Los cuentos deben contar algo. Lo vengo dejando claro en un sinfín de artículos en esta bitácora.
Esos textos atmosféricos, lisérgicos y oníricos como llama Eloy Tizón a lo que él evacúa no son cuentos. A él mismo le da rampa decir que escribe cuentos. Lee el recorte de prensa que su propio editor exhibe.
Recuerda que su amigo Alberto Olmos se fue de varetas diciendo que ET era el mejor cuentista español de todos los tiempos. Y es que quien tiene un amigo tiene un tesoro, aunque ese amigo sea un bocachancla que no tiene mucha idea de lo que es el cuento, y tuviera que correr a desdecirse cuando recordó que poderoso caballero es don dinero.
Pues ese mismo Olmos ha escrito un cuento por encargo. Los cuentos por encargo no suelen funcionar y acaban siendo textos planitos por mostrar ocurrencias de última hora, cosa que cualquier cuentista sabe muy bien (en el enlace te dejo un cuento excepcional de Stig Dagerman escrito por encargo… el único que conozco por encargo que es de calidad superior).
Tengo que suponer que como profesional plumífero que es no lo habrá escrito gratis, pues eso degradaría el esfuerzo del gremio de los artistas profesionales, ya que todo trabajo creativo debe pagarse, y blablablá…
Se haya bajado al tintero gratis o se haya remangado la pluma con un margen de beneficio crematístico, eso es algo extraliterario que no toca arañar ahora. Es un pro y debe cobrar por lo que vale. Aunque a veces los artistas prefieren cobrar en favores retornables. Pero… ¿un escritor es un artista? No lo sé.
Quien le ha contratado ha publicado su cuento en un cuentario que se ofrece gratis en las páginas de Zenda, ese tinglado de Pérez-Reverte que ha salido rentable (y es que a Pérez-Reverte le salen las manos del rey Midas).
Voy a comentar el texto de Alberto Olmos titulado Cero a la izquierda, el primero de este libro digital (con una pésima maquetación que además no se puede leer en todos los lectores de epub).
Olmos en este texto breve sí cuenta. Peeero… cuenta una realidad que todos (salvo unas pocas docenas de desavisados) conocemos: muestra el choque entre la población urbanita y la rural en el medio rural.
Pero Olmos no cuenta nada nuevo, sólo declina un cliché. Al igual que hace el protagonista en la escena final, Alberto Olmos se asoma a la ventana pero no saca la cabeza, y al final hurta el cuerpo. Buena imagen de su acción ha mostrado el propio autor en la actitud (ruin) del protagonista de su cuento.
Ignoro el grado de conocimiento que tiene Alberto Olmos de la realidad que muestra. Fue de Segovia a la megaurbe madrileña y ahora es un urbanita. Desconozco si en estos momentos es un urbanita que reside en el campo a tiempo completo. Poco importa donde viva este agitador: sólo toca unas teclas pero no una melodía.
Se echa en falta en su pluma cuentística el acerado plumín de sus artículos.
Quien ahora te está escribiendo sí es un urbanita con más de treinta años viviendo en la zona rural. Compara el cuento de Alberto Olmos con esta sátira que he titulado Mi vida en el campo. Aquí sí declino…
No le di formato de cuento porque no me dio la gana de escribir no uno, sino varios cuentos con lo que cuento en esa sátira. El rural no acepta al urbanita, como asoma Olmos en su cuento. Pero hay que sacar el cuerpo fuera si quieres limpiar el ventanal completo. En el campo no aceptan que tanto derecho como tiene el rural para irse a la ciudad a buscarse las alubias tiene el urbanita para venir al campo a buscarse las suyas.
El nicho de Olmos está en la urbe y no en el campo. Lo que ha vislumbrado le ha dado para hacer caja o ganarse favores con este cuento que sí que cuenta pero que, salvo a los pocos desavisados que queden, el cuento no muestra nada, no enseña el absurdo del discurso ministerial sobre la España vaciada. Y eso que el motivo del cuentario publicado por Zenda daba para esas críticas con que tanto gusta Olmos agitar a los cándidos en su columna (toooma dilogía).
Por mucho que se pretenda vender la vida bucólica e idílica en la España vaciada, ese paraíso puede trocar en cruzada estéril. Te lo cuento en mi sátira, publicada hace tres años y medio en esta misma bitácora.
Y es que la literatura, como expone González Maestro en su Crítica de la Razón Literaria, se abre camino hacia la libertad a través de la lucha y el enfrentamiento dialéctico. Y aquí Olmos ni lucha ni se enfrenta con nada, ni tampoco revela nada nuevo, no hace más que darle a la manivela para contar una bagatela y un óbolo… escribe un kitsch. Lo que cuenta lo sabíamos de antemano, lo cual es otra forma de no contar nada.
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