La próxima normalidad

23 de junio de 2020

Con la nueva vida a que tenemos derecho tras el apocalipsis vírico, llegan nuevas expectativas en el acceso a la información.

Tras la pandemia y el enclaustramiento –forzoso y no voluntario– del rebaño, la sociedad (el rebaño) continúa infantilizada y son muchos los que celebran que no se mostraran las crudas imágenes de la mortandad que ha supuesto el virus, y defienden que una pandemia de aplausos y música en los balcones ha sido lo mejor para la supuesta salud mental del rebaño (sociedad infantilizada a la que no se le puede decir la verdad, ni siquiera enseñar un ataúd…).

Digo, que tras la escalada en la crispación y el enfrentamiento social, y la guerra civil larvada por el control de la información y de la desinformación –por el momento sin tiros–, llega una nueva anormalidad sin música de balcón para amenizar el vermú, aunque en esta anormalidad han surgido policías de balcón –delatar siempre tiene ese componente de poder, de maldad y de secreto–.

Y tras la nueva normalidad llega la próxima normalidad en los medios de comunicación.

Antes del encierro algunos medios de comunicación habían optado por seleccionar unas noticias que sólo podían leerse mediante suscripción (pagando). Otros medios han optado por inundar el móvil de publicidad de forma que tocas en una noticia y se abre un anuncio.

Pero con la crisis posterior al encierro los adoctrinadores profesionales de la comunicación rizan el rizo: sólo permiten leer un número limitado de noticias al mes.

¿Acabaremos pagando por leer una prensa cada vez menos libre y más banderiza?

¿De verdad vamos a pagar por leer unas noticias sesgadas que los ilustres adoctrinadores seleccionan y retuercen para nosotros?

Si en vez de rebaño ovino fuéramos manada de licaones, nadie pagaría y la medida decaería. Estaríamos unos meses sin noticias, pero al final…

Vaale, vuelvo a poner los pies en el suelo: acabaremos pagando por el tratamiento adoctrinador que dan a las noticias.

Empero, quiero dar una vuelta de tuerca al asunto.

Los medios de comunicación entienden que la información es de ellos, y que hemos de pagar por leerla. Cobran por el trabajo de «procesado» de la noticia y por «dejarla lista» para su consumo.

Las noticias de los medios de comunicación versan sobre personas –físicas o jurídicas– a las que esos medios no pagan nada por la noticia generada con la que va a comerciar esa empresa de comunicación.

¿No es absurdo que el protagonista de la noticia no cobre por generar la noticia que va a vender la empresa de comunicación? Hasta ahora ha sido siempre así, pero hemos visto cómo las cosas cambian drásticamente en cuestión de dos meses.

Una Administración o una entidad deportiva… un cantante, un actor o un escritor. Hoy en día esas personas físicas o jurídicas tienen sus propios canales de comunicación (blog, red social, revista, incluso canal de televisión o/y cadena de radio) y no necesitan de la prensa para comunicar lo que quieran comunicar. Incluso podrían generar ingresos con publicidad en su canal. Existe software para que el destinatario sepa que hay una nueva información, sea de su gobierno autónomo, sea de los millonarios profesionales a los que gustosamente les mantiene su pingüe sueldo.

El Estado debería cobrar a los medios de comunicación por las noticias generadas, noticias por las que esos medios (empresas) nos van a cobrar: un debate, una nueva ley, una reforma… (y revertir los ingresos en la ciudadanía). Una entidad deportiva tampoco debe regalar la información.

¿Por qué regalar una noticia con la que la prensa va a traficar (cobrando o/y contratando anunciantes) mientras el protagonista de la noticia se queda sin ingresar un céntimo?

Pero en la próxima normalidad todo se invierte y se retuerce. El destinatario de la noticia somos la masa borreguil que pagamos por averiguar lo que nos quieren decir, cuando las más de las veces ni nos afecta ni nos importa.

La prensa no presta atención a los clubes locales, y estos han creado sus propios canales amateur. Y dado que funcionan, ¿cómo no van a funcionar los canales de entidades con mayor presupuesto?

Queda la duda cuando los gestores de la Administración mienten a la población. Ahí los medios de comunicación deben estar para apretarles las clavijas… ¿Pero a estas alturas de la película alguien se cree que existe el periodismo de investigación libre que aprieta clavijas al omnímodo Estado? Directrices, líneas rojas, objetivos, zonas de confort, acuerdos para conciliar intereses partidistas y empresariales… apotegmas como Estás conmigo o estás contra mí (un típico falso dilema).

Y salirse del camino trillado es complicado. Aunque durante el confinamiento hubo periodistas que crearon su propio canal televisivo. Y han tenido una audiencia que buscaba la información que ofrecían.

¿Cuál será nuestra próxima normalidad?

Puedes elegir entre algunas distopías famosas del siglo XX y combinarlas: Un mundo feliz (Huxley), 1984 (Orwell), Nosotros (Zamiatin), Farenheit 451 (Bradbury), La naranja mecánica (Burgess), Hagan sitio, hagan sitio –en el cine se tituló Cuando el destino nos alcance– (Harrison), Los quinientos millones de la Begún (Verne), Blade Runner –o el cuento titulado ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?– (Dick)…

De momento nos libramos de revivir Soy leyenda (Matheson)… Quizá la próxima normalidad sea El planeta de los simios (Boulle ), o de los corderos…

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