Nunca he estado entusiasmado con el Facebook. Lo he dicho en otras ocasiones. Soy hombre-blog, y comencé a dejarme sentir en la Internet en realidad hace cuatro días, a mediados de 2004, pero a la velocidad que vamos parece que tengo la veteranía de un furriel con cien batallas.
Surgieron lo que conocemos como redes sociales cuando los blogs cobraban protagonismo, movimiento este del blog al que los políticos temieron (dejando para el recuerdo alguna vergonzosa iniciativa parlamentaria recogida en el boletín de las Cortes) y que han logrado sojuzgar al crearse ruido en la ReD con blogs palmeros e inútiles que ni opinan ni proponen, sólo dan testimonio de las frívolas veleidades de cada mameluco vecino.
Y por ese mismo discurrir es que se han ido las redes sociales, en concreto el Facebook, que se ha convertido en una verdulería donde cualquier mentecato puede exigir su derecho a opinar para decir contrastadas majaderías, como que la Tierra es plana o como que los animales tienen derechos.
Pero como uno anda ocioso a veces, fui y caí en la tentación y me hice un facebook hace dos años y medio. No voy por ahí mendigando megustas ni amistades (aunque reconozco mi torpeza al confundir sugerencias de amistad con peticiones de amistad, y acabé pidiendo amistades a desconocidos… puto Facebook que hasta para eso es artero y se vanagloria confundiendo a sus usuarios con etiquetas similares).
Veterano de la guerrilla-blog, tengo eliminada por sistema la posibilidad de comentar en todas mis bitácoras. Me importa un bledo lo que me pueda decir un quídam en el caliente tras la lectura, sobre todo si viene como afrenta (para quien considere importante hacerme un comentario desde el sosiego de la reflexión sí he dejado una vía abierta). Y aunque tengo claro que no ofende quien quiere sino quien puede, no es menos cierto que eliminar troles y banear bodoques me lleva un tiempo que no estoy dispuesto a regalar.
En ese sentido no creo que Facebook me haya dado nada. Ni más visibilidad ni más lectores, y de los comentarios paso como de tirarme a un zarzal. Lo único que le reconozco es que otorga una facilidad para seguir mis opiniones a quienes me estiman y abrazo.
Así las cosas, el otro día me baneó Facebook durante 24 horas al sacarme la segunda tarjeta amarilla en la misma semana. Han tenido la amabilidad de comunicarme que incito al odio por comentar con palabras como «hostiar», «mierda», «putos», «imbéciles» o «cojones». Deben de querer uniformarnos con un lenguaje pijo y amariconado.
Les ofende la palabra «hostiar» sin atender al contexto en el que se dice. No la usé ni como mandato ni como exhortación, sino como denuncia de los miles de niños que son hostiados en casa a diario (maltrato doméstico que a lo que parece no da tantos réditos titulares a los periodistas como el otro maltrato doméstico, el habido entre mujeres y hombres).
Pero el tontobot del Facebook no discrimina contextos, como ya sabía que no discriminaba una teta de una tía de un pecho en una obra de arte.
Y este, damas y caballeros, es el mundo en el que nos abismamos, igual que cae el trenecito de la montaña rusa tras llegar trabajosamente al punto más alto: nuestra vida regida por algoritmos y uniformidad léxica sin aristas por las que transitar para no indignar a los ofendiditos pusilánimes.
Con todo lo que antecede, estoy empezando a sopesar seriamente mandar al carajo mi cuenta de Facebook. Seguramente me pierda las chorrimaravillas del mundo mundial. Me da igual. Ni veo la tele ni sigo el feisbuc, y paso de los influentes.
Sé que si finalmente le digo adiós al mojigato Facebook seré más feliz. Aunque le daré las gracias por recordarme que aun siendo un malhablado puedo ser educado y que debo mantener mi identidad y mi personalidad al margen de sus gilipolleces gazmoñas y puritanas.
EDITO:
También quería cerrar mi cuenta de Whatsapp (ambas empresas del jeta Z) y borrar la aplicación del móvil. Desde siempre he usado Telegram, y vengo notando que las personas inteligentes usan Telegram. Entonces, ¿por qué seguir usando Whatsapp? Pues porque ayer mismo me han metido en un grupo Whatsapp de trabajo, recordándome que el puto Whatsapp funciona como mensajería franca y todavía hay personas interesantes que no valoran plantarse.
Un comentario
En 3… 2… 1… – Qué cuento