La semana pasada una mujer vino a mi trabajo y pretendía hacer algo que mi empresa no permite hacer. Después de explicarle, y lograr que entendiera, que existe un reglamento que yo no he redactado y que mi misión consiste en hacer que las reglas se respeten, la chavala me dijo:
«Pues esta va a ser la excepción que confirma la regla».
Como los absurdos y los anónimos no merecen respuesta, cerré la ventanilla y allí se quedó dando voces al cristal. No era momento de explicarle a esa mujer que NUNCA una excepción confirmará una regla.
La frase hecha «la excepción confirma la regla» es una derivación torticera de la frase original. Como ya soy viejo, he asistido en primera fila al deterioro social que ha sufrido esa frase, que en origen era:
«La excepción prueba la regla».
La subversión de la frase viene porque algunos entendieron el verbo «probar» como sinónimo de «confirmar», cuando en realidad significaba «poner a prueba»:
«La excepción pone a prueba la regla… la prueba».
Y luego llegó un giro más hacia el horror: «La excepción que confirma la regla», como si toda regla tuviera que soportar una excepción. Con lo que alcanzamos una nueva desviación torticera: la nueva subversión consiste en asumir que frases como esta tienen categoría de dogma, y de ahí que la mujer (tendría ya los treinta) pretendiera que toda regla tiene una excepción que le da validez, cuando lo cierto es que cualquier excepción invalida una regla.
He observado que estas personas sólo invocan la dichosa frase cuando les conviene.
Después de tenerla unos minutos dando voces al cristal volví a abrir la ventanilla y le dije:
—¿Conoce usted la norma que dice que «el cliente siempre tiene razón»?
—Por supuesto.
—Pues esta va a ser la excepción que confirma esa regla: usted no tiene razón.
Se fue convencida.
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