Hermenéutica malintencionada de Caperucita Roja

16 de marzo de 2024

Hilarante por disparatada es la explicación que le da Blanca Álvarez González al cuento Caperucita Roja en su libro La verdadera historia de los cuentos populares. Su interpretación busca los tres pies al gato e inventa soluciones y atiza razones faltas de fundamento o que no tienen sentido.

Blanca Álvarez falleció en 2021. No voy a criticar su trabajo por el gusto de denostar, sino para prevenir contra las fantasiosas interpretaciones de las hermeneutas, que siempre acaban reflejando sus propias taras, traumas, tabúes, complejos…

Habría que viajar al siglo XVII y preguntarle a Charles Perrault qué tenía en mente cuando escribió su cuento basándose en las versiones orales a las que tuvo acceso. Como no es posible, podemos conjeturar, pero nunca elucubrar y menos aún fantasear. Para explicar el cuento de Caperucita Roja, Blanca Álvarez cuenta a sus lectores otro cuento que saca de una chistera morada.

El libro se publicó en 2011, cuando empezaban a coger lumbre las actuales teorías desnortadas que todos y todas sufrimos hoy sobre lo mal que lo pasan todas las mujeres de todos los tiempos en todo el mundo por culpa de todos los hombres que existen y que han existido. Todos recordamos cómo todas jalearon una haka tribal donde todas sentenciaban que el violador eres tú.

Lector y lectora mía, no es necesario que subas la guardia porque no voy a atacar tus convicciones. Son tuyas. A ti te pertenecen y puedes hacer con ellas lo que mejor estimes oportuno. Yo evito tratar con personas tan prisioneras de su ideología y tan dadas a las ocurrencias sensacionalistas y a las elucubraciones emocionales como Blanca Álvarez González. Mis criterios los guía la razón, la coherencia, la prudencia y el pensamiento crítico. No soy parte de ningún rebaño y no me dirige ninguna mente de colmena.

El cuento de Caperucita Roja muestra a las niñas la desgracia que les puede suceder –a ellas y a sus seres queridos– si confían en desconocidos: la niña le da al lobo la dirección de la abuela y le dice que está sola y enferma. Una niña dando información personal y familiar a un desconocido… ¿qué me recuerda?

El cuento previene a las jóvenes contra las personas malvadas… por eso se presenta un lobo antropomorfo, un lobo que habla y se relaciona con los cachorros de los humanos.

La clave del cuento radica en la candidez con que la niña otorga su confianza al lobo-desconocido.

No pierdas de vista que es un cuento sencillo destinado a niños y niñas del siglo XVII, aunque las hodiernas redes sociales también son un bosque donde acechan lobos depredadores.

Una visita a la página que Wikipedia tiene de este cuento te mostrará con otras palabras lo mismo que yo te digo.

Pero Blanca Álvarez González hace una interpretación torticera sobre el texto del cuento. Y, contumaz, la hilvana con denuedo feminorro.

Comienza dándole una interpretación iniciática:

Todos los colectivos humanos conceden una importancia de fiesta y ritual a la transformación sexual de los niños: la pervivencia del grupo depende del número de reproductoras y de cazadores.

¿Todos los colectivos humanos…? No a mí alrededor. Curiosa fijación tiene por lo universal el colectivo al que pertenecía Blanca. Pero sigue:

Lo que tiene de iniciático aún podemos encontrarlo en algunas islas de la Polinesia donde las niñas, cuando sufren su primera menarquia son introducidas tres días en una cueva (…).

Todos estamos convencidos de que las y los que contaban oralmente el cuento antes de Perrault conocían de primera mano y tenían muy en cuenta lo que ocurría en las antípodas islas de la Polinesia cuando lo transmitían a la generación siguiente.

Blanca no se arredra y remata…

Pero Caperucita es, con mucho, el relato que mejor define la búsqueda de la identidad sexual y los «peligros» que tales descubrimientos acarrean.

Disparatado… e hilarante… Lo será, con mucho, para quien padezca alguna desviación.

A continuación decide incidir en la concupiscente y malvada lascivia sexual de los hombres:

En el inicio del cuento recogido por los hermanos Grimm, se nos presenta la imagen de una «pequeña y dulce muchachita que en cuanto se la veía se la amaba». Una definición de las niñas en el justo momento en que apunta la mujer que ya promete; y ese «verla y amarla», responde a un canon de deseo muy extendido en la literatura universal en su versión de «lolitas» capaces de enloquecer a los hombres maduros.

Puesto que los Grimm son quienes escribieron conscientemente esas líneas, va a ser que eran dos obsesos viejos rijosos…

Yo, en ese «pequeña y dulce muchachita que en cuanto se la veía se la amaba» no veo connotación sexual ninguna. Más bien veo un apunte religioso bienintencionado. En tí está ver sombras donde hay una cándida ambigüedad. Mayor en tanto que Blanca utiliza el presentismo, ello es, proyectar los valores del presente en el pasado.

Alguien podría decir que hace falta ser una malvada madrastra malpensada para ver asomar las ‘colitas’ que van del arcipreste a Nabokov en el inicio del cuento. ¿Estaban babeando libido lujuriosa los dos hermanos Grimm cuando escribieron esas líneas? Para saberlo habría que irse a la primera mitad del siglo XIX y hacerles un psicoanálisis a ellos, no a sus cuentos.

En la versión original de Caperucita Roja esa frase no existe. Pero Blanca la hermeneuta juzga el cuento por una elaboración posterior, la de los Grimm, y no por la «más original» de Perrault, que recopiló y compiló diferentes versiones de la tradición oral.

Continúa la artera y torticera interpretación de Blanca Álvarez González:

Aquí ha de presentarse «el otro», el desconocido por diferencia sexual, el elemento conturbador y peligroso: el lobo. Aunque, Caperucita «no tuvo miedo de él». Es decir, desconoce su poder porque aún no ha sido iniciada en el temor al otro sexo, tan solo se siente vagamente seducida; (…).

Y hemos llegado al trauma, complejo, fobia… o tara de la hermeneuta: «el otro» es un hombre… por supuesto. Como la recalcitrante feminista que era Blanca sabía muy bien, no hay hombres buenos, pues todos son heteropatriarcales y por mor de ello todos son malos y perversos. (Si aceptas que Blanca haga la interpretación que le dé la gana de un cuento admonitorio, aceptas que yo haga la interpretación que a mí me dé la gana de su artera y desajustada interpretación, ¿o yo no puedo…?).

Olvida Blanca que el abominable heteropatriarcado es el que protege a las mujeres de las agresiones. De las agresiones que esta especie humana nuestra ha perpetrado siempre y va a seguir perpetrando mientras exista. Somos lo que somos a pesar de lo que somos. Cuando esto se entienda, a lo mejor cambian las visiones planas e infantiles (idealizadas) que colectivos amorfos hacen sobre la realidad.

Por cierto, heteropatriarcado es un palabro redundante puesto que un patriarca –y una matriarca— son, por definición, heterosexuales.

Álvarez González se recrea en retratar a un lobo-hombre como un ser sediento de sexo:

El lobo, jugando a la perfección la imagen del seductor hambriento que no desdeña ningún bocado, piensa en el modo de doblar su festín: «Esta joven y tierna presa es un dulce bocado y sabrá mucho mejor que la vieja; tengo que hacerlo bien desde el principio para cazar a las dos». La avidez por el más tierno bocado, no anula el deseo por la anciana. En las novelas donde el hombre «se pierde» por los encantos de las adolescentes, el proceso, lógico por otra parte, es inverso: se seduce a la madre para acercarse a la hija.

Eso que llaman un doble deportivo puede tener gracia si se yace con madre e hija jóvenes, pero si la hermeneuta opina que es igual de gracioso yacer con la abuela y la niña, empiezo a sospechar una obcecación mental, tal vez producto de traumas no superados.

Continúa esta periodista de profesión enumerando una serie de ideas que no aparecen en el cuento por ninguna parte, y que sólo estaban en su ensoñación enfebrecida.

Una muestra:

Como buen embaucador, trata de contraponer la obligación aburrida con el placer. Y parece que lo logra porque la niña abrió los ojos, curiosa expresión del relato para reflejar que, finalmente es el otro, el diferente a ella misma, quien primero le señala las bellezas de ese camino donde se adentra para «saber quién es». Caperucita obedece: «se desvió del sendero, adentrándose en el bosque para coger flores. Cogió una y, pensando que más adentro las habría más hermosas, cada vez se internaba más en el bosque».

Destaca Blanca: porque la niña abrió los ojos, curiosa expresión del relato… ¿Ha tenido en cuenta que está leyendo una traducción? ¿Se ha preocupado de indagar en el original? ¿O simplemente elucubra sobre el texto del librito que ha comprado en el economato del barrio?

La propia hermeneuta se pisa un pie cuando dice: Caperucita obedece… O sea, que es víctima de su torpeza, precisamente contra lo que el cuento advierte: no confíes en desconocidos, que querrán embaucarte.

Ya he dicho que Blanca Álvarez sigue la versión de los Grimm y no la de Perrault. Los Grimm eran los Disney de la época, que endulzaban los cuentos populares. Por eso en sus versiones la niña y la abuela son rescatadas con vida de la panza del lobo. Pero con ello no hay consecuencias a la desobediencia y se pierde la advertencia del cuento.

Perrault sí es el macabro ser de siglo y medio antes que recoge la brutalidad de la tradición oral, como leerás en la página de Wikipedia, donde se apunta que la sexualidad está más presente en la versión de Perrault que en la seguida por Álvarez González.

Lo único sexualizado que veo en Perrault, y con los ojos del presente –con presentismo–, está en el pasaje de Caperucita entrando en casa de su abuela:

El lobo, al verla entrar, le dijo mientras se ocultaba en la cama bajo la manta:
—Deja la torta y el tarrito de mantequilla encima del arca y ven a acostarte conmigo.

Caperucita roja se desnudó y fue a meterse en la cama, donde se quedó muy sorprendida al ver cómo era su abuela en camisón.

¡¡Y con los ojos del presente!! Sabemos que en la época de Perrault se mantenía un patrón de sueño bifásico, levantándose y haciendo labores entre las dos tandas de sueño… y dormían en comunidad. Y no debían de tener noticia de los virus que propagan las gripes y resfriados, ¿no crees?

Pero como Blanca Álvarez González no ha leído a Perrault, no nos atiza con este pasaje y se queda con la candidez del comienzo: se la veía y se la amaba.

Versión de Perrault:

Érase una vez una niña de pueblo, la más bonita que se pudo ver jamás; su madre estaba loca con ella, y su abuela más loca todavía.

Versión de los Grimm:

Érase una vez una niña tan dulce y cariñosa que robaba los corazones de cuantos la veían; pero quien más la quería era su abuelita, a la que todo le parecía poco cuando se trataba de obsequiarla.

Otra versión de los Grimm:

Érase una vez una pequeña y dulce muchachita, que en cuanto se la veía se la amaba, pero sobre todo la quería su abuela, que no sabía qué darle a la niña.

Es esta última versión de los Grimm la única que ha seguido la periodista y autora de La verdadera historia de los cuentos populares. Si hubiera querido hacer un verdadero trabajo de investigación tendría que haber cotejado varios textos. Pero ya conocemos la máxima del periodismo voraz: «no dejes que la realidad te prive de tu discurso». Vuelve a mirar el título que dio a su libro: es ‘la verdadera historia’ y punto. Palabra de dios…, te alabamos señor.

¿Por qué si los Grimm son tan lúbricos y su texto tan sicalíptico como Blanca Álvarez pontifica no han mantenido el pasaje de Perrault donde el lobo le pide a la niña que se meta en la cama con él? Veamos ese pasaje en las versiones de Grimm que yo manejo:

Versión de los Grimm:

Extrañóle ver la puerta abierta; cuando entró en la habitación experimentó una sensación rara, y pensó: «¡Dios mío, qué angustia siento! Y con lo bien que me encuentro siempre en casa de mi abuelita».
Gritó:
—¡Buenos días!
Pero no obtuvo respuesta. Se acercó a la cama, descorrió las cortinas y vio a la abuela, hundida la cofia de modo que le tapaba casi toda la cara y con un aspecto muy extraño.
—¡Ay, abuelita! ¡Qué orejas más grandes tienes!
—Así te oigo mejor.
—¡Ay, abuelita, vaya manos tan grandes que tienes!
—Así puedo cogerte mejor.
—¡Pero, abuelita! ¡Qué boca más terriblemente grande!
—¡Es para tragarte mejor!
Y, diciendo esto, el lobo saltó de la cama y se tragó a la pobre Caperucita Roja.

Otra versión de los Grimm:

Se asombró de que la puerta estuviera abierta y, cuando entró en la habitación, se encontró incómoda y pensó: «Dios mío, qué miedo tengo hoy, cuando por lo general me gusta estar tanto con la abuela». Exclamó:
—Buenos días —pero no recibió contestación.
Luego fue a la cama y descorrió las cortinas; allí estaba la abuela con la cofia tapándole la cara, pero tenía una pinta extraña.
—¡Ay, abuela, qué orejas tan grandes tienes!
—Para oírte mejor.
—¡Ay, abuela, qué ojos tan grandes tienes!
—Para verte mejor.
—¡Ay, abuela, qué manos tan grandes tienes!
—Para cogerte mejor.
—¡Ay, abuela, qué boca tan enormemente grande tienes!
—Para devorarte mejor.
Apenas había dicho esto, el lobo saltó de la cama y se zampó a la pobre Caperucita Roja.

Nota que en la primera versión no existe preocupación de la niña por los ojos. En la versión original de Perrault Caperucita repara (por este orden) en el tamaño de brazos, piernas, orejas, ojos y dientes (que no boca).

Los hermanos alemanes hicieron varias versiones, mezclando cuentos. Que la abuela estuviera viva dentro de la barriga del lobo recuerda a Las siete cabritillas.

Es claro que la niña de la que habla el cuento no es la preadolescente que le interesa mostrar a la torticera periodista asturiana. La sexualidad no es el objetivo del cuento. Caperucita aparece como una niña adorable y desvalida para que la oyente/lectora del cuento empatice con ella rápidamente (el cuento es corto) y la lección final la sobrecoja, pues la protagonista muere devorada a causa de su desobediencia y su torpeza.

Pero Blanca Álvarez González se ha dado permiso a sí misma para fantasear con su ideología por bandera. Pero la ideología es la organización emocional de la ignorancia colectiva: no cabe ningún pensamiento crítico dentro de la ideología.

El diálogo sobre las diferencias que encuentra en la falsa abuela —el lobo disfrazado— forman parte simbólica de ese nuevo modo de mirar. Caperucita —en ningún momento se da el nombre de la protagonista, tan solo el atributo que la diferencia— descubre un ser que ya no es la abuela, sino la mujer y «pregunta». La entrada en el bosque le ha concedido el permiso para preguntar, al igual que la primera menarquia suponía el permiso para entrar «en el cuarto de las mujeres».

Voy a mostrarte el juego del trile a cámara lenta: Caperucita —(…)— descubre un ser que ya no es la abuela, sino la mujer (…). Pero si acababa de decir que es el lobo disfrazado… ¿de qué mujer habla ahora en este largo delirio? Es un anacoluto malintencionado, anticipándose trece años a lo normalizado en estos días de marzo de 2024.

Me pregunto si no será que esa mirada sucia y contaminada que Blanca Álvarez arroja sobre un cuento que tan sólo advierte de peligros a las niñas y a los niños (supongo que hubiera homosexuales depravados en el siglo XVII) viene sesgada por el afán de destacar entre sus pares ideológicos. El mismo afán que movió a aquella choni tonta de baba a decir que el ajedrez es un juego machista porque se trata de matar a la reina, con lo cual puso de manifiesto su estolidez, su estulticia y su ignorancia.

Pero la ignorancia tiene una disculpa puesto que nadie nace enseñado. Blanca Álvarez no tiene disculpa pues era una mujer formada académica y literariamente y elucubró ofreciendo un sesgo ideológico por afán de llamar la atención sobre sí misma, confundiendo con todo este disparate a quien lea su libro acríticamente: hace un año me soltó esta misma interpretación una perroflauta que vino al pueblo con un talleruco de chichinabo pagado con dinero público. Y claro, he investigado…

Veamos cómo concluye la lección ideológica la autora de tan singular despropósito:

«El lobo saltó de la cama y se zampó a la pobre Caperucita». En este punto acaba la versión original de la tradición oral. Es decir: la niña había entrado en la cueva, en el estómago del animal, y ya no saldría del mismo; el ser que asomaría de nuevo ya no lo haría como una niña, sino como una mujer.

El cacao que está batiendo no acaba de engordar… A reglón seguido se enfanga:

Los hermanos Grimm, dan una vuelta de tuerca al final del relato, lo «literaturizan» y terminan correctamente. La educación iniciada con la niña que ya no vive en una comunidad primitiva, sino en una sociedad compleja regida por normas de comportamiento perfectamente establecidas. Aparece un segundo hombre: el cazador —hasta ese momento, el eje central era un triángulo de mujeres— la versión normalizada del hombre que ha de saber buscar como protector, alejándose de la atracción ejercida por el lobo seductor. Este «hombre adecuado», dispara sobre el lobo, a la vez rival en la seducción y bestia peligrosa.

¿De verdad el eje central era un triángulo de mujeres durante todo del cuento? ¿El lobo no pinta nada? Parece que a Blanca la feminista a ultranza le sobra el lobo, que en realidad tiene más peso en la historia que Caperucita. Blanca Álvarez González padecía de acérrima ideología, enfermedad que nubla el entendimiento sumiendo en la mediocridad a quienes la padecen.

¿Pero de verdad alguien se puede creer que los hermanos Grimm tenían todo ese rollo psicótico en la cabeza cuando decidieron reescribir el cuento de Perrault? La sesgada e interesada interpretación que Blanca Álvarez González hace de Caperucita Roja distrae de la importantísima lección que proporciona el cuento: ¡Niñas, nunca confiéis en desconocidos ni mucho menos les deis datos ni información sobre vosotras!.

Lo diré de un modo más… «digital»: Chavalas… que no quedéis con desconocidos a través de las redes sociales, y estad ojo avizor porque cualquiera puede usurpar identidades que os parezcan confiables, como hizo el lobo disfrazándose de abuela.

Un cuento que debe servir de advertencia, estas sedicentes mujeres empedorradas lo convierten en un viaje sexual de la niñez a la madurez basándose en arcanos secretos iniciáticos que reconocen desconocer, mezclando cuevas ancestrales con menarquias púberes. Y mandan al garete la útil advertencia a navegantes porque sólo les importa sacar la cabeza de su agujero y ondear la banderita.

Si me lo propongo, puedo interpretar La Cenicienta para demostrar lo malvadas y dañinas que son todas las mujeres con las mujeres que odian, y odian a todas las mujeres que puedan hacerles sombra, cosa que sabemos todos y todas –la madrastra de Blancanieves odiaba la juventud de la niña, y la madrastra de Cenicienta es quien la encierra entre pucheros–. Piensa que son las abuelas quienes practican la inhumana ablación del clítoris sobre niñas indefensas que les ofrecen sus propias madres: como se lo hicieron a ellas, ellas lo hacen a la generación siguiente.

((He encontrado el quinto capítulo de La verdadera historia de los cuentos populares en Internet: Caperucita Roja, la búsqueda de la identidad sexual. Juzga por ti misma)).

No hay comentarios

Los comentarios están cerrados.