Hilarante por disparatada es la explicación que le da Blanca Álvarez González al cuento Caperucita Roja en su libro La verdadera historia de los cuentos populares. Su interpretación busca los tres pies al gato e inventa soluciones y atiza razones faltas de fundamento o que no tienen sentido. Blanca Álvarez falleció en 2021. No voy a criticar su trabajo por el gusto de denostar, sino para prevenir contra las fantasiosas interpretaciones de las hermeneutas, que siempre acaban reflejando sus propias taras, traumas, tabúes, complejos… Habría que viajar al siglo XVII y preguntarle a Charles Perrault qué tenía en mente cuando escribió su cuento basándose en las versiones orales a las que tuvo acceso. Como no es posible, podemos conjeturar, pero nunca elucubrar y menos aún fantasear. Para explicar el cuento de Caperucita Roja, Blanca Álvarez cuenta a sus lectores otro cuento que saca de una chistera morada. El libro se publicó en 2011, cuando empezaban a coger lumbre las actuales teorías desnortadas que todos y todas sufrimos hoy sobre lo mal que lo pasan todas las mujeres de todos los tiempos en todo el mundo por culpa de todos los hombres que existen y que han existido. Todos recordamos cómo todas…
Voy a comentarte un ‘cuento’ de la anglosfera que he leído no hace mucho: Matando lagartos, de William Boyd. El autor vive del arte de supervivir de lo que llaman arte, como verás en su biografía wikipédica: cuentista, novelista, guionista, director de cine. El tipo es inglés y sigue su tradición literaria. No hay nada que objetar, pero lamento que haya hispanos que se dejan seducir por esta forma de narrar, imitándola acríticamente. En consecuencia tenemos lectores hispanos encantados por estas narraciones que reportan lecturas planas (nota que he escrito «por» y no «con»). Matando lagartos no es un cuento, es un relato de situación. El autor recrea un momento en la vida de unos personajes, una situación, pero contar, lo que se dice contar, no cuenta absolutamente nada. O nada que yo haya sido capaz de entrever. Con los relatos a la anglosajona ocurre como con esa comida también anglosajona que se consume y hasta sabe bien, pero que no alimenta, la que llaman comida basura. Podríamos llamar a estas ficciones literatura basura, por aprovechar la construcción sintagmática: la comida basura engorda el cuerpo pero no alimenta el organismo, y la literatura basura engorda el ego pero no alimenta…
Sigo con la antología Cien años de cuento (1898-1998) de José María Merino y llego a la aportación de Manuel Longares (1943), que firma un texto breve titulado Livingstone que NO puede considerarse cuento sino relato bajo los estándares que vengo observando en mis artículos sobre la diferencia (artificiosa por supuesto) entre unos y otros. Quizá más que relato, es un cuento fallido, truncado, malogrado. Ya te he explicado otras veces que las líneas que separan estas construcciones del intelecto humano son como los meridianos, que no existen, que son ideales, arbitrarias, pero nos valen para parcelar zonas horarias, agrupar conceptos similares. Este cuento está narrado al sabor anglosajón, con características que ya he detallado antes: tendencia a novelar la historia (no van al grano, divagan dando detalles irrelevantes para la historia, se explayan en descripciones de trasfondo), ausencia de acontecimiento, predominancia de las emociones por encima del razonamiento, y son textos eufónicos –el lenguaje opaca el mensaje– que buscan la identificación del lector con lo que se le dice a través del imaginario (y el vivenciario) común. Esto es literatura para entretener ociosos y gentes conformes, no para alimentar mentes sedientas de saber, que saldrán a confrontarse con la…
Ve a la primera parte de este artículo. El texto de Pombo relata el tedio que lleva a una pareja de no tan recién casados al esplín propio del matrimonio. El marido, opositor frustrado, mete en casa a un aguililla amigo del trabajo para introducir en el día a día de la pareja una novedad que rompa con la rutina. Pero cuando la mujer comienza a flirtear con el amigo, éste pasa de querer irse por estar incómodo entre estos dos malavenidos, a arrellanarse en el sofá y a estirar las patas con toda confianza. Llegados al busilis de la historia, el autor no remata la faena: —Te advierto que te va de primera. Esa frase encauzó esa primera noche de Fernando González en casa de Sergio y Menchu hacia su fin. Escena mansa y muda, con Sergio acariciándose la frente con un gesto mecánico y Menchu poniendo discos en el tocadiscos. El mecanismo demasiado brillante de la irrealidad tictaqueaba como un reloj sin agujas. Fernando se deshace el nudo de la corbata (ligeramente) y estira las piernas por debajo de la mesita de tomar café. No ha sucedido nada en absoluto. Ten misericordia de nosotros. Hasta el propio autor…
Hace unas semanas, ante la insistencia de los anglófilos que ramonean libros de cuentos, contumaces en llamar relatos a los cuentos –muchos de ellos escritores y editores que deberían encarecer una palabra tan bella como CUENTO–, ensayé en llamar relatos a las narraciones que, muy al sabor anglosajón, no cuentan nada y tan sólo relatan una escena o un panorama. Sigo explicando este concepto a lo largo del artículo, que no quiero enroscarme como un uróboros, y avanzo como dicta la técnica del cuento. Me ha obligado una lectocuentista amiga —a toque de artículo digital— a recordar la conocida narración de John Cheever El nadador, que fue base del guión para una película que criticaba el fariseísmo y voracidad de la pudiente sociedad gringa en los pujantes años cincuenta y sesenta. Rememorando aquella lectura bajo el nuevo paradigma que he abierto (al menos para mi caletre, que no pretendo imponer criterio ninguno a nadie, líbreme el trueno de semejante insensatez), no sabía resolver si El nadador es cuento o relato. Así que lo he leído de nuevo (es lo que tienen los cuentos, la relectura pronta de una historia completa). Recuerdo que cuando leí este texto me gustó. Me gustó…
Llevo varios artículos diciendo que el cuento cuenta una historia que nos muestra el desengaño necesario para espabilar en la vida y que el relato no cuenta nada, tan sólo muestra una escena, un chisme, muy al modo de la literatura de la anglosfera, que existe para satisfacer gustos y no intelectos. Te recomiendo el audio de Jesús González Maestro que está al final de este artículo para entender las diferencias, diametralmente opuestas, entre ambos conceptos de literatura. Llevo años asegurando que se llaman cuentos y no relatos, y que hay cuentistas y no relatistas. Pero ante la insistencia del común aprovecharé el término «relato» para distinguir, desde el género del cuento, la literatura propia de la hispanosfera de aquello que les gusta en la anglosfera. Así, llamaré relatos a esos textos narrativos absurdos en su esencia porque no cuentan nada; a esa literatura que hace que el lector con un libro se sienta más contento que un tonto con una tiza; a esas lecturas que no buscan proporcionar una enseñanza sino entretener al lector para que sea feliz creyéndose inteligente por entender lo que lee, aunque lo que lee sean chismes y patrañas que sirven para mantenerle en la…
Me ha enviado una amiga cuentoherida un texto que se ha publicado a finales de septiembre del año pasado en una famosil web de consumo de libros. El epígrafe bajo el que publican el texto en esa web es el de CUENTOS, pero para introducirlo el becario del turno dice: «A continuación reproducimos un relato inédito de María Cabré, Infierno» (el destacado es mío). Queda dicho, pues, título y autora. Y también que para quien gestiona esa sección le da lo mismo cuento que relato. Los lectores en general y los críticos literarios en particular no tienen claro qué es y hasta dónde llega el género literario del cuento, y agrupan toda narrativa breve bajo la misma etiqueta: ‘relato’. Hasta ahora yo abominaba del hiperónimo «relato» para referirse sistemáticamente a los cuentos. Pero hace una semana he escrito una reflexión (podía haberla hecho más corta pero no me ha dado la gana) donde apunto que llamaré relatos a aquellos textos narrativos que no cuentan nada y sólo muestran una situación: los personajes se mueven por ella, pero NO OCURRE NADA; estos textos narrativos carecen de una de las señas de identidad del cuento: el acontecimiento. Muchas idas y venidas, muchas…