El futuro de los cuentos

6 de agosto de 2019

El género del cuento pasa por ser el género literario más antiguo, anterior incluso a la invención de la escritura, cuando los cuentos se transmitían oralmente, de abuelos a nietos, para preservar un conocimiento útil para la tribu y para el individuo.

Supongo que los temas de los primeros cuentos versarían sobre tácticas y estratagemas de guerra y de caza. Y sobre las estaciones y los elementos; y sobre los frutos, las semillas y el ganado; y sobre la disposición de los primeros asentamientos. En los albores de la humanidad, quizá muchos fueran cuentos de miedo: el oso en la gruta, el cazador perdido, la tempestad y el naufragio, la serpiente dormida entre los cestos de recolección, el bulbo venenoso (o lisérgico)…

Un cuento no contiene una moraleja —eso queda para la fábula—, sino una enseñanza; al menos hasta la aparición del cuento literario, a comienzos del siglo XIX. Mucho antes de la aparición de ese nuevo tipo de cuento, que también busca la belleza en la narración, hubo escritores que se dedicaron a recopilar cuentos para que las enseñanzas no se perdieran y fueran de provecho a generaciones futuras.

En Europa puedo citar de memoria al Infante don Juan Manuel (España, 1282-1348) y su El Conde Lucanorimpagable el Cuento XI, y totalmente vigente hoy día—; a Giovanni Boccaccio (Italia, 1313-1375) y su Decamerón; a Geoffrey Chaucer (Inglaterra, 1343-1400) y su Cuentos de Canterbury; a Giambattista Basile (Italia, 1575-1632) y su Pentamerón; a Charles Perrault (Francia, 1628-1703) y su Los cuentos de Mamá Oca; a Jacob y Wilheim Grimm (Alemania, 1785-1863 y 1786-1859) y su Cuentos de hadas; y a Aleksandr Afanásiev (Rusia, 1826-1871) y sus cuatro tomos de Cuentos populares rusos.

Toda esta labor de recopilación y adaptación (y también de creación) tenía por finalidad dejar constancia por escrito de los cuentos que habían llegado a oídos de estos escritores gracias a la tradición oral.

Pero hoy, siglo XXI, cuentos que tenían como finalidad aleccionar a los jóvenes sobre las calamidades que se cernirían sobre ellos en el transcurso de la vida, son censurados por gentes gregales que militan activamente en alguna de la actuales religiones laicas. ¡Y hasta se permiten prohibir su lectura a los demás! Quizá puedan ser personas bienintencionadas, pero a fe que mal informadas y peor aconsejadas.

Algunos perroflautas que se han hecho con el control de una asociación de padres se sienten legitimados para retirar de la biblioteca escolar cuentos como Caperucita Roja, tachándolos inconscientemente de sexistas. O empresas creadas por los omnipresentes sobrinitos del tío Gilito (en cada provincia hay varias), donde sus propietarios, castrados por el mainstream, se permiten criticar cuentos confundiendo a niños y enredando a periodistas, a los que se les presupone criterio propio.

El cuento de Caperucita Roja pretendía aleccionar a las jovencitas insensatas de la época y alejarlas de los peligros de adentrarse en los bosques (prácticamente anejos a cualquier ciudad europea del siglo XVII), donde malhechores y criminales de diferente pelaje las asaltaban y violaban, y luego las ahogaban para evitar la denuncia y las batidas a las que empujaba la alarma social.

Quizá la orwelliana Policía del Pensamiento actual crea que lejos han quedado esos días en que el antropomorfo lobo del cuento Caperucita Roja encarnaba a los salteadores, violadores y asesinos que habían hecho del bosque su morada.

Estos días, una niña de 18 años ha sufrido la desgracia de ser violada por una cuadrilla de trogloditas. Por lo que nos dice la prensa, la niña había quedado con un desconocido a través de las redes sociales en un parque inmenso a una hora más que imprudente (no se molesten… nací y viví en Bilbao, a tiro de mortero de ese parque).

(؟)

Ahora demos la razón a los perroflautas de la hAMPA catalana y los asturjetas que, aun mostrando su supina ignorancia, cobran de las Administraciones públicas, tío Gilito mediante: censuremos y quememos los cuentos sexistas y esperemos a que el lobo se coma a nuestras hijas y nietas, que en el siglo XXI continúan actuando como si todo el parque fuera orégano.

EDITO: en este mismo blog…

Enseñar Caperucita roja en las escuelas

Enseñar El traje nuevo del emperador en los colegios

Enseñar Los dos conejos en el Consejo de Ministros

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