Ayer me hice un ejercicio de diseño de personajes secundarios, y lo hice en vivo, tomando datos según observaba a estas aves cual ornitólogo titulado. Deja que te cuente cómo se desarrolló la cosa y luego te comparto mis apuntes. Tuve que ir al hospital, a la ciudad. Como quien nos hace un favor, a los que vivimos en los pueblos, a una hora de viaje conduciendo —que en autobús el viaje se va a la hora y media, y en tren pasa de las dos horas—, nos ponen la cita a primera hora… Las 08:30 era la hora de mi cita. He tenido que levantarme a las 06:00, para salir de casa a las 07:00, llegar a la ciudad pasadas las 08:00, encontrar aparcamiento y luego caminar hasta consultas externas, que el genio que ha diseñado aquel complejo ha colocado ambos destinos en puntas opuestas y se te van diez minutos paseando, que no pienso trotar para llegar sudado. Imagínate mi humor por el intempestivo madrugón, teniendo en cuenta que soy búho antes que alondra. Para remate de fiestas, la segunda consulta la tenía a las 10:15. Así que me he ido a desayunar a la cafetería, pues era…
Sigo con la antología Cien años de cuento (1898-1998) de José María Merino y llego a la aportación de Manuel Longares (1943), que firma un texto breve titulado Livingstone que NO puede considerarse cuento sino relato bajo los estándares que vengo observando en mis artículos sobre la diferencia (artificiosa por supuesto) entre unos y otros. Quizá más que relato, es un cuento fallido, truncado, malogrado. Ya te he explicado otras veces que las líneas que separan estas construcciones del intelecto humano son como los meridianos, que no existen, que son ideales, arbitrarias, pero nos valen para parcelar zonas horarias, agrupar conceptos similares. Este cuento está narrado al sabor anglosajón, con características que ya he detallado antes: tendencia a novelar la historia (no van al grano, divagan dando detalles irrelevantes para la historia, se explayan en descripciones de trasfondo), ausencia de acontecimiento, predominancia de las emociones por encima del razonamiento, y son textos eufónicos –el lenguaje opaca el mensaje– que buscan la identificación del lector con lo que se le dice a través del imaginario (y el vivenciario) común. Esto es literatura para entretener ociosos y gentes conformes, no para alimentar mentes sedientas de saber, que saldrán a confrontarse con la…
Ve a la primera parte de este artículo. El texto de Pombo relata el tedio que lleva a una pareja de no tan recién casados al esplín propio del matrimonio. El marido, opositor frustrado, mete en casa a un aguililla amigo del trabajo para introducir en el día a día de la pareja una novedad que rompa con la rutina. Pero cuando la mujer comienza a flirtear con el amigo, éste pasa de querer irse por estar incómodo entre estos dos malavenidos, a arrellanarse en el sofá y a estirar las patas con toda confianza. Llegados al busilis de la historia, el autor no remata la faena: —Te advierto que te va de primera. Esa frase encauzó esa primera noche de Fernando González en casa de Sergio y Menchu hacia su fin. Escena mansa y muda, con Sergio acariciándose la frente con un gesto mecánico y Menchu poniendo discos en el tocadiscos. El mecanismo demasiado brillante de la irrealidad tictaqueaba como un reloj sin agujas. Fernando se deshace el nudo de la corbata (ligeramente) y estira las piernas por debajo de la mesita de tomar café. No ha sucedido nada en absoluto. Ten misericordia de nosotros. Hasta el propio autor…
Leyendo la antología del cuento español seleccionada por José María Merino (1941), he percibido un cambio en la poética de los cuentos –que se suceden en la obra ordenados por fechas de nacimiento de los cuentistas–, y pasan de ser cuentos a ser relatos, es decir, narraciones breves escritas según los gustos de la anglosfera. El cambio, sutil, eso sí –que he tenido que volver páginas–, comenzó con el cuento de Francisco Umbral, y me quedó claro en el de Álvaro Pombo. Destacaré brevemente los cuentos «que me tragué» sin darme cuenta de la sutil transformación, y luego le dedicaré un tiempo al cuento de Pombo. Antes, unos datos. La antología se titula Cien años de cuentos (1898-1998). Antología del cuento español, y está publicada en 1998. Lamentablemente el libro no es redondo y no ofrece cien cuentos sino noventa. Creo recordar que en el prólogo Merino da una explicación de por qué noventa y no cien. El volumen tiene 575 páginas: se trata de un trabajo valioso. El primer cuento presentado es de Miguel de Unamuno (1864-1936) y pertenece a un cuentario publicado en 1912. El último es de Juan Manuel de Prada (1970) y fue publicado en volumen…
Sobre las denominaciones cuento y relato: Ya he explicado en esta bitácora que no existe ningún género narrativo llamado relato, que lo que existe es el género narrativo que todos conocemos como cuento. Que hay cuentistas, y que no hay relatistas. Que nadie dice «Abuela, cuéntame un relato», sino «Abuela, cuéntame un cuento». Que hay quien dice escribir relatos pero luego dice que es cuentista. Que las editoriales dicen que publican relatos pero luego titulan cuentos completos. Que en las aulas de secundaria se enseña que el género narrativo se compone de cuentos, novelas, epopeyas, cantares de gesta, leyendas y fábulas… Con anterioridad he propuesto que, para aprovechar el término relato (tan extendido en España), cabe llamar cuentos a la narrativa breve propia de la hispanosfera, volcada en mostrar la realidad que se esconde tras las apariencias –llevando al lector al desengaño–, y utilizar el término relato para denominar a la narrativa breve propia de la anglosfera, interesada en validar las apariencias, el artificio, el engaño de la razón a través de los sentidos, en narrar emociones y sensaciones antes que hechos y acontecimientos. Son escritos que acaban sin contar nada, enumerando una sarta de divagaciones y elucubraciones en torno…
A pesar de recalcitrar contumazmente en la manía de llamar relato a lo que se llama cuento (no existe ningún género literario llamado «relato»), en esta entrada de hace tres años ofrecen un buen recordatorio de cómo podar un cuento para que quede aparente y enviarlo a un concurso. Es una lástima que tan buena aconsejadora no conozca la palabra cuento. Quizá también el tipo de cuento propuesto en esta guía es el que se deba enviar a una editorial si se quiere publicar un cuentario, porque la narrativa que se sale de lo estandarizado provoca en el editor un prurito urticante. Si publican un cuento literario (que sea eufónico no significa que sea literario) se exponen a recibir críticas de la policía del pensamiento. Los editores actuales no tienen redaños para publicar ciertos cuentos: lo suyo es el negocio de libros y no revolver conciencias ajenas ni moralinas sociales (con lo que cada vez más leemos lo mismo). Un cuentario plagado de cuentos relámpago como los propuestos en el artículo da imagen de autor apesebrado. Un buen lector de cuentos agradece que el cuento se trabaje, que le saque de su zona cómoda y le exija reflexionar. Decía Meliano…
(Este artículo cogió velocidad en el de ayer: Textos plasta). Hace quince días mi bibliotecaria de cabecera me ha prestado un par de libros de un autor que pasa por ser el rapsoda principal del cuento actual español. Le dedicaré un próximo artículo en el bisturí de laaguja. Sirva el que estás leyendo como avance, a la par que como cierre del de ayer. Este autor, que a todo el mundo cae bien por su candidez y bonhomía, ha roto con (o no sé si decir que desdeña) la tradición literaria en español. Ya he dicho en otros artículos que el objetivo de la literatura de la hispanosfera es mostrar al lector todas las caras de la realidad y desengañarle de las apariencias. La literatura de la anglosfera está concebida como medio de distracción y entretenimiento. Tenía ganas de leerle ya que la crítica literaria española se deshace en elogios hacia tipo tan simpático. Hasta el vitriólico Alberto Olmos ha bajado su guardia y le ha dedicado una loa. Pero el cuentista del que hablo, tan celebrado él, no escribe cuentos. Escribe prosas algo extensas, pero en ellas jamás cuenta nada. Sus odas en prosa endulzan y empalagan evocando experiencias…
Como ocurre con otras cualidades humanas, tal que la memoria, existe una paciencia a largo plazo y otra más inmediata. A corto plazo nunca he tenido mucha paciencia. Y a medida que me voy haciendo más viejo, cada vez tengo menos paciencia corta. Lo noto leyendo relatos de la anglosfera. Y cada vez más: me doy cuenta de que no soporto esos comienzos divagantes, inciertos, difusos, serpeantes, que ya intuyes que no van a llevar a ninguna parte. Hay cuentos que comienzan con cierta ambivalencia, con una descarada ambigüedad, con una indefinición que me exaspera. Prefiero cuentos que me dicen desde el principio qué está ocurriendo. Como este de Eduardo Antonio Parra: El dolor ha dejado de punzar sólo en el vientre y se desparrama por el cuerpo de Celia arrastrando ardores olvidados, intensificándolos, como si tomara nuevos bríos para volver a concentrarse, esta vez en el pecho, y estallar finalmente en un primer grito que sacude las paredes. Ya no aguanto, murmura, y sus palabras se empalman con el eco angustioso que aún no abandona el cuarto. No quiero, dice en voz alta y enseguida se corrige: no lo quiero. Dirige la vista hacia el catre donde duerme su…
Llevo tiempo diciendo que quienes llaman relatos a los cuentos lo hacen porque temen que les encasillen en lecturas infantiles… Pero también existen cuentos eróticos y a nadie se le ocurre tildar de sicalíptico y rijoso a quien lee cuentos. Si bien no se encuentra quien critique la novela, sí se encuentran detractores gratuitos del cuento. Otros desprecian el género narrativo por excelencia obviándolo por sistema. Pero quizá los que más daño hagan sean los que ocultan que los leen… Ya he explicado en esta misma bitácora, a raíz de lo visto y oído en el Encuentro Internacional de Cuentistas de la FIL de Guadalajara del pasado año, que algo se ha roto dentro del cuento. Tengo claro que el cuento necesita de una ‘dirección de obra’ que guíe su derrota para que los lectores de ficción se animen a sumergirse en la narrativa corta. Porque cuando se topan con cuentos febles, entiendo que se les quiten las ganas de seguir leyendo (a mí también) y dejen de valorar el cuento como lectura atractiva. Con experiencias negativas el lector se cuestionará la compra de un libro de cuentos: ¿y si le aburren, como los de la última vez? Entre las…
En mi serie sobre los males que acosan al cuento como género literario, he identificado, entre otros, la indefinición entre cuento y relato, y la feble calidad de los textos que se publican. Siempre he tenido claro que relato es un hiperónimo para cuento, amén de para novela, para biografía, para crónica y para otras lecturas. Pero desde que comenzó el milenio hay quienes han elegido (contumaz y recalcitrantemente) usar el término «relato» en lugar de «cuento«. Los vergonzosos motivos han quedado expuestos en el primer artículo de la serie. En la última entrega de ese laargo artículo dividido en seis partes dejo dicho que relatos son los textos con apariencia de cuento que no son cuento. Curiosamente en España los políticos han comenzado a llamar relato a la construcción falaz de una realidad que interesa presentar al orador (a ver si así se les quita la tontería a los tercos que se encastillan llamando relatos a los cuentos…). «DATO MATA RELATO», concluyó hace poco su intervención José Luis Martínez-Almeida, alcalde de Madrid, después de aceptar el reto de una rival política, un reto que parecía complicado de alcanzar (ver vídeo incorporado a la noticia). El otro motivo, citado arriba,…
««Algo se ha roto dentro del cuento (y V) «El cuento narra la historia de un asesinato. La novela narra la historia de un asesino». Dice Eduardo Antonio Parra que esto se lo dijo David Toscana. Al hilo de la calidad de los cuentos que cuestionaba en el quinto artículo de esta serie que hoy remato, comenzaré proponiéndote como ejemplo la lectura de una cuentista canadiense que es Premio Nobel: Alice Munro (Ontario, 1931). Aquí tienes un cuento de su primer cuentario, el titulado Danza de las sombras y publicado en 1968: · El vaquero de la Walker Brothers · Tienes delante 6.280 palabras, que te ocuparán algo más de veinte minutos, tras los que la autora NO HABRÁ CONTADO NADA. Ha metido unos personajes en un par de escenarios, les ha dejado caer en una situación –una recesión económica–, y a partir de ahí ha agitado el cóctel y lo ha servido bien espumajoso. Muy bonitas palabras (traducción mediante) y un transitar afable que no lleva a ningún conflicto y deja al lector la tarea de imaginar un final. Es una relación de hechos consecutivos, pero no nos cuenta nada… no es de extrañar que a esto le llamen relato. Vale…