Este año puede que –y esta vez de verdad– se haya roto algo en las entrañas del cuento: del género del cuento, digo, que es al que me dedico.
Parecía un hecho inamovible que el género narrativo corto gozaba de extraordinaria salud en Hispanoamérica. Al menos esa es la percepción generalizada que tenemos desde España. Pero como nos recuerda el Tao, todo cambia, nada permanece.
Las señales, para quien quiera buscarlas, están presentes en el Encuentro Internacional de Cuentistas que organiza la FIL de Guadalajara y que se pudo seguir por Internet.
En la entrevista inaugural, Sergio Ramírez, reconocido cuentista, Premio Cervantes 2017, lanzó un aviso:
«“Es un error editorial no impulsar el cuento”, reclama desde la FIL Sergio Ramírez».
Puedes ver las cuatro sesiones del Encuentro Internacional de Cuentistas filmadas por la propia Feria Internacional del Libro de Guadalajara. En esta misma bitácora tengo enlazados los vídeos de la edición 2022.
Me llamó la atención el aviso de tan magno cuentista. ¿Por qué lo ha dicho? Si nuestra percepción es cierta y el cuento goza de salud en Hispanoamérica, ¿se estaría refiriendo a las editoriales españolas?
Sería justo pensarlo así, pues Sergio Ramírez, impedido de regresar a su país, donde gobierna un matrimonio compuesto por un tirano y una sátrapa, vive en España si mal no recuerdo.
Pero repasando el vídeo a mí me da la sensación de que Ramírez pretende enviar un aviso a todo el entramado editorial en español a ambos lados del Atlántico. Y quién mejor que él para saber cómo anda el pulso del cuento aquí y allá.
En la segunda sesión, ya con la clásica escenografía del Encuentro Internacional de Cuentistas, una rueda con tres jóvenes cuentistas en vías de reconocimiento (es evidente que no son primeros espadas) vuelvo a sentir una réplica del sismo en las preguntas del público. Claro que todavía no es un terremoto de gran magnitud, pero los indicadores parece que señalan movimiento en el interior de la corteza editorial del cuento en español.
Ve los vídeos y opina por ti mismo.
* * *
Yo, como diletante cuentista, he detectado una serie de circunstancias que impiden el reconocimiento del género en la hispanosfera. Las voy a enumerar y luego, contando con tu paciencia, a analizar:
- Falta de reconocimiento literario
- Falta de autoestima
- Falta de medios
- Falta de reconocimiento editorial
- Falta de calidad
Como el artículo sería casi un tesina (al menos en extensión) lo mejor será que haga una serie, un artículo para explicar cada uno de estos puntos, porque en lugar de un artículo va a quedarme un ensayo, modestia (que no tengo) aparte.
La modestia es la virtud de los mediocres, dijo el vate.
1)- Falta de reconocimiento literario.
Observo que desde hace años, y sistemáticamente, se huye del término CUENTO. En España parece que suena más importante, o quizá más adulto, decir RELATO.
Pero ya lo he explicado en esta bitácora hasta aburrirme. Relato es un hiperónimo de cuento… y de novela, y de fábula, y de crónica, y de biografía…
Existen cuentistas, no existen relatistas.
Decimos «abuela, cuéntame un cuento», nadie dice «abuela, cuéntame un relato». ¿Por qué entonces hay quienes complican esta realidad introduciendo una perífrasis?
El motivo, me parece a mí, es que tanto lectores como cuentistas tratan de no verse encasillados en la temática infantil. Pero el cuento infantil es sólo una de las múltiples temáticas que pueden abordarse con los cuentos. Así tenemos cuentos eróticos, cuentos de terror, cuentos de ciencia ficción, cuentos bélicos, cuentos del oeste, cuentos de la mar, incluso hay cuentos pornográficos… tan alejados todos ellos de la temática infantil. Incluso el cuento realista es una temática no dirigida a niños: las tribulaciones sociales están (y así debe ser) fuera de la mente infantil.
Viendo que por vergüenza se esconde que uno lee o/y escribe cuentos, las editoriales españolas también empezaron a utilizar el término «relatos» para vender el producto. Pero luego van y titulan CUENTOS COMPLETOS cuando hacen la edición pertinente de Chéjov, Quiroga, Poe, Maupassant, Hemingway, Cortázar…
Cuentos completos de Emilia Pardo Bazán, sí… ¿pero por qué el libro está compuesto por «relatos» y no por cuentos?
El hiperónimo ha fagocitado al hipónimo por un escrúpulo gazmoño. Esto genera confusión en el lector. ¿Qué estoy leyendo, cuentos o relatos? ¿Qué tengo que pedir en la librería, relatos o cuentos? Además, a ese lector le explicaron en el instituto que el género narrativo está compuesto por los subgéneros novela y cuento –amén de otros subgéneros como la epopeya o el cantar de gesta, ciertamente en desuso estos dos últimos, pero que siguen existiendo, Ilíada mediante–. Pero en su época de estudiante nadie le habló de «relatos». ¿De dónde han salido ahora «los relatos»?
Si por cuentos únicamente se entiende el cuento infantil y alguien quiere leer textos para adultos, entonces, ¿por qué va a comprar los Cuentos completos de Ignacio Aldecoa? Pero Aldecoa no escribió cuentos para niños. Sus cuentos, sin ser truculentos, no son para niños por la sencilla razón de que un niño no alcanza a entender ni el lenguaje ni las implicaciones que pueden esconderse detrás de un cuento como Young Sánchez, un cuento deportivo… y mucho mucho más.
Hasta hace unos años, en Hispanoamérica siempre se les ha llamado cuentos. Si veíamos una entrevista a un cuentista hispanoamericano, oíamos que siempre decía «mis cuentos». De un tiempo a esta parte los hispanoamericanos, contaminados por la estupidez española, dicen relatos. Empezaron a usarlo como alternativa para no repetir «cuento», pero han acabado absorbiendo el término y hasta ellos se lían: soy cuentista, escribo relatos, y cuando hago una presentación y me piden que les lea un relato, yo les cuento uno de mis cuentos.
Esta indefinición, esta ambigüedad, este marear el concepto, para mi está en el origen de esta tormenta que Sergio Ramírez ha detectado. Pero es que el propio Ramírez, en su entrevista, los llama «short story», relato corto, cuento corto… Se promociona así la indefinición… Es el propio Ramírez, sin darse plenamente cuenta, quien la potencia con su verborreica sinonimia.
Corto y largo son términos relativos, comparativos. Un texto es más corto que otro texto y más largo que un tercero. ¿Cuándo un cuento es corto y cuándo es largo? ¿Cómo se mide? ¿Existe un número concreto de páginas o de palabras a partir de las cuales el texto es largo? ¿Más de diez páginas, más de 10.000 palabras? ¿Por qué Ramírez habla de cuento corto? ¿No será liar más la madeja? Para el maestro de cuentistas Meliano Peraile no existían cuentos largos… ni cortos.
Un cuento no se calibra a peso. Ya lo he explicado en este artículo que me publicaron en República de las Letras.
En mi opinión, la indefinición, el cacao, la empanada mental, la descolocación, la confusión es tan grande que ha empezado a afectar al propio género que se vende, no lo olvidemos, como un PRODUCTO en un MERCADO, el mercado literario, y en consecuencia ha comenzado a depreciarse su valor y devaluarse en su estima general.
Vas a la panadería cuando quieres comprar pan. Puede ser muy bucólico llamarlas tahonas (en realidad una tahona es un molino de harina), pero el pan se vende en las panaderías. Y en algunas panaderías también puedes comprar harina para hacerte tu pan. Pero como empecemos a llamar harina al pan, pasado un tiempo nos acabaremos liando (cuando tu madre te mande a por harina). Y eso que pan y harina son conceptos más concretos que el de cuento (el cuento no son las páginas del libro con las letras impresas… en esas páginas tienes una copia de una transcripción del cuento que un autor ha ideado).
Es una lástima que no haya una instancia, un sanedrín, una Academia del Cuento, donde abogar por unificar criterios en torno a palabras tan bellas como son CUENTO y CUENTISTA.
Creo que redundaría en beneficio de la estimación del género a este lado del Atlántico y al otro. Porque el género sigue llamándose CUENTO.
Los panolis dicen relato creyendo que así dejan claro que son adultos y que no leen cuentos infantiles. Y el contagio ha llegado al punto de que ni los propios autores saben cómo deben llamar a su arte.
Lo cierto es que si fuera esta la única circunstancia, tendría sencilla (que no fácil) solución (pues siempre hay contumaces y recalcitrantes). Las alarmas han saltado y, de ser ciertas, los problemas estructurales no suelen tener un único origen.
Veamos entonces más motivos que minan la salud de un género que parece estar diseñado para la vertiginosa vida del siglo XXI, aunque algunos se obstinan en lo que en política se llama ahora «el relato».
En la próxima entrega te hablaré de:
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