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Es un cuentito trilero…
Escaleras (cuento – 781 palabras ≈ 3 minutos) Con esta gaita del confinamiento, apenas camino nada. Todo el día metido en casa y trabajando en lo que me gusta frente al ordenador. Además, con las lesiones de mi edad, quizá es lo mejor para mí. Pero una de estas noches, al irme a acostar, me he visto los pies hinchados y me he asustado. He tirado de enciclopedia mental y he recordado que con el propio apoyo de los pies al caminar, la compresión que hacemos contra el suelo, regula la sangre y los líquidos del cuerpo, que son reenviados al torrente circulatorio. Bueno, más o menos. Así que me he impuesto una rutina. Como vivo en zona rural, en lo que se llama una vivienda unifamiliar, y tengo escaleras interiores en casa, he decidido subirlas y bajarlas, y de paso tonifico la musculatura inferior, incluidas las nalgas. Me he propuesto subir doce veces los escalones, que son treinta y dos los que hay en casa. Pero como se me hacían pocos apoyos, he pensado que estaría bien llegar a los mil. La cuenta ha sido sencilla. Si hago tres series de doce repeticiones, estaré haciendo… pues treinta y dos escalones por doce repeticiones y por tres series, un total de más de mil cien apoyos. Si me lo propongo sé que podría hacerlos en dos tandas, e incluso en una, pero no sería de recibo emplear media hora en subir escaleras (una serie de doce ascensos y descensos me lleva unos diez minutos) y luego tirarme doce horas sentado, bien escribiendo al ordenador, bien leyendo, bien jugando un solitario… A mi mujer no le puedo quitar de reordenar cajones y armarios, que la chifla (apago modo ironía). Carecería de sentido hacer todo el esfuerzo para luego seguir sentado: me temo que mis pies estarían igual de hinchados al final del día. Así que hago tres tandas espaciadas, digamos que seis horas entre serie y serie, para que esos apoyos compresivos acaben por deshincharme los pies. Y lo hago. Subo las escaleras de una en una, y las bajo de igual modo. Pero… Mientras subo y bajo maquinalmente, la cabeza me baila aquí y allí, y mi mente se queda enganchada en algunas ideas que luego quiero emplear, y en la primera serie que hice ya perdí la cuenta. Bueno, hacer uno o dos ascensos de más me beneficiará, pero se me queda cara de tontolaba no siendo capaz de recordar el numerito por el que voy. Claro, claro, cuando voy por dos o tres es fácil, pero cuando supero la media docena ya no sé si llevo seis o siete, nueve u ocho. Así que me he buscado un sistema. Le he cogido a mi mujer seis pinzas. De las de plástico. Una de cada color. Y he dispuesto un cordelito arriba, en la planta alta. Cojo una pinza abajo, tiro escaleras arriba con ella, y la cuelgo del cordel. Bajo a por otra y repito la operación. Cuando tengo las seis arriba, bajo de nuevo y recomienzo a subir a por ellas, pisando las escaleras de una en una. Así, cuando no quedan pinzas arriba, sé que he terminado mis doce series. He notado un beneficio. Al no pensar en el número de subidas que llevo, no me agobio pensando en las que me quedan, que pensar que me quedan cinco, o cuatro, me genera ansiedad cuando ya el aire comienza a faltarme. Subo una pinza y bajo a por otra sin pensar en las que llevo y en las que me quedan. Y cuando abajo recojo la última pinza, sé que tras colgarla en el cordel, he de bajar para a continuación subir de vacío a por la primera pinza y descender con ella. Subo, cojo una pinza arriba, y la repongo a su cestillo abajo. Cuando agarro la última de arriba sé que es mi último viaje. Mientras tanto puedo estar a mis ideas y mantener el hilo de mis pensamientos, que no me olvido de coger una pinza. Y yo creo que hasta voy más rápido. Será por el hábito que impone la rutina mantenida. Y la mejora de mis mermadas capacidades físicas. Incluso ya no resoplo tanto ni termino próximo al punto de romper a sudar. Así que he decidido dar un paso más en esta rutina gimnástica. Y duplico las series; sólo es cuestión de voluntad. Ahora subo seis pinzas, las bajo, y cuando he terminado con ellas, repito el proceso. Así pues, mi nueva rutina son treinta y dos escalones por veinticuatro ascensos por tres veces al día, un total de dos mil trescientos apoyos, más cuatro. Pero hoy, cuando ha terminado el día, he visto que tengo las rodillas hinchadas. Losange Sable |
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