Escucho hablar a cuentistas publicados –lo que no quiere decir que sean célebres ni mucho menos que sean buenos–, y muchas veces me hace una gracia particular su forma de hablar… yo diría que taimada, ladina. Evitan conscientemente hablar con grandilocuencia y así aparentar modestia, como dándose poca importancia, como si lo que cuentan fuera para ellos su pan de la normalidad. En estas lides hublimistas el maestro fue Borges. Borges fue un tipo que vivió haciendo continuo alarde de su modestia: la exhibía como una marca personal. Pero dice un antiguo aforismo (del que sigo en busca de su autoría) que la modestia es la virtud de los mediocres. No diré que Borges fue un mediocre, pero sí sé que está sobrevalorado. Ya he hablado de esto en otra ocasión y no merece que gaste más teclas, que se me borran las letras. Hablando de los cuentistas actuales, (y las cuentistas, que ellas son mucho más taimadas y ladinas –ellas siempre son más en todo–), observo que dejan caer frases como al desgaire con las que se autoimponen un aura de importancia sin manifestarlo abiertamente, como quien no quiere la cosa, como quien no repara en ella por ser…
A propósito de la primera función del Encuentro Internacional de Cuentistas 2021, que tuvo lugar en el marco de la FIL de Guadalajara, donde Alberto Chimal (México), en tanto que anfitrión, dio voz a Magela Baudoin (Bolivia) y a Andrea Mejía (Colombia), he escrito este artículo: nos extinguimos. Es un hecho aceptado por todos que el cuento lleva con nuestra especie homo desde antes de que se inventara la escritura. Y suponemos que en esas primeras historias se contaban cuentos útiles, cuentos que ayudaban a los humanos a aprender de las experiencias de los demás. Los cuentos eran transmisores de conocimiento y de cultura. Los animales humanos comenzaron a agruparse en asentamientos que se convirtieron en ciudades que devinieron en ciudades-estado. Luego se organizaron en estados, que se extendían por amplios territorios. La sociedad se fue haciendo cada vez más compleja, pero el cuento no perdió su espacio. Quizá en las cuevas se narraban historias de enfrentamientos contra lobos esteparios y contra osos enriscados en una caverna. Y quizá con los primeros asentamientos los cuentos pasaron a contar aventuras de caravanas de comerciantes, de enfrentamientos con piratas para defender la cosecha, y de cómo un caminante atravesó cierto pasaje de…
Me he dejado bigote. Por aburrimiento (y un poquito de esnobismo). Es un bigote de lápiz. Sí, ese: el bigotito. Los más ignorantes, y las más ignorantas, que haberlas haylas por todas partes, me dicen que es un bigote fascista. Entonces la conversación suele discurrir por estos derroteros. Yo: Los bigotes no tienen ideología. Este es un bigote de lápiz. Ella: Pero es el bigote de los fachas. Yo: George Orwell tenía un bigote de lápiz y no es sospechoso de ser fascista. Ella: (se queda pensando, supongo que intentando recordar de qué le suena George Orwell). Yo: (aprovechando ese silencio) Antonio Buero Vallejo llevaba un bigote de lápiz. Y lo llevó toda su vida. Te recuerdo (este eufemismo es gentileza mía) que Buero Vallejo pasó varios años sentenciado a muerte por el golpista. Y cuando le conmutaron la pena por la perpetua, se tiró aún muchos años en las cárceles del régimen hasta que lo liberaron. Ella: Para mí es un bigote facha. En este punto doy por terminada la lección. No se puede discutir contra la ignorancia. Ignorante no es el que ignora, sino el que ignora que ignora. Si me hubiera increpado, ya ves que puedo argumentar….
Existe un hábito en la literatura trasplantado desde el mundo empresarial… Claro que la literatura con visión empresarial existe, pero nada garantiza que sea literatura. Dicho de otro modo, quizá la mentalidad empresarial esté ayudando a difundir la literatura pero también la hunde en la mediocridad. Muestro primero el artículo que quiero comentar y luego divago. Es un artículo que nada tiene que ver con la literatura, sino con el ámbito empresarial: «Yaiza Canosa, de transportar huevos desde Galicia hasta Barcelona a liderar una empresa de logística a punto de cotizar en Bolsa». Con solo 28 años, Canosa lidera GOI, con una plantilla de 100 personas y que genera otros 400 puestos de trabajo. “No soy creativa, soy resolutiva. Más que ideas ingeniosas, he tenido problemas y he pensado en cómo solucionarlos”. El nombre de la empresa me recuerda la interjección inglesa «GO!». Quizá no tenga nada que ver, pero estaría bien que los empresarios españoles vigilaran estas odiosas similitudes anglófonas. Aunque les suene bien a ellos un nombre en inglés; aunque los estudios de mercado digan que entre el pueblo llano un nombre inglés proporciona una credibilidad que un nombre en español no otorga. Y precisamente de esto quiero…
He tenido que leer dos veces este artículo o minirreportaje a una tal Rivera Garza que posa como si fuera una diva (tras volver a leer el artículo llego a la conclusión de que así se ve ella a sí misma). Esta mujer adolece del mal del buenista, esas personas convencidas de que su mundo es mejor y que se sienten con la obligación de catequizar con sus elucubraciones a todo aquel que tenga la desgracia de toparse con ellos. El artículo (o minirreportaje) corresponde a una serie que obedece al rimbombante título genérico de «Aprende a escribir con…». Quizá por este motivo he estado evitando conscientemente entrar en esta columna que firma alguien apellidado Colomer, pero por circunstancias para mi desconocidas el algoritmo de mi móvil ha seguido insistiendo con cada nueva entrega hasta que hoy, también por motivos para mí ignotos, he calcado en el enlace: qué decepción. Esta mujer, que para las excesivas y brobdinarianas tres fotos que ilustran tan corto artículo se ha calzado en una patética vestimenta de Wendy virginal, ha creado un cursillo de rango universitario, al que llama doctorado de escritura creativa en español, en los mismísimos EE. UU. (a su edad ignora que…
Hace unos meses criticaba la pregunta del simplón. Tiene que ser triste hacerse una carrera de ¿ciencias? de la información para acabar preguntando a un escritor desde cuándo lee o desde cuándo escribe. Pero mostraba en el artículo enlazado arriba que a pregunta tan estúpida como esta se le oponían respuestas cargadas de estulticia, iniciando una carrera por remontar los orígenes lectoescritores a la más tierna infancia en busca de un pretendido pedigrí que a nadie importa. Y que siempre son escritores de medio pelo, engañanecios, los que salen con esta falacia… En la entrevista que ahora traigo quedan superadas todas las expectativas con una respuesta delirante a una pregunta sencilla cargada de buena fe. El tipo, el boboplón, debe de estar acostumbrado a dar una respuesta enlatada y aunque no viniera a cuento la ha soltado. Y hete aquí que ha ganado esa carrera especial para seres estólidos: -¿Quién te enseñó a leer? (…) Yo antes de nacer ya tenía libros en mi habitación. Y el fatuo del mes es… Francisco de Paula, alias Blue Jeans, otro escritor-hongo surgido de las lluvias de bites en las praderitas del Amazon y similares. Que sí, chaval, que pagas todas tus facturas…
A Silvia Adela Kohan le gusta pasar por gurú de la lectoescritura apotropaica, o relajante, según se mire: emocional lo llama ella, que concede la entrevista con ánimo de hacer caja. Y ha venido desde la Argentina hasta Valencia para descubrirnos el Mediterráneo a los españoles. Ya me gustaría saber si a un escritor local le iban a dar el mismo espacio. A uno que no sea el gran Millás, claro. O si a un españolito en Buenos Aires le iban a dar los aires que esta mujer está recibiendo en España. Porque digámoslo claro, está vendiendo un producto y la prensa no nos dice que esta entrevista sea publicidad. La ceremonia de la obviedad de que hace gala Silvia Adela puede dejar ojiplático a más de un incauto. He espigado algunas frases para mostrar este culto a lo obvio: «Una buena historia deja de serlo si no está bien contada», o «(…) la escritura ya no es ajena a la gente», o «Durante la pandemia se ha leído y se ha escrito más», celebración de lo evidente que quizá pueda desmelenar a los ingenuos. Porque hemos de reconocer que en España todavía nos deslumbra el desparpajo verborreico innato en…
Desde hace unos días los algoritmos me están bombardeando con los cuentos de un tal Carlos Castán, profesor de instituto. No tengo nada contra él: ni siquiera le conozco. El fuego de mortero me ha ido llegando por aquí, por aquí, y por aquí. Y también por aquí y por aquí. E incluso he sufrido fuego aéreo desde una plataforma de vídeo. Ignoro por qué aquí nos lo presentan como un escritor de culto, como si eso lo eligiera uno mismo, o como si por decirlo o por desearlo se alcanzara ese estatus. Quizá el entrevistador crea que ser escritor de culto es sinónimo de ser un perfecto irrelevante. Tengo mis dudas de la categoría de culto de Carlos Castán a la vista del texto que se regala aquí, escogido de la antología que le han hecho de sus (sólo) 3 libros en 25 años. Entiendo que esta ha de ser una de sus mejores creaciones, asumiendo que en el mundo editorial siguen la vieja táctica del mercado de toda la vida. En las entrevistas el hombre nos habla de relatos, pero su libro lo titula Cuentos. Esto me recuerda aquel chiste infantil que después de sendos ejemplos en inglés…
España se convierte en un macrobotellón una hora después de terminar el estado de alarma. Los vídeos de la indignación: termina el estado de alarma y así se celebra en las calles españolas . No es por hacer sangre, pero todas estas bandas de ORCOCERONTES e INTELECTUALES pasarán de curso y se titularán en sus respectivos estudios y carreras con asignaturas completas suspendidas. ¿Alguno de estos querrá comprar libros para leer? Esta es la cacareada igualdad de cerebrodeficientes. Pero igualdad no significa justicia, como bien lo escenifica el meme de abajo. Por cierto, no es que «los memes los hacen los memos», sino que los memes son para los memos.
Queda atrás el día del libro de este año 1 después de la pandemia, celebración que se repite cada 23 de abril promovida por la UNESCO al ser la fecha del fallecimiento de dos insignes escritores: Miguel de Cervantes (en realidad falleció el 22 de abril) e Inca Garcilaso de la Vega, ambos en 1616. Este afamado día internacional se ha convertido en España en el día en que los políticos dedican unas palabras a los escritores, como quien da una palmadita en la espalda al pariente tonto el día de su cumpleaños. Por toda la orografía hispana este día se organizan encuentros, charlas, ponencias, conferencias, debates, clases magistrales, coloquios y cualquier otra denominación que alguien tenga a bien elevar a la categoría de evento, pero que no sirven para nada. Bueno, sirven para que escritores y editores se reverencien unos a otros y se quiten la pelusilla del ombligo. Muy ufanos, nos glosan las bondades del libro, nos recuerdan los beneficios de la lectura, y nos hablan de la felicidad futura que aguarda a quienes, de pronto, se pongan a leer gracias al señalamiento del referido día del libro y a las galas en que se depilan el ombligo…
Estoy siguiendo las charlas de autores y traductores que ha organizado el Ministerio de Cultura a finales del año pasado. Lamentablemente no encuentro en su web los enlaces a los dos primeros módulos del curso de creación literaria que anunciaron como gratuito (ver programas en pdf en este último enlace). Como los vídeos de las charlas están en un repositorio, semana a semana voy disfrutándolas con calma (aviso a navegantes: alguno de los enlaces está defectuoso… por ejemplo, en uno de ellos faltan los dos puntos que siguen al protocolo https… en caso de no encontrarlo, seguro que sabes buscar en el repositorio con los datos del conferenciante y del evento). Hoy he visto la ponencia de César Mallorquí, un señor muy alto y corpulento al que he tenido muy cerca de mí cada vez que he acudido al Celsius 232 que se organiza en Avilés. De las charlas que llevo vistas es sin duda una de las más provechosas. Pero como cada cual tiene su visión y su experiencia, yo no coincido con don César en las bondades de los concursos literarios. Sí coincidimos en que no todos los concursos son limpios y los hay que, si no están…