La Hermandad de los Espumosos

13 de abril de 2024

El concepto de hermandad no necesita explicación. Del de espumosos daré una matización. La espuma es aquello que produce una materia pero que «carece de importancia, consistencia o profundidad» en esa materia.

La hermandad de los espumosos es la junta de personas que en el ámbito de una materia merodean por el entorno sin entrar en profundidades, por lo que suena inconsistente lo que dicen y es de escasa importancia lo que hacen en la materia que tratan.

En la cuentística española existe una hermandad de espumosos que nunca terminan de entrar en materia, que divagan, vegetan, se autoperciben como cuentistas y se adulan mutuamente. Y es que en materia de cuentos parece que todo está permitido precisamente por la ausencia de rigor que ennoblece a esta materia narrativa. Y aparecen los iluminados, que con el paso del tiempo forman una hermandad, apoyándose unos en otros para construir una catedral de espuma.

Critico a esos cuentistas que escriben composiciones cortas que hacen pasar por narrativas, pero que no cuentan nada por carecer de acontecimiento; son relatos que muestran una escena como si fuera un cuadro estático –un posado o una naturaleza muerta–, y refieren divagaciones, elucubraciones, ensoñaciones, vaguedades, evocaciones, reflexiones, sensaciones y emociones, textos pintados con bellos colores donde nada ocurre. O que cuentan con visajes y jeribeques absurdos e innecesarios lo que todos ya sabemos, lo cual es otra manera de no contar nada.

Relatar bien entrado el siglo XXI lo efímera que es la vida diciendo que los objetos que poseemos y que dan sentido a nuestra vida particular acabarán despersonalizados y descontextualizados en el contenedor de basura más cercano no es contar nada nuevo. Contar en 2023 sobre sobre un cura rijoso, homosexual, pederasta y adúltero, es lo mismo que no contar nada porque todos conocemos esa historia: la hemos leído en la prensa en sucesivas noticias en estas décadas atrás. Contar lo mismo, con mayor o menor arte, en los años setenta hubiera tenido un valor. ¿Qué sentido tiene contar lo que todo el mundo sabe cuando queda constancia escrita de ello en los diarios? El valor de la literatura no es confirmar lo que la sociedad sabe, sino decirle a la sociedad lo que no se puede decir en público. Al menos ese es el valor de la tradición literaria hispana: nuestra tradición literaria.

Leer un texto donde se dice que la sal sala y el azúcar endulza supone una pérdida de tiempo, por muchas palabras con reverberaciones eufónicas que se utilicen. Esos soniquetes literarios en los cuentos embotan el entendimiento. Las contorsiones literarias son bienvenidas en la poesía, donde es necesario cuadrar rimas, ritmos, métrica y acentos.

Vivimos tiempos donde al poemastro no se le exige guardar esas proporciones y donde los cuentistas retuercen sus textos buscando concatenaciones de palabras sinestésicas, retóricas y retumbantes: la poesía se convierte en «leprosa prosa» y los cuentos en «vacante cante». Sin contar nada, buscan la eufonía y la concatenación de ideas para que alguien las encuentre felices, como quien halla rebuscando en un cajón de sastre. Se pretende la sonrisa bocaliconamente cómplice del lector, llevándole al autoengaño de ‘sentirse’ inteligente por haber entendido unos guiños que de tan genéricos cualquiera puede identificarse con ellos. He dicho otras veces que ese es el secreto de los monólogos cómicos: yo te cuento, tú te identificas.

Tras estos textos de espuma un lector ávido de historias se queda harto del aire que ha tragado pero sediento de ficciones que le remuevan el ánimo. Sí encontrará eufonías… y enálages, hipálages, lítotes o sinestesias que le menearán el ánima. La cerveza quita la sed, su espuma no.

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