Parece que se ha abierto la veda de nuevo y jóvenes sin madurar que llegan a becarios en las editoriales encuentran quien les ríe las gracietas y les publica sus espasmos sin supervisión ninguna.
Está bien esto de llenar la nube, o la red, o la mar océana, de lo que a uno le sale del naipe. Yo hago lo mismo. Y por eso voy a meterle el bisturí de laaguja a un sinhacer próximo a la cuarentena que desde la ignorancia se ha atrevido a escribir sobre la posible decadencia que vive el cuento, según él, «sólo» en España.
El infeliz ha tenido la ocurrencia de quejarse de la escasa atención que el cuento recibe en nuestro país recurriendo a la leyenda negra. Este botarate, treintalescente inmaduro (o ignorante, tanto da), dice tamaña sarta de majaderías en tan corto espacio que merece un serio tirón de orejas, porque no entiendo cómo le pueden publicar esto.
Titula su artículo Mucho cuentista y poco cuento. Y lo suben a la Internet el 31 de mayo de este año en la web de una editorial pequeña que a buen seguro acaba de cerrarme las puertas por esta contra que estás leyendo.
Comienza con lítotes, contraponiendo el cuento a la novela cuando está queriendo decir que no deben compararse… No entiendo por qué hay que hacer referencia a la novela para decir lo que el cuento no es. Supone una memez del mismo calibre que decir hamburguesa vegana cuando se quiere obviar el consumo de carne.
Leamos el comienzo:
• El cuento NO es el telonero de la novela.
• NO es su primo menguado ni una especie de género subdesarrollado.
• NO es un ejercicio frívolo ni un pasatiempo para novelistas que quieran hacer caja entre novela y novela.
• El cuento NO debe ser mirado por la novela por encima del hombro.
Y este es el comienzo… literal (las mayúsculas y los subrayados son míos).
Sin salir del primer párrafo el tipo ya comienza a ‘negroleyendear’. Según él, en el resto del mundo entienden lo que para él no es el cuento meeeenos… en ESPAÑA. Mal empezamos… Veamos qué aduce para que los españoles no veamos lo que el resto del orbe ve tan claro, clarete, clarinete… Pues no lo dice inmediatamente y lo procrastina hasta un largo y angustioso tercer párrafo.
Escenifica en el segundo parágrafo el típico chiste del club de la comedia: España está lleno de cuentistas puesto que son cuentistas todos los políticos, celebridades, faranduleros y… no, de deportistas incapaces de terminarse un libro no dice nada. Remata la argumentación con la erosión que los banqueros realizan sobre los ahorros de los proletarios (los pobres, los llama).
Establece cual Internacional que los pobres de España sufrimos en silencio la maldad de los demás, peeeero… atención que en el siguiente párrafo este adalid de la progresía literaria, esa que espera cual maná gratuito el dinero del pueblo que les regala el mismo Estado que denostan y critican, va a cargar contra el proletariado soltando una retahíla de trivialidades, lugares comunes y sinsentidos.
¿Pero por qué será que el cuento no goza de reconocimiento en España?, se pregunta el autor cuyo nombre no voy citar por no embarrar esta bitácora mía en el ranqueo de los buscadores. Pues él mismito se contesta:
Pienso que sean nuestros genes imperiales, esos mismos que nos hicieron creer que la extensión territorial de un país es proporcional a su grandeza.
Y el memo este se ha ‘quedao’ tan ancho, ‘encantao’ de haberse conocido: «nuestros genes imperiales» son los responsables de que en España no se aprecie el género del cuento. Como si el imperialismo se transmitiera genéticamente. Como si el entramado socioeditorial no existiera. Como si ese entramado no manejara con su propaganda las prioridades lectoras de los meros consumidores de libros, que son legión.
Pero no ha acabado la exhibición de su ignorancia más ignorante, que diría el genial Miliki. En el mismo párrafo se lee:
(…) nuestra genética de país una vez imperial, non plus ultra, nos hace ser exagerados por naturaleza e impresionables por la extensión de las cosas (…).
¿Lo de impresionables no sería más bien al revés de lo que propone? La extensión de las cosas no debería impresionar al habitante de un imperio por estar acostumbrado a ello, digo yo.
Sin salir de este agotador y recursivo tercer párrafo prosigue con su atrevimiento sobrevenido por ignorancia:
(…) no es de extrañar que, por norma general, el que pensó una vez que la extensión de un territorio era proporcional a su grandeza, piense que la extensión de un libro es proporcional a su calidad.
Desafortunado símil… No encuentro relación entre la extensión de un territorio y la extensión de un libro… Quizá mentes desquiciadas sí den con la similitud.
Pero el zoquete se crece en este interminable tercer párrafo:
(…) porque el Español (sic) tiende por norma general a buscar el libro de mayor volumen y grosor.
Que digo yo que ese «Español» es también el pobre que los bancos esquilmaban en el segundo párrafo. Pero si el «Español» es tan idiota de comprar libros a peso es normal que le saqueen los bolsillos, ¿no?
Por fin salimos de este tercer párrafo, pero habiendo sido «abofeteados por la realidad» de la misma exacta forma en dos ocasiones casi consecutivas. Que me pregunto yo si este tipo se habrá releído reteniendo lo que escribe.
Avanza la demostración de estulticia de este autodenominado poeta por las agrestes sendas retóricas del cuarto párrafo:
De esa compresión (de la brevedad del cuento, supongo que quiere decir) surge la mayor precisión y da como resultado, en buenos escritores, unas prosas que por lo general suelen ser más poéticas que las que normalmente vemos en las novelas.
Prosas poéticas… Tooma oxímoron. No se arredra el hombre, embebido en el aporreo de las teclas, y remata el cuarto párrafo:
Son muy pocos los que lo han conseguido, y eso quiere decir que las bibliotecas están llenas de libros pobres en poesía, que es, se admita o no, lo que verdaderamente cualquier escritor quiere transmitir.
Ha quedado sentenciado: la poesía es superior a la narrativa porque cualquiera que empuñe una pluma debe buscar la lírica en sus textos, «se admita o no». A éste le basta con bellas palabras que no cuenten nada.
Confunde más adelante churras con merinas en un segundo espasmo negrolegendario:
(…) no somos un país prólijo (sic) en cuentistas ( honestos, que escriban el género narrativo del cuento ), ya que no es la existencia de grandes cuentistas la que provova (sic) el interés por este género, sino el interés por este género el que provoca que en un país vayan naciendo grandes cuentistas en gran cantidad.
Ignoro por qué dice que España no es prolija en cuentistas. Que él no conozca la nómina de cuentistas españoles, y que se limite a citar un puñadito que deben de haberle soplado, sólo demuestra la ignorancia de este aporreador de teclados. Le recomendaría, si me leyera, que se diera una vuelta por las antologías del cuento español que podrá encontrar a nada que busque. Con «darse una vuelta» no digo que se lea los índices, sino que lea antologías del cuento español en el siglo XX como las de Francisco García Pavón y José María Merino, o las que Alberto Alcamp ha dejado en Internet. A lo mejor así se entera de que no ha dado una.
Y es que debería haberse informado antes de hablar negativamente de España sin conocer su historia; antes de hablar de los escritores de España sin conocer sus obras; de meter a todos en la misma maleta sin saber si viajaron al exilio o se acomodaron al régimen político; de decir que en España no funciona la narrativa breve porque tenemos «genética imperialista» sin haberse tomado la molestia de analizar el sector; en definitiva, debería de haberse informado antes de escribir la sarta de sandeces tan desopilantes como dañinas que se pueden leer en escasos diez párrafos.
Pero quiero apuntar algo más pues ha hecho referencia, quizá sin saberlo, a un axioma deportivo, y lo ha desvirtuado por incompetencia manifiesta: de la cantidad sale la calidad, de la calidad surge la elite, y la elite llama a la cantidad. Así ha sido y así será. Cantidad y calidad se retroalimentan mutuamente teniendo como catalizador las elites, que visibilizan la actividad de que se trate.
Y aun antes de rematar con una frase contradictoria con sus desnortados asertos tiene tiempo para dejar un párrafo preocupante para mí…
Humildemente, desde mi nadiedad, quiero romper una lanza a favor del cuento. Y dicho así: el cuento. Porque con el nombre de ” relato ” a veces se intenta dignificar el género, darle seriedad e intentar alejarlo de la asociación con los cuentos infantiles. No es un sinónimo, sino un eufemismo.
Comienza con un yopecador (no he encontrado nadiedad en ningún diccionario), y termina el muy majadero copiándome el discurso: cuentos sí, relatos no.
Pues, chaval, ignoro si me has leído en alguna de las intervenciones que vengo haciendo, pero te invito a que leas la serie de tres artículos que he escrito a comienzos de esta semana para que te pongas al día con el cambio de paradigma.
En resumen, un artículo tan confuso como falaz, tan contraproducente como ineficaz.
Y ojo que en la semblanza que aporta al final, donde se refiere a sí mismo en tercera persona (lo que le permite mirlarse), amenaza con que «actualmente se encuentra ultimando un ensayo». Miedo dan estas mentes sin el freno de la vergüenza y sin la dirección del conocimiento.
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