En la literatura moderna encontrarás dos tipos de escritores: los artistas y los artesanos. Los artesanos se muestran orgullosos y confiados con su sistema de producción, mientras los artistas no le dan mayor importancia al suyo y se les ve satisfechos de aceptarse tal y como son.
Los neófitos se debaten entre aceptar la propaganda que les llega de los artesanos, que predican su filosofisma de vida, o indagar en la plácida vida de los artistas.
Encontramos en el artesano la figura del estajanovista que escribe todos los días de ocho de la mañana a dos de la tarde, o que se ha impuesto escribir tres mil palabras cada día, o quizá seis páginas, o cualquier otra medida establecida por el despótico imperio de los humanos.
No creo en el sistema de los escritores estajanovistas. Tratan de cultivar la mente como si del arte del boxeo se tratara; arte éste que sí requiere perseverancia y religiosidad.
Luego tienes el escritor artista. Es el que escribe cuando le apetece. Su producción es más errática, incluso veleidosa, pero es de una calidad superior a su capacidad.
Te lo explicaré con la historia de tres hermanos que corretean juguetones por la casa de cualquier cuentista o poeta que se aprecie a sí mismo en su justa medida.
Por si no lo sabes aún, estos tres duendes se llaman Éxtasis, Ánimo y Estro, y suelen ayudar —a veces perturbar— al escritor artista. Ánimo y Éxtasis son gemelos. Estro es el hermano mayor y sólo favorece al cuentista o al poeta cuando se porta bien con sus hermanos pequeños, más juguetones que él. Revoltosos son los tres, como tooodos los duendes, y odian verse forzados a respetar algo tan humano como la tiranía de relojes y calendarios, y la rigidez de la disciplina. Ánimo y Éxtasis se alternan para picar a cuentistas y poetas. A veces Éxtasis entra en la mente de estos escritores, y los mantiene como arrobados y dando vueltas a una idea que no acaban de ver. Entonces Ánimo le deja hacer. Si el escritor anda especialmente torpe, o distraído con sus cosas, Éxtasis se cansa y se va de su cabeza; y con él se va la idea. El escritor, el pobre, corre entonces a anotarla en una libreta antes de perder el momento de arrobamiento que acaba de vivir. Mas otras veces, Éxtasis enreda entre las neuronas del poeta, del cuentista, saltando sobre unas, estirando otras, hasta lograr que un ramillete de ellas se conecten. Y cuando la idea se completa en la mente del escritor, entonces es Ánimo el que salta sobre él y le aguijonea hasta que no tiene más remedio que ponerse a escribir. Impelido a poner en letras la idea imaginada, lo mismo deja de ir a un banquete para el que estaba invitado desde hace días, porque el impulso de escribir lo que tiene en su mente es más fuerte que cualquier otra sensación, incluso que la del hambre más feroz. Los dos pequeños duendes, como ya te he dicho antes, no entienden las órdenes que dictan los relojes, y a veces Éxtasis toca al escritor a las cuatro de la mañana, mientras duerme a pierna suelta, y Ánimo le pellizca en los mofletes, y entre ambos le despiertan y tiran de él para que el escritor sienta ganas de ir al baño o de beber un vaso de agua en la cocina. Inventan lo que sea para sacarle de la cama, y si consiguen meter la idea en la cabeza del escritor a esa hora, o a otra más intempestiva todavía, al pobre escritor no le queda más remedio que ir a su mesa de la fantasía y ponerse a trabajar en la historia. De hecho, al escritor artista puede darle el mediodía escribiendo sin parar desde que se levantó, no recuerda ya muy bien a qué… Otras veces el artista puede tirarse doce horas —o más—, seguidas sin parar, para terminar una composición que estos dos vivarachos hermanos han querido meterle en sus entendederas. Éxtasis no siempre es quien empieza a aguijonear la mente del escritor. Ánimo puede comenzar a importunarle. Entonces el escritor siente como una comezón que se enmadeja en su nuca y que se confunde con un… como prurito de escribir, y se va a la mesa de las historias de su mundo. Allí consulta su libreta o empieza a pensar por su cuenta. En ese momento puede que Éxtasis, dando un volatín, corra a meterse en su mente y le dé una idea que el escritor sigue sin saber bien de dónde le ha venido. Las otras veces que quieren algo de él, y si el escritor está con la sensibilidad como en los pulpejos de sus dedos, notará que Ánimo tira de él en una dirección que no espera, y que su mente le impele a leer, a pasear, a ojear una colección de cromos, a escuchar música, a hojear unos tebeos, a mirar por la ventana de su casa aunque sea a un patio feo y cochambroso. No importa. Acompasados, siempre bien sincronizados, Éxtasis aprovechará lo que ambos han planeado para tocar el genio del escritor y hacerle ver una fábula en un texto, en unos dibujos, en unos acordes o en un tendal con unas sábanas que ondean como lo haría una bandera loma arriba portada por el confaloniero que corre bajo el fuego enemigo a plantarla en la cumbre para señalar que la cota ha sido tomada al enemigo. Mas si son maniatados, estos traviesos duendes no tienen libertad para corretear por casa del soso escritor estajanovista: de ocho a dos sentado en el banco galeote desde donde escribe, la página en blanco se le convierte en un muro blanco, tan inmaculado y encalado que ni siquiera hay una fisurita con la que su mente pueda jugar. A costa de ahogar las correrías de Éxtasis y Ánimo, el escritor estajanovista completará su tarea, pero es su porfía la que le conmina a escribir —pisando a Ánimo— y, contumaz, fuerza los engranajes de su mente, apartando de un manotazo a Éxtasis, que había saltado a la mesa para ver el texto del sieso escritor. Zapatero artesano, el escritor estajanovista se dará por satisfecho con su producción diaria, y, ufano, predica en alta voz a quien le preste oídos: “Siete, hoy escribí siete”. Ah…, ninguno de los dos, ni el escritor artista ni el estajanovista artesano, han visto jamás a estos duendes gemelos, por lo que yo tampoco puedo decirte qué aspecto tienen. Pero queda prueba de su paso por la casa del escritor artista, igual que el viento que no ves mueve las hojas. Para terminar he de hablarte de Estro, el hermano mayor de estos diablillos: «La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando», que dejó dicho Pablo Ruiz Picasso. Mientras lo que te he referido ocurre en las casas del cuentista y el poeta, Estro está al cuidado de sus hermanos, y ríe con gana sus ocurrencias. Entonces el mayor, agradecido del trato dispensado a sus dos hermanitos, puede otorgar su don al poeta y al cuentista, por dejarles corretear en su casa, por sobrellevar sus diabluras con agrado, por no enfadarse con ellos, aunque le despierten antes de cantar el gallo, o tenga que permanecer sentado en su mesa de las historias hasta que la luna haya salido dos veces. Inflamado por el trato dado a sus hermanos pequeños, da por seguro que Estro no inspirará al estajanovista escritor, que les obliga, cual severo cómitre, a permanecer sentados de ocho a dos, y los castiga con seis páginas extras de deberes. Los duendes no dañarán la obra del inflexible escritor estajanovista, y hasta es posible que la calidad de su producción sea superior a la del artista, porque ya nos dejó escrito Flannery O’Connor, «El cometido de todo escritor es empujar su talento hasta sus límites más extremos, pero entendiendo por esto los límites más extremos propios del talento que posee». Inseguro de sí, el estajanovista ignora que si dejara fluir su genio para convertirse en artista, la calidad de su producción alcanzaría cotas supremas del arte. Losange Sable |
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