De mercenarios y mercaderes que escriben cuentos

4 de abril de 2021

Ignoro si los cuentos que escribo pueden considerarse literatura. Y me gustaría saberlo. Sí sé que cuando escribo soy libre de hablar de, y de decir lo, que me viene en gana. Ambas ideas, libertad y literatura, están estrechamente relacionadas.

Han caído en mis manos, en cuestión de veinticuatro horas, dos textos que confrontan una realidad que resumiré así:

Que te publiquen no quiere decir que lo que escribes sea bueno; que no te publiquen no quiere decir que lo que escribes sea malo.

Soy consciente de que dicho por alguien inédito suena a disculpa y justificación:

Quizá si no te publican es porque lo que escribes asusta… Quizá si te publican es porque lo que escribes es intranscendente, con lo que no lloverán críticas y escraches sobre la editorial.

Los escraches han llegado con las nuevas tecnologías… Una quedada digital, un boicot generalizado, y una editorial podría «verse obligada» a pedir disculpas para apaciguar a cientos de mentecatos (quienes nunca comprarán un libro que les haga cuestionarse sus credos) que han encontrado su fuerza en la masa borreguil sin más esfuerzo por su parte que clicar en un botón.

Personas mejor formadas que yo y con criterio propio opinan igual: ¿Por qué han abandonado las librerías los grandes autores españoles del siglo XX?

La opinión del catedrático emérito me parece más centrada al detallar las claves. La de la editora la veo más difusa en cuanto a la detección del origen de los males. Parece que ella se reconoce partícipe de lo que muestra y que se acepta. Él critica una serie de defectos que me han obligado lanzado a escribir este artículo. Su análisis comienza así:

Parto del convencimiento de que los aficionados a las bellas letras compartimos la idea de que los mercaderes han entrado en el templo de la literatura, y que ejercen un enorme dominio en la oferta narrativa, nada beneficioso para la cultura.

Luego habla del declive de la sociedad creativa y de la connivencia de la crítica literaria.

Leído este texto, he recordado el que leí veinticuatro horas antes. Me han prestado un libro de Isaac Rosa (prestar libros no está penalizado, pero cualquiera sabe lo que traerá el futuro) donde el propio autor, en el prólogo, dice sentirse orgulloso de ser uno de esos mercaderes que el catedrático emérito de literatura española señala en su artículo.

Extracto algunas frases del prólogo del cuentario Tiza roja, de Isaac Rosa:

1) todos los cuentos que he escrito y publicado han sido de encargo (…). Y ahí va mi primer agradecimiento en este prólogo: a quienes en estos años me han encargado relatos, me han ofrecido las páginas de sus revistas, periódicos y libros para publicarlos.

2) (quién querrá leer los cuentos de un autor que dice que no le sale escribirlos, que solo lo hace cuando se lo encargan, y por tanto siempre que le paguen) entre paréntesis en el original.

3) soy un entusiasta de la literatura de encargo. (…). Ya vale de dejar la literatura a merced de la inspiración, las ganas, el capricho y la irresponsabilidad del creador autónomo, soberano, libre e intocable.

Hay que matizar que Isaac Rosa vive de publicar lo que escribe. Has leído bien. No he dicho que viva de escribir, sino que vive de publicar lo que escribe. Si no publica no comen en su casa.

Del extracto número uno colijo que es un tío agradecido con los que le dan de comer. Sabio comportamiento es no morder la mano que te da de comer, máxime cuando la relación laboral pende del capricho del editor.

En su segunda aseveración aclara que es un mercenario de la palabra, un mercader (que dice el catedrático emérito) que escribe lo que quien le paga quiere que lean sus lectores.

En la tercera afirmación compruebo que saca pecho de su cualidad de mercader y que carga contra quienes somos libres de escribir de y lo que nos da la gana.

¿Se puede estar orgulloso de ser un vendido? Pues parece que sí. Cuando te pliegas «todos estos años» acabas careciendo de orgullo. La pela es la pela, y comer hay que comer todos los días. Así que acabas haciendo migas con la imagen que ves en el espejo cada mañana.

Escribir asalariado (lo cual es legal), y ser un estómago agradecido, no estaría tan mal si la calidad de lo evacuado fuera notable: no me han gustado los cuentos que he leído de Isaac Rosa en ese libro de cuentos.

El primer cuento (Toda esa furia) parte de una idea ingeniosa, pero para mi gusto patina y se estrella en el final. Termina con una diatriba facciosa de corte sectario. Y, sinceramente, esa no es la misión del género del cuento.

Me he atrevido con el siguiente cuento (Movimiento de las estatuas). Además de carecer otra vez de final (y van dos seguidos), el autor parece tener una fijación contra la policía, sean municipales o antidisturbios. Entiendo que estira y retuerce un cliché… Pero para eso ya está Facebook y otras basuras sociales.

Isaac Rosa se ufana y vanagloria de escribir contra los males de la sociedad mientras pone el cazo (en Bilbao lo llamamos ser pesetero). La doble moral es otro mal de esta sociedad.

Él sabrá por qué desdeña a quienes podemos comer aunque no nos publiquen, a quienes tenemos libertad para escribir lo que nos da la gana sin humillar la cerviz ante nadie, a quienes quizá nunca publiquemos porque nuestros cuentos iluminan la realidad desde un punto de vista que el mainstream (la corriente de opinión dominante) escamotea.

Si la realidad es un poliedro con múltiples facetas, aristas y vértices, mis cuentos iluminan caras sucias, aristas filosas y vértices punzantes. El punto de vista del mainstream sólo ilumina la cara que le interesa. En mis cuentos muestro caras desconchadas (disonancias), filos cortantes (contradicciones) o puntas que pinchan (falsedades), que incomodan a los secuaces de la corriente de opinión dominante.

El mainstream ha creado una realidad artificial, y le interesa mantener la sociedad en un estado de infantilización permanente para que siga poniendo los sentimientos por delante de la razón. La mediocridad resultante es manejable por el sistema. No interesa que la población piense, se cuestione y razone sobre las disonancias y contradicciones que vive.

Los secuaces de este nuevo sistema (ellos se definen como antisistema), aquellos que se encuentran cómodos entre la mediocridad, cargarán contra los cuentos que muestren reflexiones y puntos de vista que no interesan al mainstream, y dado que la posibilidad de escracheo es real, a la editorial se le abrirá el hongo y se negará a cumplir con lo firmado en un contrato de edición, como ya ocurrió con Ciudad Perro.

Como tengo un trabajo en el que ya soy mercenario por un salario, no tengo necesidad de plegarme intelectualmente con mi producción literaria para comer.

Uy, perdón… que no sé si lo que escribo puede ser considerado literatura. Según el catedrático emérito quizá lo sea… Me pregunto: ¿qué valor literario pueden tener medio centenar de cuentos que te han pagado para que los escribas? Quizá ni siquiera pueda decirse que intelectualmente son tuyos.

EDITO:
He leído el tercero (¡Que le quiten el lazo!) y el cuarto, que da título al cuentario (Tiza roja) y se confirma tanto la ausencia de finales, que los incautos confunden con finales abiertos, como la fijación del autor con la policía. Además, todos están contados en una cansina primera persona (en algunos pasajes la alterna con la coral primera del plural), lo que como todos sabemos facilita a los autores neófitos el punto de vista del narrador. Bastante negado para el cuento veo al Isaac Rosa este…

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