Piedras en el tejado (1)

6 de diciembre de 2020

Recuerdo haber leído que Cervantes vendió sus derechos de la segunda parte del Quijote a un impresor —que oficiaba de editor— por una cantidad fija. Lo había leído en Internet hace tiempo pero ahora no lo encuentro. Es posible que fuera este texto pero pudo haber sido cualquier otro.

La imprenta llevaba siglo y medio inventada y las prácticas editoriales ya tenían un recorrido consolidado.

Traslademos a las circunstancias actuales una venta al estilo de la que hizo Cervantes.

Imagina un buen libro, al que se le auguran unas ventas estupendas, de un escritor conocido con un público fidelizado. El escritor vende sus derechos a un editor por, pongamos, diez mil euros… ponle veinte mil si te parece mejor, que no voy a ser cicatero en este ejercicio teórico. Supongo que Cervantes no obtuvo con su venta un poder adquisitivo parangonable, pero ese es otro cantar. Porque Cervantes no era un profesional como lo entendemos hoy. No vivía de su obra y debía seguir trabajando en el siglo. Lo cual le mantenía conectado con el mundo que le tocó vivir, pero esa también es otra cuestión…

Una vez hecha la compra de los derechos de edición, el editor invierte dinero para tratar de maximizar los beneficios de su inversión inicial. Ha apostado por ese libro, dobla y redobla esfuerzos, y si consigue vender, pongamos, cien mil ejemplares de un autor reconocido (recuerda que esto es un ejercicio teórico) a veinte euros cada libro, una multiplicación sencilla te dará la facturación del editor. De ahí habrá que descontar todos los gastos que genera la cadena del libro, pero el escritor ya está pagado con sus veinte mil y lleva tiempo durmiendo tranquilo, despreocupado… u ocupado en su siguiente obra.

Pero si las ventas del libro no funcionan como el editor ha previsto y, además de pagar todos los gastos de impresión, promoción y distribución, no logra vender siquiera mil libros, tiene las pérdidas aseguradas y verá su negocio amenazado.

En algún momento de la historia este sistema ha cambiado. En el siglo XXI el escritor vende sus derechos de edición por una participación en las ventas, legalmente un 10%. El editor sigue asumiendo unos riesgos, pero no está preocupado por pagar al escritor: ya le pagará con el dinero de las ventas.

Te dejo aquí un artículo sobre los derechos de autor y su evolución desde los tiempos de Cervantes.

Este cambio contractual lleva aparejados cambios estructurales y conceptuales. Con la implantación de este nuevo sistema se han desarrollado estrategias adecuadas para jugar con las nuevas reglas (somos homo ludens y jugamos con todo, desde el apareamiento al comercio pasando por la alimentación).

Quizá el cambio más evidente sea que el escritor ha pasado de ser artista a ser artesano. Igual que el pastelero, igual que el zapatero. Tanto vende, tanto gana.

Como consecuencia el interés del escritor pasa a centrarse más en vender y no tanto en posicionarse como un gran escritor en el imaginario colectivo con vistas a obtener mejores retribuciones en el futuro. Esto es así porque ventas y calidad no van de la mano. Si el trabajo es malo pero se vende, vale bien. Si es basura pero se vende, vale también. Si es bazofia que las masas tragan, engorda la bolsa igualmente. Demos al pueblo lo que le gusta deglutir aunque no alimente su cultura ni su vis crítica.

El objetivo se desplaza hacia fronteras difusas: de vender calidad para que los editores se rifen las siguientes obras del escritor, a sólo vender cantidad. Vendiendo, ambos quedarán contentos, editor y escritor. Si del libro se vende un millón de ejemplares en todo el mundo, a veinte euros cada libro, al autor le corresponderán dos euros por ejemplar, lo que supondrá dos millones de euros para su cartera. Sin duda se los merece (en este ejercicio teórico). Pero poco le importa que sea bueno, sea útil, sea literatura, o sólo unas líneas garrapateadas.

Si quien firma no es escritor, sino un afamado personaje del mundo de la política o de la farándula (en estos tiempos se mezclan y se tratan igual), el libro alcanzará grandes ventas que reportarán pingües beneficios, aunque se trate de una absurda colección de anécdotas personales que a nadie interesan, salvo a un vulgo ávido de shows televisivos.

Un escritor, consagrado o desconocido, también asume que a mayores ventas más dinero se embolsa. Empezaremos a ver prácticas poco éticas como la que envuelve estos días a la nobel y pesetera Glück. Que sí hombre, que tiene que comer, pero nos ha quedado claro que los poetas también dejan aparcado el arte para correr a comprarse una casa (lee los enlaces); recuerda, de artista a artesano.

El sistema actual no evita torticeras prácticas que arrojan oscuridad sobre el mundo editorial: se demora o se evita ofrecer al escritor puntualmente los estadillos del volumen de ventas alcanzado; o se dan retrasos considerables, cuando no impagos, en los porcentajes adeudados. Se adeudan porque el escritor ha dejado de cobrar su dinero por adelantado como hiciera Cervantes.

También, pero ahora no es el momento, se ven reclamaciones en el mundo digital que quizá con el antiguo sistema no se darían… Con las reglas actuales todo suma para la buchaca y nadie se da por satisfecho con las ventas alcanzadas: todos queremos más. De esto he hablando en este enlace, por lo que no abundaré en ello.

Me vas a decir que no es posible volver al sistema antiguo… Te diré que no es posible en los autores consagrados, que no se van a contentar con cincuenta mil euros por la venta de su libro a un editor cuando unas ventas internacionales lo situarán en una posición económica más que desahogada. Digamos que estos autores juegan en una de las grandesligas (relee mi artículo del último enlace).

Ya querría la décima parte de esos cincuenta mil euros un escritor que comienza. Vendería los derechos de edición de su libro sin esperar a saber de las ventas. Sin prestar una crematística atención al volumen de ejemplares vendidos (zozobra que se ahorraría). Probablemente pensaría que si pita la suerte y la editorial vende treinta mil ejemplares, ya le pedirán más obras, y entonces jugará con las reglas de la liga de primera (aún le faltaría para debutar en las grandesligas).

Lógico, normal, entendible que una vez haya triunfado quiera un porcentaje de las ventas. Pero, repito, eso aleja al escritor del artista y lo convierte en un artesano: tanto vendes, tanto ganas. Como el sastre, como el panadero. Pero un escritor se mueve en el arte llamado literatura… ¿o no?

((Este artículo continuará con una propuesta en una segunda parte que enlazaré aquí cuando lo publique. Estate atento a las actualizaciones del blog suscribiéndote o siguiéndome por Facebook. Busca cómo en la barra vertical de la derecha)).

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