Premios Nobel de la filosofía a la política

10 de octubre de 2020

Acaban de otorgar el Nobel de Literatura 2020 a una poetisa… perdón, a una poeta (ahora está mal decir poetisa, qué cosas).

Los poemas suyos que he podido leer en la prensa no me gustan, no los entiendo, no me dicen nada. Ignoro si es que soy tonto o soy un insensible, aunque en mi estupidez quiero pensar que soy el niño del cuento El traje nuevo del emperador que todos deberían conocer.

No voy a opinar sobre la calidad de unas líneas. Sería de majaderos. A mí no me gustan. A una amiga que entiende de poesía mucho más que yo tampoco le han gustado esos poemas escogidos (que no poesía).

Rime o no rime, me guste o no me guste, me parezcan una ristra de palabras que casan sin sentido o sean la quintaesencia del arte, lo cierto es que la señora Glück es la flamante Premio Nobel 2020 de Literatura.

Aunque sí me parece vergonzoso que a quien han otorgado tan eximio galardón «Por su inconfundible voz poética, que, con una belleza austera, convierte en universal la existencia individual», se descuelgue con todo el materialismo que le ha sido posible:

«Respecto a mi primera impresión al saber que me concedían el Nobel es que quería comprar otra casa, una casa en Vermont. Ahora tengo una propiedad en Cambridge, pero Vermont me agrada más. Entonces pensé ‘bueno, pues ahora sí puedo comprar esa casa’».

Con dos roncones, que dicen los gaiteros asturianos. (Bonus, un poema más en este último enlace).

Tras decir lo obvio, sus primeras palabras han sido para echar mierda sobre otros premiados, lo segundo fue intentar sacar la pata que acababa de meter, y lo tercero fue responder a sus ansias inmobiliarias desde su nuevo estatus económico. ¿Es estúpida Louise Glück? Pues depende de lo que entendamos por estúpida. A lo mejor sólo está aleccionada por el grupo de cabildeo que le ha conseguido el Nobel. Desde luego no es su misión enjuiciar a otros premiados. Debería pensar que para los del otro bando ella tampoco será agradable. A los 77 años, se espera que un premio Nobel tenga la cabeza mejor amueblada.

Patinazos de la premiada aparte, mi artículo va a pinchar laaguja en lo que significan los premios hoy en día, ya sean los Nobel o los de un instituto de pueblo.

Los premios deberían mantenerse fieles a la filosofía con que han sido creados. Lo cual implica que alguien debe haber constituido los premios en base a una idea concreta que debería haber quedado recogida en unos estatutos. Esa será la filosofía, el objetivo moral a que se encamina la constitución del premio.

Pero los premios, desde el Nobel a los de un instituto de barrio pobre, se rigen por políticas, por intereses materiales. No hablo de la política que enfangan diestros rufianes y zurdos mangantes, sino de los intereses que dirigen el otorgamiento del premio.

Los premios se otorgan o se conceden en base a los intereses de las personas que los organizan. Si interesa premiar a alguien de fuera de las fronteras patrias para adquirir la etiqueta de premio internacional, pues se premia sin rubor, sin tener en cuenta la calidad del objeto premiado ni la de los concurrentes.

Si interesa a la editorial que los respalda que se premie a un individuo o individua de un país concreto para establecerse allí, pues se premia alguien de ese país. Si interesa que la hija del director del instituto gane el concurso de tartas, pues se le premia una mierda de tarta para la que la base ha sido comprada y descongelada.

Da igual que compitas con calidad, si el interés de los que componen el jurado es congraciarse con el director, o complacer el objetivo empresarial de la editorial, o ganar prestigio, o quizá, como me temo que está ocurriendo con los Nobel de Literatura, para compensar errores, para afear a dirigentes políticos tramposos, para contrarrestar derivas, para libar paridades (un pene, una vagina, un pene, una vagina)… En definitiva, para alcanzar intereses y no para mantener filosofías.

Parece que desde el despropósito de premiar a Bob Dylan los Nobel de Literatura están tocados en su línea de flotación. Van a la deriva sabedores de que todos asumen: uno, que no se puede contentar a todos en el mismo año, y dos, que el arte es subjetivo. Y si no te gustan los poemas de la Glück, pues ella se va a comprar una casa nueva con la pasta gansa que supone el metálico del premio. Nada de gestos altruistas como donarlo a los más necesitados, o a los damnificados de una guerra, o a salvar las ballenas o a abastecer de comida a los loros; ella se va a comprar OTRA casa. Y está muy bien que así lo haga porque el dinero es suyo. Al fin y al cabo la han premiado por no sé qué de la «existencia individual», lo que casa a la perfección con comprarse una nueva casa, pues va a mejorar su existencia individual.

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