Peligro: mente de colmena

23 de noviembre de 2019

Hace un mes escribí una opinión criticando esas palabras que se usan cual comodín verbal en cualquier conversación de hoy día. Dije que acababan convertidas en palabras zombi: tras abusar de ellas quedan abandonadas, corrompido su significado original. Hablé del hartazgo que siento del (un mes después ya en decadencia) GENIAL, y del (un mes después ya ampliamente establecido) BRUTAL. Y olvidé aludir a otra que hace años estuvo viajando de boca en boca durante una larga temporada: TOTAL.

—¿Qué te parece la película?
TOTAL = GENIAL = BRUTAL.

Apuntaba que eran palabras superlativas, tendentes a saturar una gradación. Se opina sin escalas alcanzando para todo un máximo absurdo, por irreal; se introduce en el discurso una cota aplanadora y la simpleza del maniqueísmo (lo que no satisface siempre es una mierda).

Llevo unos días observando que vuelven los aumentativos terminados en -azo, aunque esto ya había ocurrido en el pasado. Es como si hubieran quedado larvados en el imaginario colectivo… Quizá sea la infantilización de la sociedad manifestándose a través del lenguaje (los niños magnifican lo que cuentan con estridencia), haciendo bueno el discurso del profesor José Manuel Errasti, de la Universidad de Oviedo (tras entrevistarme con él, yo he quedado convencido).

Ayer escuché decir que la lectura tiene que ser un «planazo» a una persona que había demostrado disponer de un rico y variado vocabulario, y pudo expresarse con mayor corrección y precisión. Me quedó claro que pretendió sintonizar con el mainstream. Pero algo falla cuando esa corriente dominante no es otra cosa que la infantilización de la sociedad que pone de manifiesto el doctor Errasti en el artículo enlazado arriba. Ayer, donde me encontraba, esa persona se hubiera cuidado muy mucho de crear sintonía alguna con una forma de expresión zafia y vulgar.

Hoy, al detenerme en una esquina, escuché una queja sobre los «cambiazos» de la climatología reinante estos días. También leo hoy que alguien ha tenido un «momentazo» en una intervención pública, o que lo que otro quídam hizo fue un «puntazo». Ya dije que estas formas de expresión se extienden entre la población como el olor a purines en mitad del estío.

No soy psicólogo ni sociólogo como para pretender averiguar de dónde proviene esta necesidad (instalada en la sociedad) de magnificar cuanto se expone, evitando la precisión en las manifestaciones personales. Pero a fe que esta simpleza igualatoria es preocupante… Quizá denote una carencia existencial colectiva.

Sin lenguaje no podríamos pensar. Igualar nuestro lenguaje al ras de la simplicidad es muy cómodo, pero restringiendo nuestro vocabulario encerramos nuestra mente. Este ansia de uniformarse en la expresión oral, renunciando a la propia expresión individual, apunta hacia una preocupante mente de colmena.

No sé si es obrera o zángano, pero he notado que cuando pienso contra el mainstream y lo expreso con corrección, pulcritud y precisión, la abejita guardiana me acusa de ser un tiquismiquis. El mainstream colmenero excluye a quien lo cuestiona, evitando así su falsabilidad.

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