los cuentos de Juan Norris

8 de diciembre de 2020

Hace muchos meses que ofrezco la descarga de Los cuentos de Juan Norris de forma gratuita en la barra lateral del blog. Lo había subido a Amazon, pero esa plataforma no me deja regalarlo. Lo ofrecía al mínimo precio permitido de 3 euros, pero como no busco dinero con mis cuentos, acabé por retirarlo para brindar su lectura gratis desde mi blog.

Coloqué la portada en la barra de la derecha como reclamo para la descarga y me olvidé del escaparate hasta que ofrecí Ciudad Perro. Entonces tuve que reacomodar la imagen en la barra vertical. Pero seguí sin prestar atención a esa vitrina (sí, lo sé, no me sé vender como escritor… pero es que en realidad no me quiero vender porque nunca me he vendido… no sé si me entiende…).

Ahora es que caigo que ese libro no tiene una entrada en este blog que explique de qué trata. La tenía en esa plataforma universal, pero no en mi blog. Así que aquí va la presentación de:

Los cuentos de Juan Norris

Quince cuentos de un justiciero urbano que defiende sus derechos en un mundo que ha cambiado mientras él se hacía mayor. Imposible revertir el tiempo, lucha por su constante adaptación a una realidad que cambia cada día más vertiginosamente. Quedarse atrás tampoco es una solución al agobio que le procura una sociedad que no entiende. Ni quiere entender a quienes la pueblan. Y se enfrenta a la estolidez social para no ser barrido como un soldadito de plomo.

Quizá mañana Juan Norris seas tú, lector.

En este libro encontrarás estos 15 cuentos:
01 – Reproche
02 – Motorista
  >   Juan
03 – Perrito
04 – Prisa
05 – Tos
06 – Desayuno
07 – Pusilánimes
08 – Cuarentena
09 – Duelo
10 – Observación
11 – Contacto
12 – Bonhomía
13 – Comprensión
14 – Culturas
15 – Imágenes
  >   Despedida

En mi otro ebook que regalo en la barra de la derecha del blog, Ciudad Perro (abajo si entras desde un smartphone), además de reproducirse dos de estos cuentos, este personaje es el protagonista de una nueva historia, reapareciendo con su marcada personalidad en Trasnochado.

Juan Norris también tiene algo más que un cameo en el duodécimo cuento de Ciudad Perro, un cuento coral donde acaban confluyendo los personajes que protagonizan los cuentos o capítulos precedentes.

Espero que Juan Norris te atrape. He constatado que los jubilados se ven reflejados en él. Incluso los jubilados de primer año.

Como ya es costumbre, te dejo aquí debajo un cuento para que lo leas con el navegador. Si quieres leer más, la descarga es gratuita pinchando en el icono de epub y no requiere requisito ninguno.

Los cuentos de Juan Norris   
¿Cómo leer un archivo ePUB?

Reproche
**

(cuento – 948 palabras ≈ 4 minutos)
Del cuentario Los cuentos de Juan Norris

Quizá sea un viejo cascarrabias: tengo el pelo blanco y suelo ayudarme de un bastón… pero soy un tipo pacífico.

Reconozco tener un pasado que alguien de vida sedentaria, un tío normal, podría tildar de violento. Yo creo que sólo es un pasado duro, turbulento. Existe un matiz… Y además, ¿a quién le importa la gente normal? Tampoco soy un perdonavidas; soy un tipo pacífico que llegado el caso no se calla.

Como el otro día. Había ido con Pepe a la caja de ahorros. Era bien temprano. Las nueve daban. Ya había gente con sus cosas en los mostradores y una cola. Me jode hacer cola. Es desesperante. Reconozco que no tengo la paciencia que hace falta para permanecer en la cola. En el supermercado, si se monta cola para pagar, dejo el carro lleno y me marcho. Vuelvo cuando calculo que no habrá tanta gente. El carro ya no está y tengo que volver a recorrer los pasillos con mi cojera a rastras. Pero me compensa. Me joden también los listos que se cuelan. Ya digo que soy pacífico, pero a veces se me dispara el resorte. Como la vez que llevaba cuatro o cinco cosas en la mano y cuando iba a entrar en la caja llegó una vieja y se me metió delante.
—Es que tengo prisa.
—También yo, señora. Haga el favor de ponerse a la cola.
—Me he dejado un puchero al fuego.
—También yo, señora. Haga el favor y póngase a la cola.
—Pero usted tiene tiempo y yo tengo prisa.
—Que se ponga a la cola, cojones.

Me llamó sinvergüenza… Y yo me callé por respeto. Porque era vieja. Más vieja que yo.

Como le había echado la cesta de la compra al suelo no le quedó otro remedio que ponerse detrás de mí. Si los que están en la cola dejan que se les cuele no es mi problema. Busqué en la cajera una sonrisa cómplice. Me miró con desprecio y me dio los buenos días de la empresa.
—Si no quieres darme los buenos días no tienes por qué hacerlo.
—Es mi obligación, como muestra de respeto al cliente.
—Veo que la sonrisa no está dentro de tus obligaciones.
—No me pagan por sonreír.
—Pero sí te pagan por hacer respetar las normas; y tenéis una sobre la cola.
—Diecisiete con veintisiete.
—He pensado que no quiero comprar aquí.

La dejé anulando la compra. Soy una persona pacífica. De carácter seco. Asertivo lo llaman. Sé que no soy socialmente correcto, ¿y qué?

Te contaba lo de la mañana que había ido con Pepe a la caja de ahorros y había que esperar. En la caja hacen cola única. Eso está bien. Si hay un cliente de los que miran y remiran fechas, saldos y códigos, no te lo tragas. Cuando llegamos había una parejita joven que no parecía estar haciendo cola para las ventanillas. Nosotros nos pusimos a un lado. Mientras hablaba con Pepe el primero de la cola única se dirigió al mostrador que había quedado libre. Al ratito se libró la otra ventanilla y miré a la parejita. No hicieron intención de adelantarse. Aguardé unos instantes, miré al cajero, volví a mirar a la pareja, y dejando atrás a Pepe me llegué hasta el mostrador. No acababa de dar los buenos días a Seve cuando a mis espaldas y en voz alta me increpa el chaval.
—Estábamos nosotros antes. —Me di la vuelta despacio, buscando con mi mirada los ojos de quien me afeaba en público, añadiendo la desconsideración de no dirigirse a mí directamente.
—¿Perdón? ¿Habla conmigo?
—Sí, contigo. Estábamos nosotros antes. —Me le quedé mirando en la media distancia. No supe si trataba de impresionar a la chavala o quería darse a notar en la sucursal.
—He aguardado a que se adelantaran ustedes hasta el mostrador y no se han movido. —El chaval pareció dudar bajo el peso de mis pupilas. Entonces añadí:— Me han hecho creer que esperaban a que les atendieran en un despacho.

Pepe estaba expectante. La sucursal en silencio. Podía escucharse el zumbido de las fluorescentes. El cajero observaba. Su compañero se mantenía en suspenso, lo mismo que el cliente que estaba atendiendo. Comencé a retirarme al tiempo que les decía:
—Pero es cierto que estaban ustedes antes, pasen.

Y di un paso con intención de retomar la conversación con Pepe. Apenas posé el pie en el suelo el chaval vuelve a equivocarse.
—Es igual. Pasa tú delante.

No me pude aguantar. Me salió de dentro como una flema que te ahoga y que necesitas esputar. Arrugué el ceño, abrí los ojos, y dije con una voz calmada que en aquel silencio restalló como un trueno.
—Entonces, si me va a dejar pasar, ¿para qué me llama la atención públicamente?

El chaval se encogió, y la chavala se arrimó a él como quien se agarra a la rama de un árbol para no ser engullida por el abismo. Según Pepe, hasta los cebadores de las fluorescentes dejaron de zumbar. Seve me atendió nervioso a pesar de que me ha despachado en muchas ocasiones. Terminé enseguida; no me gusta hacer esperar a los demás. Cuando me iba el chaval se equivocó por tercera vez.
—Que sepas que eres un descarado. Un maleducado.

Me giré y le miré fijamente. Primero con parsimonia, de arriba abajo. Luego con desprecio, de abajo arriba:
—Disculpe… No recuerdo haberle dado permiso para que me tutee.

El chaval fue prudente. Pepe salió conmigo. Caminaba a mi lado cabizbajo, en silencio. Al cabo de una manzana me dijo:
—Esta vez tenías toda la razón.
—¿¿¡Es-ta-vez…!??

Luego dicen que tengo mal carácter. Pero no es más que un sambenito.

Luis R. Míguez
junio 2017

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