Me vengo fijando en las entrevistas que se hacen a escritores noveles, prestando atención a las preguntas y planteándome las respuestas que yo daría.
Y ha habido una pregunta que me ha llamado la atención y me ha puesto a pensar.
Sería incapaz de dar la respuesta de plástico que espera el entorno literario. Va en contra de mi naturaleza. Si no quieres saber qué pienso no me preguntes qué pienso… Ni siquiera utilizando otras formas como ¿qué te parecería…? o ¿cómo reaccionarías…? o ¿qué crees que…?
Responderé lo que pienso sin importarme si doy la respuesta esperada. Por supuesto que sé utilizar, cuando la situación lo requiere, la única mentira que puede presentarse con un traje decente, que es la mentira piadosa. Pero este no es el caso.
No recuerdo el tenor literal de la pregunta pero creo ser fiel a su espíritu (recordemos que se la hacen a un escritor novel): ¿qué te parecería si de repente vieras que tu libro se ha replicado y se ofrece gratuitamente en Internet?
El hombre entrevistado dio la respuesta acertada y se encendió la bombillita, pero yo paré el vídeo…
Mi respuesta, que aunque no te interese la voy a dejar aquí como baliza fijada en el tiempo, hubiera sido:
Pues estaría encantado de que mi libro se replicara sin mi permiso y se repartiera gratis y tuviera miles de descargas.
Pero como calculo la cara de horror de quien hace la entrevista, me aprestaría a matizar.
Creo que los escritores que publican tienen ante si tres estadios, aunque la inmensa mayoría no pasan al segundo, y una muy pequeña fracción alcanza al tercer peldaño.
Cuando un escritor publica por primera vez es un escritor desconocido. Pongamos este nombre a este PRIMER ESTADIO: el escritor desconocido.
Habría un ESTADIO CERO, como en la desescalada del Petrolas, donde un escritor que no publica es un escritor inédito. Aunque es tan escritor como el que publica, al igual que ese vecino que sale todas las mañanas a correr cuarenta minutos a buen ritmo y jamás se inscribirá en una carrera es un corredor o un atleta. Pero ni le interesa competir ni le interesa participar.
Existen muchos escritores en el estadio cero, y es tan respetable la decisión de no publicar como la de adentrarse en el estadio uno para no abandonar nunca sus estratos más bajos. Pero todos los que deciden adentrarse en el primer estadio, el del escritor desconocido, buscan –aunque pueden tener diferentes motivos– ser leídos más allá del grupo de amistades y familiares.
Así las cosas, que una obra del escritor desconocido sea replicada y repartida gratuitamente con miles de descargas será siempre un halago. Y de ahí mi respuesta que partiría la entrevista.
Ahora bien, si la obra es ampliamente leída y se reconoce su calidad, porque gusta, el escritor alcanza el SEGUNDO ESTADIO, el del escritor reconocido.
En este estadio, donde el reconocimiento social es amplio, cada descarga ilegal, cada fusilamiento del libro en la fotocopiadora, resta ingresos. Y si la obra es ampliamente difundida sin que el escritor reconocido perciba lo que le corresponde por sus derechos de autor, empezará a preguntarse para qué escribe. Aunque por ley, al menos en España, tan sólo le corresponde un 10% del precio de venta al público de cada libro, los granos van haciendo granero.
Porque mientras los demás se deleitan leyendo su obra, él tiene que hacer frente a unos gastos: pagar el ordenador (y sus periféricos, más la tinta y los folios), el SAI si vive en zona rural, la tasa pública en el registro de la propiedad intelectual, los viajes que hace para documentarse, o para visitar al editor a fin de estrechar lazos, o para acudir a las presentaciones de su obra… Su actividad ha dejado de ser la de un aficionado –aunque aún no sea un profesional que pueda vivir de ello– y escribir y publicar le genera unos gastos que sería justo que quedaran cubiertos con los derechos de autor que le pertenecen por alumbrar su obra.
En este segundo estadio conviven el escritor amateur y el profesional, porque estos tres estadios de los que estoy hablando no atienden a la calidad de lo que se escribe, ni siquiera a la trascendencia de la obra. Estos tres estadios tratan sobre cómo la obra del escritor llega a la sociedad.
Por eso he dicho al principio que muy poquitos alcanzan el TERCER ESTADIO, el que voy a llamar del escritor dorado. No se trata del escritor de superventas (vulgo best sellers). Algunos escritores de superventas permanecen en el segundo estadio y algunos pasan al tercero; y algunos que alcanzan este tercer escalón no han escrito aún un superventas.
Al escritor que se asienta en este tercer estadio tampoco le va a importar que se reproduzca su obra sin su permiso. Al contrario, lo verá como un hecho halagüeño.
Y es que tiene potencia de convertirse en escritor dorado aquél al que le han adquirido los derechos cinematográficos de su obra, con lo cual entra en otra dimensión: la de las Grandes Ligas.
La primera vez que ocurre, el escritor nada entre dos aguas, o por mejor decir, entre dos estadios. Y es posible que se quede en el estadio dos y no salga de ahí porque la carambola no se vuelva a producir. Pero si es hábil y logra entablar relaciones con la industria cinematográfica, aprenderá a escribir con vistas a que su obra se haga interesante para la filmación, tanto cinematográfica como televisiva. Filmada, su obra se da a conocer a un público más amplio y sus ingresos se multiplicarán por diez con el mismo esfuerzo.
Si la historia se repite, y sobre todo si vuelve a repetirse –dos, tres veces– el escritor aprende a utilizar su obra literaria como promoción de la película o serie que vendrá después, que es la que le aportará pigües beneficios. Y aunque existan muchas reproducciones de su obra sin su permiso, el escritor dorado se mostrará encantado, pues estará llegando con su obra a muchas personas que luego querrán ver la película.
Su nombre se irá haciendo cada vez más popular y puede llegar a crearse un fandom en torno a él, con lo que se reeditarán y revalorizarán sus primeras obras, y los fans pagarán por poseer el libro (objeto de colección) y no una copia digital gratuita, que por ser digital el escritor dorado no puede firmarla manuscritamente, (con lo que eso revaloriza el objeto libro).
Junto con el escritor dorado también estará feliz su editor, que tendrá fijado en el contrato de edición un porcentaje de los derechos cinematográficos, y ambos se frotarán las manos con los pingües ingresos que se ven en lontananza: los cinematográficos y los de promoción comercial (merchandising), más la revalorización de los libros anteriores y futuros (reediciones de la obra del autor), sin olvidarnos de las traducciones (incluidos idiomas exóticos).
Con la popularidad al escritor dorado le llegan también invitaciones (pagadas, por supuesto) para impartir conferencias, ponencias, clases magistrales, y debatir en mesas redondas, charlas y coloquios, en la tele, en la radio, en las universidades de España y de América, y de Europa… Pero para que lleguen esas invitaciones el escritor dorado precisa que su nombre esté permanentemente en candelero, y la distribución de copias no autorizadas de sus obras contribuye a mantener su caché en constante fermentación.
Así vemos que tanto en el estadio uno como en el tres, la amplia difusión gratuita y sin permiso de la obra beneficia al escritor, y que solamente en el estadio dos, un amplísimo número de escritores echarán pestes porque ven que se les escapan unas monedas que con toda justicia les pertenecen.
No desdeñemos al escritor inédito, el del estadio cero. Pueden existir muy buenos autores que escriben para familiares y amistades, de los que nunca tendremos noticia. Y puede ocurrir que al morir, sus amigos sí quemen sus cuentos, o que sus cuentos lleven casi cien años en la maleta verde que partió sola en el tren. Respetemos a quien no busca mieles y neones, ni le interesa mercantilizar su obra y su nombre en un mundo rapaz.
Un comentario
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