Contando pegotes

17 de diciembre de 2021

Escucho hablar a cuentistas publicados –lo que no quiere decir que sean célebres ni mucho menos que sean buenos–, y muchas veces me hace una gracia particular su forma de hablar… yo diría que taimada, ladina. Evitan conscientemente hablar con grandilocuencia y así aparentar modestia, como dándose poca importancia, como si lo que cuentan fuera para ellos su pan de la normalidad. En estas lides hublimistas el maestro fue Borges.

Borges fue un tipo que vivió haciendo continuo alarde de su modestia: la exhibía como una marca personal. Pero dice un antiguo aforismo (del que sigo en busca de su autoría) que la modestia es la virtud de los mediocres. No diré que Borges fue un mediocre, pero sí sé que está sobrevalorado. Ya he hablado de esto en otra ocasión y no merece que gaste más teclas, que se me borran las letras.

Hablando de los cuentistas actuales, (y las cuentistas, que ellas son mucho más taimadas y ladinas –ellas siempre son más en todo–), observo que dejan caer frases como al desgaire con las que se autoimponen un aura de importancia sin manifestarlo abiertamente, como quien no quiere la cosa, como quien no repara en ella por ser su hábito cotidiano. Hoy voy a comentar dos casos.

He notado que cuando hablan sobre los temas de los que escriben dicen siempre «me interesa». Algo así como «a mí me interesan las relaciones humanas que se han roto». Nota que comenzar con el pronombre personal es el hábito arraigado en el egotista.

Vale que sea perfectamente válido escribir sobre rupturas, sean sentimentales, filiales, laborales u otras que el magín pueda traerles a colación. Pero añadir en forma pronominal el verbo «me interesa» les da una importancia, un empaque, que no les aportarían otros verbos: «Me interesa ver lo que ocurre cuando la persona que domina en esa relación ejerce acoso sobre la segunda persona».

Que digo yo que qué leches les va a interesar. Querrán decir que investigan, o que miran para esa parcela, o que escriben cuentos sobre los efectos que produce esa situación, o que les gusta escribir sobre ello; incluso un pedante estoy trabajando podría ser más realista. Pero un «me gusta» sabe a poco, no da ese aura, esa mística, ese título de psicólogo-sociólogo desfacedor de entuertos, perito en la jurisdicción literaria.

Has de notar además el engolamiento que adoptan cuando sueltan esos «me interesa», que parece que les nacen garganta adentro. Se envanecen y ufanan tanto que yo les diría «Y a mí qué leches mi importa lo que a ti te interesa; ponte a escribir majadera que ya decidiré yo si lo que produces me interesa a mí».

El otro detalle que vengo observando, sobre todo en cuentistas que están gozando de su primera media popularidad, es cuando sueltan en una entrevista, como sin darle importancia, que les han encargado tal o cual cuento.

Desde luego no suena igual decir «Me encargaron este cuento sobre este tema», que decir más humilde y sinceramente «Me llamó una amiga para ver si tenía algún cuento sobre este tema… y como no tenía nada le pregunté que cuándo tenía que enviárselo, me dijo que para el lunes, y le dije que vale, que se lo enviaba; así que estuve tres días devanándome los sesos para escribir algo y no perder el dinerín que me ofrecía».

La importancia que supone el hecho de que le encarguen un cuento a ella en concreto, no la paga el dinero que le giraron. Como mucho, siendo muy generosos, pongamos que alguien pagara 500,00€ por un cuento de… digamos cinco mil palabras (diez céntimos por palabra). El pote que te das diciendo que te lo encargaron vale más que esos generosos 500,00€.

Nota también que si les llamó un editor anodino, citan el título de la recopilación. Pero si la editorial o el periódico (sea diario o semanario) tiene cierto nombre, nunca citan el proyecto editorial donde se enmarcó el cuento sino el medio que lo publicó.

A todo este proceder se le llama la Ley Campoamor:

Y es que en el mundo traidor
nada hay verdad ni mentira:
todo es según el color

del pegote que te tiras.

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