Pertenezco al gremio de escritores por decisión propia. Pero soy rara avis in terris. Me da pereza (que dice la juventud ahora) publicar y tener que empezar a culebrear en el mundo editorial. Si pudiera hablar directamente con el editor… pero hay demasiados intermediarios voraces con afán crematístico en ese mundillo. Igualmente soy rarito porque no me dejo convencer por los últimos postulados del gremio. Cualquier día me echan de la asociación a la que me honro en pertenecer. Mas espero que entre literatos que defienden a capa y espada (es un decir) la libertad de expresión no se siga la moda actual de acallar la voz discordante… amordazarla mejor, si ello es posible, siendo lo óptimo ahogarla y acabar con la fama de su propietario. De momento mantengo mi criterio propio pero noto afiladas miradas de reojo cuando pongo en tela de juicio las nuevas reivindicaciones corporativas y hasta europeas. Voy a mostrar una de ellas. Con la última voz se pide equiparar la propiedad intelectual con la propiedad material. La reivindicación fue acertada en origen y con ocasión de esa campaña me sumé al gremio invitado directamente por el presidente, que lo está haciendo perbién, aunque está metido…
Enriquete, de niño, pastoreaba ovejas. Guiaba una cabaña de más de doscientas reses. Cierta anochecida hizo un experimento, con el rebaño manso en el redil de montaña. El ganado rumiaba hacinado y se mecía en silencio. La catinga embotaba el olfato de Enriquete el niño. Se agachó tras las ovejas cercanas e imitó un balido. Tras balar dos veces, una oveja, en el centro del rebaño, baló… Y Enriquete el pastorcillo no tuvo que esperar para que otra oveja devolviera la voz ovina. Al cabo de un rato el rebaño balaba aquí y allá, y un momento después el balido colectivo se hizo ensordecedor y la cabaña se agitó en desorden para no ir a ninguna parte. Tras unos minutos, tan rápido como había comenzado, el griterío cesó. Los humanos estamos ovinizados con la comunicación tecnológica. Alguien da una voz y pronto otro responde, y al cabo de un rato hay una marea de balidos. Nos proponen firmar un documento en esa web que acapara direcciones de correo electrónico –con sabe dios qué propósitos– y a nada que se mueva por email, redes y mensajería, pronto hay más de mil firmas sin saber bien qué están firmando. Tengo como afición…
Tal y como hice el año pasado, dejaré aquí constancia del trabajo de la FIL de Guadalajara (México) en pro del género del cuento. Será en una próxima entrada. Hay que tener en cuenta que el cuento en toda Hispanoamérica es el género narrativo por excelencia. Sólo aquí, en la acomplejada España, es que se tiene al cuento por literatura menor. Algo está cambiando pero muy lentamente. Los editores no se deciden abiertamente en tanto el público no demande más cuentarios. Y el público español es remiso pues se ha acostumbrado a beber lo que le dan, sin preguntarse si existe algo más. Que no tiene por qué ser mejor, sino que vale con ser distinto. Llama la atención que en un mundo tan vertiginoso como el nuestro, donde cada uno administramos nuestro tiempo con cuentagotas, lo que esté triunfando son los tochos de más de 500 páginas de trilogías, tetralogías e infinitologías. Claro que ofrecen una lectura fácil y esa puede ser la clave. El ciudadano del XXI está acostumbrado a la repetición y se ha vuelto reiterativo. Antaño perdíamos un episodio de Mazinger Z y ya te podías despedir de volver a verlo. Ahora vemos los mismos capítulos de…
En la lucha por el reconocimiento de los DERECHOS DE AUTOR ni todo vale ni todo es válido. Agárrense a las correas porque a partir de aquí este autobús transitará por terreno sinuoso. Hace tiempo que no oigo la reivindicación de cobrar a las librerías de viejo por la reventa de libros (ver «Manifiesto de los Autores Europeos», punto 4), lo que significa que falta menos para que vuelva a ponerse en boga: 4. LEGISLACIÓN SOBRE EL PRECIO ÚNICO DEL LIBRO (…) Los Estados Miembros deberán tomar consciencia de los problemas que representa el mercado del libro usado/de segunda mano, que supone alrededor de un 20% del mercado del libro y del que ni los autores ni los editores se benefician. (el subrayado es mío) Defenderé los derechos de autor pero nunca el abuso, porque no apruebo el hacer daño sin más razón que un sórdido interés crematístico. Se está logrando que las bibliotecas paguen por lo que ha sido su función durante eones: el préstamo de libros para personas con escasos medios económicos para acceder a la cultura. O para aquellos que no quieren pagar veinte o treinta euros por el último timo editorial, una novela de seiscientas páginas…
Recuerdo haber leído que Cervantes vendió sus derechos de la segunda parte del Quijote a un impresor —que oficiaba de editor— por una cantidad fija. Lo había leído en Internet hace tiempo pero ahora no lo encuentro. Es posible que fuera este texto pero pudo haber sido cualquier otro. La imprenta llevaba siglo y medio inventada y las prácticas editoriales ya tenían un recorrido consolidado. Traslademos a las circunstancias actuales una venta al estilo de la que hizo Cervantes. Imagina un buen libro, al que se le auguran unas ventas estupendas, de un escritor conocido con un público fidelizado. El escritor vende sus derechos a un editor por, pongamos, diez mil euros… ponle veinte mil si te parece mejor, que no voy a ser cicatero en este ejercicio teórico. Supongo que Cervantes no obtuvo con su venta un poder adquisitivo parangonable, pero ese es otro cantar. Porque Cervantes no era un profesional como lo entendemos hoy. No vivía de su obra y debía seguir trabajando en el siglo. Lo cual le mantenía conectado con el mundo que le tocó vivir, pero esa también es otra cuestión… Una vez hecha la compra de los derechos de edición, el editor invierte dinero…
Me vengo fijando en las entrevistas que se hacen a escritores noveles, prestando atención a las preguntas y planteándome las respuestas que yo daría. Y ha habido una pregunta que me ha llamado la atención y me ha puesto a pensar. Sería incapaz de dar la respuesta de plástico que espera el entorno literario. Va en contra de mi naturaleza. Si no quieres saber qué pienso no me preguntes qué pienso… Ni siquiera utilizando otras formas como ¿qué te parecería…? o ¿cómo reaccionarías…? o ¿qué crees que…? Responderé lo que pienso sin importarme si doy la respuesta esperada. Por supuesto que sé utilizar, cuando la situación lo requiere, la única mentira que puede presentarse con un traje decente, que es la mentira piadosa. Pero este no es el caso. No recuerdo el tenor literal de la pregunta pero creo ser fiel a su espíritu (recordemos que se la hacen a un escritor novel): ¿qué te parecería si de repente vieras que tu libro se ha replicado y se ofrece gratuitamente en Internet? El hombre entrevistado dio la respuesta acertada y se encendió la bombillita, pero yo paré el vídeo… Mi respuesta, que aunque no te interese la voy a dejar…
Con la nueva vida a que tenemos derecho tras el apocalipsis vírico, llegan nuevas expectativas en el acceso a la información. Tras la pandemia y el enclaustramiento –forzoso y no voluntario– del rebaño, la sociedad (el rebaño) continúa infantilizada y son muchos los que celebran que no se mostraran las crudas imágenes de la mortandad que ha supuesto el virus, y defienden que una pandemia de aplausos y música en los balcones ha sido lo mejor para la supuesta salud mental del rebaño (sociedad infantilizada a la que no se le puede decir la verdad, ni siquiera enseñar un ataúd…). Digo, que tras la escalada en la crispación y el enfrentamiento social, y la guerra civil larvada por el control de la información y de la desinformación –por el momento sin tiros–, llega una nueva anormalidad sin música de balcón para amenizar el vermú, aunque en esta anormalidad han surgido policías de balcón –delatar siempre tiene ese componente de poder, de maldad y de secreto–. Y tras la nueva normalidad llega la próxima normalidad en los medios de comunicación. Antes del encierro algunos medios de comunicación habían optado por seleccionar unas noticias que sólo podían leerse mediante suscripción (pagando). Otros…
Tal vez exista un cuento mejor que «El pecho desnudo», de Italo Calvino, para ejemplificar lo que quiero explicar, pero me parece que al gremio de los llamados editores independientes puede aprovecharles este cuento a tenor de lo leído en el minirreportaje ‘Nuevo capítulo crítico para los independientes del libro‘. El artículo o reportaje muestra la situación de los editores llamados independientes (aunque dependientes de don dinero, como todos nosotros para casi todo) ante el panorama que nos va a dejar la pandemia (panorama sobre el que ya me he explayado en este blog hará cosa de un mes). Nos vienen a decir que los lectores son los que hay y que han de encontrar nuevas estrategias para promocionar su negocio (no olvidemos que el libro es cultura pero también es negocio, no vayamos a caer en el cinismo propio de la casta política, incluso de los descastados convertidos en casta por mor del ministerio). Al igual que el señor Palomar, los editores dan vueltas alrededor de una conclusión y obvian la más directa, quizá la más certera: invertir en aumentar el número de lectores. Eso sería promocionar la cultura… y sería negocio a medio plazo (no mucho más). Pero…
Presten atención al concepto que muestra el título de este artículo: apropiación cultural… Quizá debo ubicar el debate para quienes no estén duchos en materias delictivas. A riesgo de aparecer como un leguleyo, tiraré de fondo de memoria de cuando trabajé como agente de la autoridad. En el habla coloquial usamos el verbo robar como hiperónimo, pero la ley hace distingos. Permítanme explicarlo en un sesquipar de párrafos. Si usted pasea llevando debajo del brazo la última novela de Víctor del Árbol y yo, a punta de navaja, o propinándole un mal golpe, o mediante un tirón, me llevo el libro, la ley lo considera robo, aunque el libro cueste veinte euros, porque me he hecho con él bajo amenaza o con violencia. Pero si usted deja un cuentario de Sara Mesa en el asiento del coche, y se ha dejado la ventanilla abierta, y yo me hago con el libro, la ley lo considera hurto porque me lo he llevado sin violencia y porque el valor del objeto del deseo no supera cierta cantidad (en mi época eran 50.000 pesetas, pero creo que hoy, para ser considerado robo, el valor de lo sustraído tiene que ser más que los…
Mi profesor Honorato decía que «Antes había verdades y mentiras; ahora hay verdades, mentiras y estadísticas«. En varias ocasiones he buscado la cita en el ingente maremágnum de Internet y no la he encontrado. A lo mejor era suya… Una vez más su apotegma me vuelve a la memoria con la noticia de que «Tres de cada diez libros editados en España son digitales«. Sencilla de digerir, esa estadística viene a decir que los libros digitales son casi la mitad que los de papel: 3 digitales por cada 7 de papel. Hace poco más de un mes nos dijeron que «El libro digital representa el 4,5% del mercado editorial en España«. Sin entrar en profundidades matemáticas, para que cuadren estos datos cruzados, el precio medio (otra estadística) del libro digital debe ser sumamente bajo. En la primera noticia se nos atiza con otra estadística más: «En un país [se está refiriendo a España] con bajos índices de lectura (un 40% de la población no lee nunca o casi nunca) (…)». Lo que quiere decir que sólo seis españoles de cada diez al menos leen asiduamente la amarillenta prensa deportiva nacional. Pero libros… leer libros, ¿cuántos españoles leen libros? Nos recuerdan…