Con la ley hemos topado, Sancho…

9 de enero de 2022

Enriquete, de niño, pastoreaba ovejas. Guiaba una cabaña de más de doscientas reses. Cierta anochecida hizo un experimento, con el rebaño manso en el redil de montaña. El ganado rumiaba hacinado y se mecía en silencio. La catinga embotaba el olfato de Enriquete el niño. Se agachó tras las ovejas cercanas e imitó un balido. Tras balar dos veces, una oveja, en el centro del rebaño, baló… Y Enriquete el pastorcillo no tuvo que esperar para que otra oveja devolviera la voz ovina. Al cabo de un rato el rebaño balaba aquí y allá, y un momento después el balido colectivo se hizo ensordecedor y la cabaña se agitó en desorden para no ir a ninguna parte. Tras unos minutos, tan rápido como había comenzado, el griterío cesó.

Los humanos estamos ovinizados con la comunicación tecnológica. Alguien da una voz y pronto otro responde, y al cabo de un rato hay una marea de balidos. Nos proponen firmar un documento en esa web que acapara direcciones de correo electrónico –con sabe dios qué propósitos– y a nada que se mueva por email, redes y mensajería, pronto hay más de mil firmas sin saber bien qué están firmando.

Tengo como afición leer y escribir cuentos. Y la convicción de que el género del cuento es el ideal para aficionar a la lectura, desde niños hasta abuelos, pasando por adolescentes y adultos reñidos con las letras.

He tratado de organizar actividades que pusieran en valor el cuento y he chocado contra la legislación en materia de derechos de autor. No hay culpables, sólo una tendencia ovina que en mi opinión se debe evitar. No es cuestión de frenar y dar marcha atrás, sino de enmendar el rumbo, porque la voracidad crematística que mostramos como colectivo los escritores entorpece la acción de aficionar a la lectura al común.

Quiero mostrarte con este artículo –Sancho, amigo– que la actual coyuntura se vuelve contra nuestro interés más básico: cómo nos van pagar por nuestros legajos si no se lee ni la mitad de lo que se debiera. Darete ejemplos; antes permíteme que te proponga otra idea.

Imaginemos que el gobierno quiere dificultar que los ciudadanos volemos en avión –no importa el motivo, es un ejercicio mental–. Como los aeropuertos están alejados de las zonas urbanas, el gobierno –que da igual su color– prohíbe los vehículos a motor de todo tipo: automóviles particulares, taxis, autobuses, camiones, motos, quads… Incluso trenes y metro. Ha quedado prohibido el uso de la automoción y en consecuencia el acceso a los aeropuertos se verá mermado. Pero como efecto subsidiario el gobierno ha impedido la movilidad de la población: desde ir a trabajar hasta marcharse de vacaciones.

Lo llaman «pegarse un tiro en un pie». Algo así hacemos al exigir derechos de autor por cada coma que ponemos.

He querido organizar recitales de cuentos en librerías de mi región. Con dos meses de antelación contacté con CEDRO para que me dijeran cómo pagar los derechos de autor por seis lecturas. Me explicaron que no existe un canon por cuento o poesía, como hace la SGAE por canción.

Me dijeron que necesitaba el permiso expreso de los depositarios de los derechos. Salvo uno, estadounidense, todos los autores habían fallecido. Los derechos de autor en España se extienden 80 años después de la muerte del autor (para que vivan sus deudos haciendo bolitas, será).

Desde CEDRO me ayudaron. Les facilité los ISBN de los libros donde aparecían los cuentos. Tres eran traducciones (gallego, francés e inglés). Y es que se requieren tres permisos por cuento: autor o herederos, traductor y editor.

La cosa se complicaba pero disponía de DOS MESES. Fue una gran profesional de CEDRO quien se puso a la tarea de recopilar las autorizaciones. Me anticipó que para lecturas no suelen pedir dinero, pero que alguna editorial podría solicitarlo.

Eché mis cuentas: precio de un cuentario entre el número de cuentos que hay en él… en números redondos cada cuento sale a 1,00 euro. Pero se iban a leer una única vez (como una canción en un repertorio), no a distribuir copias, así que calculé que con unos céntimos por cuento podría despachar el asunto.

Tras esos dos meses, CEDRO, con todo su poder de convocatoria, sólo obtuvo el permiso expreso de los herederos de Rafael Dieste y el de una editorial hispanoamericana que había publicado cuentos del uruguayo Horacio Quiroga, cuya obra está en dominio público (falleció en 1937).

Si en DOS MESES esto logró CEDRO con toda su capacidad de gestión, ¿qué hubiera podido hacer yo desde un email particular? Desde luego no hubiera tenido acceso a los herederos de Rafael Dieste. Desde aquí muestro mi agradecimiento a estos herederos y al editor hispanoamericano por tomarse la molestia de contestar. Y es que este es el quid. No hubo respuesta para el 86% de las peticiones.

De 14 permisos que necesitaba para la lectura de 6 cuentos, la poderosa y referente CEDRO obtuvo 2 contando con 60 días previos al recital. Dieste escribió su cuento en gallego, por lo que hubiéramos necesitado la autorización del traductor y de la editorial que publicó el cuento. Los cuentos de Quiroga están en dominio público, no hay traductor y la editorial contestó: solamente completamos 1 de 6 objetivos…

Esta legislación entorpece la difusión de la afición por la lectura en un país donde se lee poco, lo que se vuelve en contra de nuestro gremio. Si no se lee, para qué escribimos. Y si no permitimos que nos lean, para qué escribimos. La legislación pone palitos en las ruedas…

Te voy a contar otra más. Trataré de resumir, pero no quiero que te pierdas los detalles.

Una amiga y yo hemos elaborado un programa para promover la afición a la lectura en las edades de la ESO y Bachiller basado en el género del cuento y en el juego. Juego y cuento… sueltas estas dos palabras en un aula a modo de conjuro, y automáticamente todas las caras se vuelven hacia a ti: ‘ojos atentos y orejas abiertas‘. Lo sé porque merced a la confianza de un profesor he puesto en práctica en las aulas de primero y segundo de ESO una actividad basada en ese programa para mejorar las habilidades narrativas.

Aprovechando el viaje de un abogado de CEDRO a mi región, departí con él tomando unos cafés. La actividad le pareció muy interesante, pero nuevamente era menester la autorización expresa para cada cuento. Y manejamos un corpus de doscientos cuentos.

Luego me ofrecieron la oportunidad de los recitales. Eché cuentas… si con seis cuentos fue imposible, con doscientos… El programa es inabordable con la ley en la mano, y duerme el sueño de los ilusos.

Se crea una escalada de restricciones modificando la ley de Propiedad Intelectual por presiones de los voraces del gremio. Resultado: ni cobran ni promueven. Muchos recordamos que podían utilizarse obras para la docencia reglada; ahora sólo se permite utilizar «pequeños fragmentos de obras». El abogado de CEDRO dejó claro que un cuento es una obra en sí.

Otro tanto le ha ocurrido al profesor Miguel Díez R., experto en cuentística: te lo explica él mismo en este enlace (octavo párrafo y siguientes).

Queriendo difundir la afición por la lectura, tratando de aficionar a la población escolar, el muro legal aplaudido por el gremio imposibilita generar lectores y promocionar cuentistas. Ahora sé por qué los planes nacionales de lectura del gobierno nacen como derrelictos y acaban como pecios.

Una legislación que ha impulsado el gremio de escritores balando porque el vecino de al lado balaba, sin saber muy bien por qué. SIN AUTORES NO HAY LITERATURA, yo también suscribo el lema de la ACE. Pero eso no implica que se tenga que vivir de lo que se escribe. Igual deberíamos pensar que sin lectores TAMPOCO hay literatura.

Exigimos que se nos pague por un cuento que hemos escrito, pero también deberíamos trabajar y producir para la sociedad. No me vengas con el cuento de que producimos arte para el entretenimiento de esa sociedad: la pandemia ha demostrado que es secundario. Los grandes cuentistas trabajaban, y escribían en su tiempo libre. Chéjov era médico; Hemingway fue periodista; Cortázar trabajó de maestro; Poe… bueno fue un toxicómano, pero también editor; Bukowski fue un alcohólico, pero trabajó en el servicio postal de su país. Quiroga ejerció también de maestro; Asimov era doctor en Química; Márquez, periodista.

Veo escritores que viven alabando a otros como ellos para que los alabados les alaben a ellos. Creamos pagaditos improductivos en las letras españolas: es el signo de los tiempos. ¿Llegarán a escribir como Chéjov, Hemingway, Cortázar, Quiroga o Márquez quienes exigen todos sus derechos de autor?

¡Claro que hay alguna docenita de plumas veteranas en España que pueden bienvivir de su trabajo de escritor! Ojo, que no son tantos… Los hay que se ven obligados a publicar casi anualmente, vendiendo cuatrocientos ejemplares a lo sumo, para seguir en candelero y continuar invitado a presentaciones, charlas, tertulias, conferencias, seminarios, coloquios, clases y saraos varios de donde obtienen su peculio. Pero de escribir no viven.

Claro, claro: NUESTROS DERECHOS… Salgari se suicidó de forma harto dolorosa como protesta por el infame jornal que le pagaban. No veo muchos predispuestos…

Voy a dejarte dos enlaces a artículos anteriores de este blog donde avanzaba este desatino al que voy dando forma y del que nos culpo a todos: unos por exigir, otros por balar y otros por permitirlo.

Tres estadios del escritor

Enseñando «La gallina de los huevos de oro» a los escritores

Pero aún me queda algo más que contarte, si es que sigues ahí y no has huido al verte retratado como el chico pedante que se presenta con el ‘Soy escritor‘.

Ando metido en un club de lectura de cuentos. Nos hemos organizado por Internet porque vivimos en diferentes provincias. Cada uno propone una lectura que le haya aportado algo. Luego leemos un cuento semanal y lo comentamos. Hay debates tanto sobre la técnica y el estilo literario como sobre la diégesis que plantea el cuentista. Pero al querer abrir el club al público topamos nuevamente con la ley, Sancho… No es posible compartir cuentos siquiera en privado porque la voracidad del rebuzno ovinizado nos impide llegar al aeropuerto.

¿Cómo vamos a promover la afición por la lectura si ponemos trabas a la par que nos ufanamos de que leer es un ocio exigente? Exijámonos, pues…

Leo cuentarios de autores autoafamados o mutuoalabados y el libro se me cae de las manos. El último, el que anunciaban en prensa digital como uno de los mejores cuentarios escritos en español del siglo XX. Puf, qué plasta, qué pedantería tiene escribiendo el niño rucio. En el segundo cuento escribe: «(…) entre sus poetas, la paul position la ocupaba Verlaine (…)». Y la edición que me he comprado es la revisada. Se me apagaron las luces con la ‘paul position’… Si éste es de los mejores entre los que claman por sus derechos… apaga y vámonos.

Más pifias en el mismo cuentario: Tormoye abandona Madrid para ir a Granada con el profesor Cabrera, pero a mitad de camino resulta que viaja con el profesor Estíbaliz. Edición revisada… ¿Se exigen derechos con esta profesionalidad?

Recuerdo cuando de chavalete, manejando los nunchakus (ahora también prohibidos), el maestro decía que has de sujetar el palo como si tuvieras un pájaro en la mano. Si aprietas, el pájaro se ahoga (y el palo suelto te golpeará a ti), y si aflojas, se te escapará el mango (y perderás tu arma).

Plástica imagen para exigir nuestros derechos de autor. No querremos acabar como el profesor Kugelmass del cuento de Woody Allen. Curioso que el genial neoyorquino eligiera la gramática española para coronar su historia.

(…)

¿Cómo…?, que quieres leer el cuento… Pues lo siento, pero tiene los derechos de autor vigentes y debemos ser respetuosos con la ley. No se te ocurra buscarlo en Internet porque estarás infringiendo esa ley. En España, esos derechos perduran 80 años tras la muerte del autor cuando en el resto del mundo son 70. Nuestros políticos son más papistas que el propio papa, y son capaces de amañar un concurso de tontos para ganarlo. ¿Somos tan tontos los escritores?

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