Peino canas con más de medio siglo a cuestas, así que he asistido al deterioro de esta sociedad, o quizá civilización.
Recuerdo con cariño cómo mis profesores nos enseñaban a pensar por nosotros mismos, y recuerdo cómo incentivaban nuestra memoria dejándonos salir al recreo en cuanto aprendiéramos la fábula del día:
Un pescador, vecino de Bilbao… (Hartzenbusch)
Envidiando la suerte del cochino… (Samaniego)
Oyendo un tordo hablar a un papagayo… (Iriarte)
Además de engrasar la memoria para otras necesidades, comprendíamos la moraleja, pues existía un apartado en la asignatura de Literatura que llamaban comprensión lectora, donde te obligaban a expresarte con propiedad (sí, te obligaban…).
Hoy, donde la memorización está denostada en aras de una globalización intelectual que nos iguala a la baja; donde está tan mal visto que los niños no aprueben su curso que el (funesto) Ministerio de Ineducación acaba de sacar una ley con la que es posible aprobar un curso tan singular como el bachiller con una asignatura suspensa; hoy, decía, la sociedad, o tal vez la civilización, está perdida (a mi modesto modo de ver, claro).
Hoy no sólo son los ninis, sino sus propios profesores —los verdaderos ninis, pues el acrónimo se construyó para su generación(*)— los que usan tan limitado vocabulario que, según dicen, flota alrededor de las 500 palabras. Ignoro si alguien las ha contado, coleccionado y abecedariado, pero te propongo otra forma de entender la incuria de mentes tan planas.
Observa su vocabulario: la mayor parte son palabras bisílabas. Algunas trisílabas hay, pero a condición de que mantengan las tres moras lingüísticas (las moras lingüísticas son algo así como el coste de pronunciación). Dirán «amigo» (mejor «colega») pero evitarán decir «compañero». En vez de «transporte», dirán «el bus», «el tren» o «l’avión».
Esta limitación léxica es una huida de las complejidades sintácticas, y aboca a una limitación mental que evita las complejidades existenciales. Esta simplificación de la representación del mundo interioriza sin esfuerzo el mecanismo de la comunicación más básica. En esa simplificación se pierden los ricos matices. Hiperónimos y palabras comodín llenan el diccionario personal de estos infraseres: «pájaro», «árbol» y «brutal».
Encontramos cada vez más profesores indolentes (los buenos se van extinguiendo por jubilación o por subsunción del sistema) que con su incurioso ejemplo corrompen el aprendizaje de los alumnos. Su desidia se extiende como la Nada en Fantasía por entre las filas docentes. Apuntaré, por si alguien no se ha dado cuenta, que el futuro presidente de este implosionado país está ahora mismo cursando primaria o secundaria.
Tan lamentable como la de los profesores es la negligencia vital de nuestra indolente caspa política. Y ahora, por una vuelta infame del destino, estamos en manos de ellos para salir de esta crisis bio-económica sobrevenida precisamente por la dejadez de la que hacen gala.
El pensamiento comienza con las palabras, y las palabras que manejamos conforman la profundidad del razonamiento que podemos alcanzar. Un vocabulario limitado nos hace estólidos. No podemos pensar en lo que no conocemos, y difícilmente en lo que no sabemos nombrar.
(*) Sí que hoy, aquellos ninis, trabajan de profesores, y técnicamente han dejado de ser ninis… Aunque el finde vuelven a casa de mamá, a llenar los táperes para no comer bocatas el resto de la semana mientras llenan sus tardes sin sudar con el pilates, dejándose la pasta en pseudociencias como el reiki, o salvando el universo conocido desde la plei. ««
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Si dudas de que exista esta simplificación del lenguaje en la comunicación, fíjate cómo anda la propaganda política en su nivel más básico, el de los nombres elegidos para llegar a sus votantes:
Partido Socialista Obrero Español… En los tiempos que corren, cuatro palabras son demasiadas para definir un concepto (y todas, como poco, son trisílabas y tetramoraicas). Tan descriptiva denominación nos llega de una época en la que hasta los proletarios pensaban. Hoy han sido reducidas a pe-so-e (para los amigos, so-e), y con la simplificación se pierden los matices. Por ejemplo, el de «obrero».
Partido Popular… Como este nombre es menos histórico, ya se procuró limitarle el número de palabras a dos. Pero también lo conforman palabras trisílabas con cuatro moras lingüísticas, quizá porque en el siglo pasado aún se pensaba algo. Pero ha sido reducido a pe-pé, lo que recuerda la repetición silábica de los bebés.
Más país… De los últimos en aparecer, y lo hizo con sólo dos palabras para tres silabas totales… ¿Alguien da menos?
(Cavernícolas, no os riáis de los perroflautas que ambos sois como imagen reflejada en un espejo).
Vox… ¿Alguien da un paso más allá en esta reducción al absurdo (político-lingüístico)?
Ciudadanos… Éstos parecen los más arriesgados, pero a cambio de elegir una palabra cuatrisílaba y de seis moras lingüísticas, por arte de la simplicidad política han sido capaces de reducir su nombre a un hipocorístico tan impronunciable como C’s (creo que ahora dicen ce-e-se pero acabarán reduciéndolo a ces).
Podemos… Este maremagno de ideales se presenta como el summum de la culturalidad zocata, con tres sílabas y cuatro moras lingüísticas en una sola palabra. Alarde lingüístico que sin embargo se queda en intención comunicativa: Podemos… hacerlo o no hacerlo… Por poder, podemos hacer, pero si podemos no hacer, para qué hacer… Hubiera sido mejor Hacemos… y mejor aún Hagamos. Pero esa hache inicial insonora hubiera supuesto un esfuerzo mental para sus votantes objetivo, y hubiera provocado una desconfianza emocional hacia el tipo y la cantidad de esfuerzo físico y personal que se les pedirá.
Resumiendo (que la vaca no te la vendo): el nivel de exigencia para ser político y la capacidad mental de la sociedad se han globalizado a la baja. El futuro debería ser una oportunidad, pero esta gentualla lo convierte en incertidumbre y zozobra.
(Espero que un alto porcentaje de las palabras que he utilizado no pertenezcan a ese micromanual de comunicación de 500 palabras, todo lo más trisílabas).
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