En el último artículo proponía el término noveleta –de uso en el mundo editorial– para esas narraciones cortas que, al gusto de la anglosfera, están escritas de forma más novelada que contada.
Ya he dicho muchas veces que el cuento tiene unas características intrínsecas, y que si un texto no respeta esas características no es cuento. Será otra cosa, pero no podemos llamar cuento a toda narración breve. Siquiera sea para no dar gato por liebre a los lectores.
Es curioso que quienes se saben incapaces de escribir cuentos siguiendo las especificaciones que conforman este género narrativo son quienes piden «romper los corsés» que ellos dicen sentir para evacuar sus creaciones. Experimentación lo llaman, demostrando que ni les da el magín para escribir cuentos ni tienen caletre para escribir novela. Sólo paran mientes en la demolición del género.
Eloy Tizón abandera a estos nuevos ninis (nicuento-ninovela). Ya le he dedicado un bisturí de laaguja mostrando su incapacidad para escribir cuentos y literatura (lo de que los personajes tienen derechos y merecen que se respete su dignidad le señala como un desnortado escritor que ha perdido el equilibrio entre realidad y ficción).
Si el cuento se considera un género literario es precisamente porque tiene forma y estructura conocidas. Cabe jugar con ellas y aun estirarlas y retorcerlas, pero no romperlas ni corromperlas.
No toda narración corta es un cuento: no entran en ese saco las anécdotas, los chistes, los cuadros de costumbres, las estampas, las parábolas…
Y este es el problema, que quienes se autodenominan cuentistas sin serlo quieren convertir al cuento en un saco de buhonero donde todo tenga cabida.
Y no. Esto no es posible permitirlo porque a ese saco van a buscar cuentos los amantes del género y se topan con textos inconsistentes, dizque poéticos, que ni cuentan nada ni son poesía, como los de ET. Si hubiera que darle un nombre a estas creaciones emocionales, yo les doy uno que sobra por ahí: «relatos».
Son relatos esos textos breves escritos al gusto anglosajón que no cuentan nada, que elucubran con eufonía sobre emociones o sensaciones buscando que el lector se identifique con lo que evacúan. Los lees, cierras el libro, y si te preguntan por lo leído ya lo has olvidado. Son textos de autoayuda: se leen para quedar con una sonrisa; lo cual está muy bien…, pero no son cuentos.
Si el cuento se caracteriza por la economía de recursos narrativos mostrada para contar una historia completa, hemos de dar validez al aserto del maestro de cuentistas Meliano Peraile: «un cuento tiene entre 3 y 10 páginas».
Pero existe un tipo de narración breve también muy del gusto de la anglosfera, especialmente en los EE. UU. y Canadá, cuyo desarrollo se va más allá de las 15 páginas. Aunque no por la densidad de lo que cuenta, sino porque su puesta en escena se novela, utilizando la facundia narrativa. Y digo narración breve porque puede leerse de una tacada.
A ese tipo de narración corta novelada le he dado el nombre de noveleta.
Según dejó escrito Edgar Allan Poe, una «composición rimada», debe leerse de una sentada, para lo cual su lectura no debe sobrepasar los sesenta minutos, evitando perder lo que llamaba «la unidad de efecto». Alguien dijo que este baremo sirve también para la lectura de cuentos, quizá porque en el artículo donde Poe dice esto habla de los cuentos de Nathaniel Hawthorne. El genio bostoniano olvidaba que ni todos leemos a la misma velocidad ni durante una hora podemos mantener el mismo ritmo de lectura, y nunca cuando el texto se enfarraga en pasajes densos.
Por lo que su medida es bastante más relativa que la del conquense (que daba su máximo de 10 páginas teniendo en mente el estándar mecanografiado de su época). Hoy día con un par de movimientos de muñeca podemos saber cuántas palabras tiene un cuento; este es el valor que debemos utilizar para medir la extensión de un texto.
Pero en un libro impreso lo sencillo es contar las páginas que ocupa una narración.
Los cuentos que gustan en la anglosfera –en la anglosfera norteamericana al menos– sobrepasan muchas veces las 15 páginas.
A una velocidad media de lectura de 250 palabras/minuto, en sesenta minutos leemos 15.000 palabras. Con menos de 400 palabras por página, esas 15.000 palabras ocupan unas 40 páginas.
Demos un margen amplio a lo estipulado por Peraile: estirémoslo un 50% y convengamos que un cuento hoy en día no debería sobrepasar las 15 páginas.
Así pues, acepto que un cuento deja de ser cuento a partir de las 7.000 palabras. Y según lo leído en la Wikipedia, es a partir de ese volumen de facundia que toma el relevo el término noveleta. Más allá espera la novela corta.
Claro que esto es una declaración apriorística. Si una historia contada con economía de recursos literarios necesita irse más allá de las 10.000 palabras, habrá que convenir que es un cuento. Un cuento largo, pero un cuento al fin y al cabo. E independientemente de su extensión, si la historia está novelada dejará de ser un cuento, sea para llamarse relato (por debajo de las 12 páginas), sea para etiquetarse como noveleta. Veo más disculpable el hecho de novelar la historia para una noveleta que en un relato.
¿Pero por qué tengo este afán de medir y etiquetar? Pues porque cuando el cuentoherido –quien gusta de leer cuentos– compra un libro con varias ficciones, ha de saber qué está comprando.
Luego nos sorprendemos de que el género del cuento pierda adeptos… Si das sucedáneos bajo el nombre de cuento, el lector puede acabar aborreciendo lo que lee y que cree que son cuentos.
Recapitulo: un cuento cuenta algo, cuenta un acontecimiento, algo que acaece. Un relato no cuenta nada, muestra sensaciones y emociones, y se pierde en la facundia narrativa eufónica. Una noveleta también cuenta algo pero novelando la historia, extendiéndose más allá de lo que entendemos como economía de recursos narrativos.
La noveleta tiene de cuento y de novela: mostrará facundia narrativa para contar la historia del protagonista a la vez que mantendrá características de los cuentos, como ausencia de subtramas y tratar con pocos personajes.
Tengo en la mesa el libro de narraciones cortas Aquí no eres un extraño, del estadounidense Adam Haslett. El volumen tiene 237 páginas y trae 9 historias:
- Notas para mi biógrafo consta de 23 páginas
- El fin de la guerra son 26 páginas
- El principio del dolor sólo tiene 16 páginas
- Devoción llega hasta las 22 páginas
- Reunión se ofrece en 19 páginas
- Premonición se extiende por 25 páginas
- Los asuntos de mi padre ocupa 26 páginas
- El buen doctor necesita 22 páginas
- El voluntario se va hasta las 43 páginas
Alguien tiene que decirlo: ESTO NO SON CUENTOS.
Unas ficciones me han gustado más que otras (por supuesto), pero en general me han gustado. Ha sido una buena inversión, en euros y en tiempo. Estoy contento de haberlo comprado y de haberlo leído. Pero son 9 noveletas lo que Adam Haslett ofrece al lector, no 9 cuentos.
El motivo de que haya sido incapaz o no le haya dado la gana de narrar sus ficciones en 10 ó 12 páginas habrá que preguntárselo a él.
»» En el próximo artículo te explico a qué llamo novelar una historia breve.
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Cuento, relato, noveleta – Qué cuento