La eufonía no hace literatura (y II)

17 de diciembre de 2023

Lee la primera parte de este artículo.

Ya he dicho que uno de los obstáculos para el seguimiento del cuento por los lectores es la indefinición que surge en España en la década de los últimos años sesenta llamando relatos a los cuentos: «enredo terminológico-conceptual» lo llama Medardo Fraile en su antología Cuento español de posguerra.

Espero que asignando el nombre de relato (ya en uso) a un subconjunto de los textos breves el tal enredo se aclare para los lectores, pues en mi opinión fue el origen de la diáspora de los cuentoheridos, que abandonaron la lectura de cuentos al no encontrar cuentos que leer y abundar estos relatos que no cuentan nada.

Si llamamos relato a toda historia breve, es normal que el lector medio no pueda encontrar lo que quiere leer (como dice Merino en su prólogo, hasta a un atestado de la Guardia Civil le cabe el nombre de relato). Si el lector busca cuentos y le dan relatos, huirá amoscado porque no quiere leer textos insustanciales. Cuando le den relatos una vez y otra, y una vez más, desistirá de buscar aquellas historias que le han hecho pensar, plantearse la realidad desde otra arista y someter a juicio sus propios criterios. Y es que incluso en 2023 hay quien le gusta pensar, razonar, y discutir consigo mismo. Internet todavía no ha podido acabar con el pensamiento crítico.

Dice Merino en su (nutritivo) prólogo, y yo he sostenido infatigable, con el término relato se buscó huir de las connotaciones infantiles que conlleva la temática del cuento infantil (ni todo cuento de hadas es infantil ni todo cuento infantil es cuento de hadas).

Me consta que no son pocos quienes asumen que llamando relatos a los cuentos realistas –los cuentos que cuestionan nuestra realidad social– se convierten en adultos inteligentes (ni todos los cuentos realistas son críticos con la sociedad, ni todos los cuentos críticos con la sociedad son realistas).

Pero necesariamente ha de haber algo más que el temor pueril e infundado de unos pocos para que un vocablo se implante en todo un mercado hasta fagocitar el término original (enredo terminológico-conceptual). Hay más causas, como he explicado en los artículos que voy escribiendo en esta bitácora.

Puesto que la palabra relato, a pesar de llevar sesenta años dando vueltas por los ambientes literarios no goza de implantación en los ambientes académicos (en los institutos se sigue enseñando que los géneros narrativos más notables son el cuento y la novela), la aprovecho para etiquetar esos textos que –aun cortos– no son cuentos literarios.

Características del relato:
• Un relato es un texto breve donde –al gusto de la anglosfera– predomina la narración de sensaciones, emociones y sensibilidades, y espera que el lector se identifique con ellas.
• El relato tiende a novelarse aun en su brevedad, presentando materiales narrativos que «no vienen a cuento».
• El relato –al sabor de la anglosfera–, se recrea en el engaño de las apariencias en lugar de llevar al lector al desengaño para mostrarle los trampantojos en que caen los sentidos.
• El relato carece del acontecimiento que otorga el estatuto de cuento a una ficción, por lo que cuenta poco sobre las celadas de la vida.
• El relato recurre a la eufonía y la filatería para justificar su existencia.

Que los relatos busquen la eufonía no significa que toda composición eufónica sea relato. Existen cuentos eufónicos. Empero algunos cuentistas vemos en la eufonía un defecto del cuento, pues distrae al lector del fondo que se le cuenta y fija su atención en la forma. Tomo prestada una frase del prólogo de José María Cachero en su Antología del cuento español (1900-1939): «(…) una palabrería que consume espacio sin que por ello aumente la cantidad de materia expresada». Y termino con otra de Enrique Anderson Imbert hablando en su opúsculo El cuento español de un preciosista: «Las metáforas cubren el hilo narrativo y lo dejan olvidado».

Los relatos al estilo de la anglosfera no son literatura porque nada enseñan. No llevan al lector al desengaño descubriéndole estrategias para enfrentar los conflictos del vivir. Son textos destinados a entretener el tiempo y distraer el ánimo: a evadirse de la realidad. Y la eufonía por sí sola (el está-bien-escrito) no es literatura. El preciosismo por sí solo, si no aporta nada, no pasa de ser un pasatiempo como componer adivinanzas o jitanjáforas.

Recuerda la definición de literatura en Crítica de la Razón Literaria:
(…) que se abre camino hacia la libertad a través de la lucha y el enfrentamiento dialéctico (…)

No son literatura para la Crítica de la Razón Literaria. Sólo son literatura de consumo, textos breves que olvidas al cerrar el libro, libro que olvidas en el tren para no cargar con él, como hacíamos con aquellas «novelas de a duro» que ahora llamamos superventas (me niego a escribir bestsellers).

El triunfo mercantil de esta literatura de consumo se debe (1) a la caída del nivel de la educación, (2) a la banalización del conocimiento, y (3) a la eliminación de la cultura del esfuerzo, que ha logrado que pensar sea cansado y dé pereza. El titular de una noticia aparecida esta misma semana parece escrito por Jesús González Maestro:

► La RAE alerta de la deriva educativa del Gobierno: «Se sustituye el razonamiento por la libre expresión de las emociones».

Un cuento que ponga a pensar, que enfrente a esa realidad de la vida que está ahí pero que o bien no se ve o bien no se quiere ver, un cuento que obligue a posicionarse en asuntos que remueven creencias, ideologías, convicciones que se tienen por inamovibles, cuentos que se oponen a las consignas de la mente de colmena que domina a través de las redes sociales y a las directrices de los clanes a los que voluntariamente hay que adscribirse, este tipo de cuentos que agitan algo dentro del lector, que muestran que el mundo no se ajusta exactamente a la visión reduccionista y cómoda de la que se goza… de ese tipo de cuentos es preferible no saber nada, y se prefiere leer un relato que no dice nada, donde no ocurre nada, en el que se evocan emociones y sensaciones por las que todos hemos transitado alguna vez, al estilo del «yo te cuento, tú te identificas» en que basan su éxito los monólogos cómicos, esa felicidad que da la conformidad, la satisfacción de permanecer en la zona de confort, sin siquiera necesitar de un diccionario, no hablemos de tener que volver a leer el cuento para entenderlo y descubrir que dice otra cosa distinta de la que se creía haber leído en la primera lectura, lo cual obligará a ir a por una tercera lectura del mismo cuento: no-me-gusta-porque-no-lo-entiendo. Y tiran el cuentario por falta de comprensión lectora, y concluyen que el libro «es ofensivo para los perros«. El mundo es complejo y da pereza enfrentarse a él.

Esa misma complejidad del mundo es la que hace que las dos esferas –hispanosfera y anglosfera– no sean estancas, y que se influyan mutua y constantemente, estableciendo unas veces relaciones dialécticas y otras relaciones dialógicas. Esa complejidad del mundo hace que haya escritores nacidos en la geografía de la anglosfera que escriben cuentos y que haya autores vernáculos de la hispanosfera que escriben relatos. Y para complicarlo un poquito más, porque la vida no es maniquea, ni dual, ni binaria, sino poliédrica y polimórfica, te diré que hay cuentos que tienen algo de relato y que se escriben relatos en los que encontramos algo de cuento, amalgamados estos factores en diferentes proporciones e intensidades. Y es obligación del lector enfrentarse a la literatura con criterios propios para apreciar o desestimar los textos que caen en sus manos y se lleva a sus ojos, lector que si no llega a la literatura con un espíritu crítico aún tiene otras posibilidades de lectura, como las tiras cómicas o el manual de uso de un chupete.

Y para colmo de tensiones literarias y vitales, verás que hay escritores de la hispanosfera que, sabedores de que nunca serán capaces de escribir siquiera un mal cuento, tratan de convencer a quien les escuche de que hay que romper con los corsés que constriñen el género del cuento con el único objeto de que tengan cabida en el mercado sus emocionales artefactos breves. Uno de ellos, que vive en España y los amigos lo pasean como si fuera un genio que vive del cuento, es Eloy Tizón. Cuando leas el bisturí que te enlazo entenderás por qué este amor de hombre que a todos nos cae bien jamás escribirá un cuento mientras sus absurdas y obtusas creencias literarias alienten su pluma.

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