Me ha enviado una amiga cuentoherida un texto que se ha publicado a finales de septiembre del año pasado en una famosil web de consumo de libros.
El epígrafe bajo el que publican el texto en esa web es el de CUENTOS, pero para introducirlo el becario del turno dice: «A continuación reproducimos un relato inédito de María Cabré, Infierno» (el destacado es mío). Queda dicho, pues, título y autora. Y también que para quien gestiona esa sección le da lo mismo cuento que relato.
Los lectores en general y los críticos literarios en particular no tienen claro qué es y hasta dónde llega el género literario del cuento, y agrupan toda narrativa breve bajo la misma etiqueta: ‘relato’.
Hasta ahora yo abominaba del hiperónimo «relato» para referirse sistemáticamente a los cuentos. Pero hace una semana he escrito una reflexión (podía haberla hecho más corta pero no me ha dado la gana) donde apunto que llamaré relatos a aquellos textos narrativos que no cuentan nada y sólo muestran una situación: los personajes se mueven por ella, pero NO OCURRE NADA; estos textos narrativos carecen de una de las señas de identidad del cuento: el acontecimiento. Muchas idas y venidas, muchas vueltas y revueltas, tras las cuales los protagonistas y los lectores se quedan exactamente igual que estaban al principio.
Así, digo que Infierno, de María Cabré, NO ES UN CUENTO (al final el becario del turno tenía razón…).
Salpimentado de situaciones, tan sólo puedo decir lo que cualquier lectora consumista sin interés por la crítica literaria: «está bien escrito». Pero este texto no es un cuento porque no nos cuenta nada: es un relato de situación donde nada ocurre: cuando se termina todo sigue igual, y de su lectura el lector no puede extraer ninguna enseñanza que le aproveche para hacer frente a la realidad que nos ha tocado.
Imaginemos que los lectores somos ratones que queremos ponerle un cascabel al gato, y alguien escribe un relato en el que se nos dice que el gato es un gato. Ya lo sabíamos antes incluso de que se escribiera el relato. ¿Para qué tomarse la molestia entonces?
Y es que escrito en pleno siglo XXI es un texto que dice muy poco de los alcances de la autora. De haberse escrito hace cincuenta años la apreciación hubiera sido diferente porque contaría una situación que sería ‘prudente’ no ver. Pero venir a morder a la loba cuando está muerta es de cobardes y de mediocres. Para mayor desdoro, una cohorte de fanes afines jalean su machada en los comentarios: media docena escasa el mismo día de su publicación, 28 de septiembre, más dos que llegan tarde a la consagración.
No paso yo en estas cumbres nevadas de mi vida por santurrón meapilas ni por mojigato gazmoño, así que no me quedaré sin decir que este texto es un ataque gratuito y a deshora al clero y a la Iglesia. Se me hace evidente que con este relato la autora busca el aplauso de alguna cohorte ideológica concreta.
Teniendo como protagonista un curilla de pueblo se nos relata un rosario de depravaciones sexuales, que lo serán o no en función de quién las perpetre: si es cura son depravaciones, si es artista zurdo son orientaciones.
Un inasible y delicuescente tufillo que destila me hace sospechar que esta estética emética puede que provenga de una mala digestión del menú ideológico de un clan faccioso y banderizado en el que la autora quizá busca medrar con esta malsinería trasnochada (desconozco la tribu urbana a la que pretende agradar, pero tiene este relato un percudido husmo servil).
A estas alturas de la película tachar a un cura de bisexual rijoso, de pederasta vicioso, de violador asqueroso y de asesino ominoso no creo que escandalice ni espante siquiera a viejas beatas, que tampoco lo van a leer habida cuenta del medio en el que se ofrece.
Tampoco es novedad que el alcalde sea maricón (aunque esta orientación del político sólo se insinúa). No hay más que mirar a nuestro alrededor para comprobar que las Administra(i)ciones se han llenado de homosexuales y lesbianas en toda la verticalidad del organigrama que se complacen en germinar grupos de cabildeo para acoso y derribo de quienes les hacen frente por cabildear; pero de esto no se habla porque esa loba muerde: existen la misandria, la heterofobia y la machofobia (entendida por la sexta acepción que hace el DRAE del lema macho en su primera entrada). Pero escribiendo de ello no te publican en webs que potencian la lectura consumista, esto es, lecturas de temas momentistas, confluyentes con la corriente de opinión dominante.
Salir en 2022 a contar que el cura es un poder fáctico y omnímodo en un pueblo donde existen los whats app (sic) demuestra que la autora es una tardeasomas. Aunque el relato fuera de hace tres años, el detalle del WhatsApp sitúa lo que no es más que un chisme en los días que corren, por lo que invalida el argumento de un acercamiento al tema desde la distancia. Su bisoñez la ha llevado a hacer una entrada cuando el balón no está en juego: tarjeta roja y a la ducha. No ha visto que victimiza a su objetivo confiriéndole aura de mártir.
Si esta mujer ‘sinhacer’ quiere saber qué es la literatura la remito a leer el final de este artículo, y si quiere saber qué es escribir en sazón queda invitada para deslindar el preámbulo que introduce a este cuento. Y si quiere saber qué se siente mordiendo al lobo cuando es fiero y vigoroso, que indague sobre el autor de este cuento y lo que le ocurrió cuando le otorgaron el Premio Ciudad de San Sebastián en 1968. Y cómo fue su vida sentado ante las teclas en una geografía inhóspita.
A esta chiquita le dedico la canción de Chenoa: «Cuando tú vas, yo vengo de allí/Cuando yo voy, tú todavía estás aquí» por haber alumbrado tan cándida sinsorgada. Otra treintalescente para el pote… Y es que el futuro que nos asuela es preocupante si así son las nuevas elites intelectuales: ignorantes, toscas y palmeras.
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La Hermandad de los Espumosos – Losange Sable