En los fastos en torno al Día Internacional de la Poesía, los editores desde sus editoriales han intentado hacer un esfuerzo en pro de un género que entre todos están enterrando. Poetas apenas quedan… Así que los editores han acabado echando tierra al hoyo por dar cobijo al absurdo que en este artículo voy a mostrar. Aunque si no les llega otra cosa… (—¡Carajo!, niéguense a publicar chorradas presentadas como si fueran poesía a base de truncar frases). Durante esos días, webs y blogs literarios presentaron… no diré versos porque más parecen burlas al lector. Como soy viejo, gusto de poesías con métrica, ritmo y rima. Pero entiendo y asumo lo que se ha dado en llamar verso libre. Quizá sea más fácil, aunque no tan lírico, no constreñirse a una métrica y a una rima para expresar ideas profundas con bellas palabras que nos remuevan, nos evoquen, nos ensueñen y nos acunen mientras reflexionamos sobre realidades intangibles (toooma oxímoron). Quizá el último poeta ha sido Blas de Otero. O quizá todavía queden quienes se esfuerzan midiendo versos, pesando sílabas, haciendo sonar las palabras. Lo cierto es que desde que se instauró el verso libre cualquiera se cree con licencia…
Félix González Modroño, paisano mío que dice ser escritor (y lo será) nos ha dejado esta semana en Zenda un decálogo al estilo bíblico sobre el oficio de escribir. Que digo yo que qué manía con hacer decálogos procustianos, obligándose a cortar o forzándose estirar unas deslavazadas ideas para que ocupen diez puntos exactos. También existen decálogos de nueve y de once puntos, ¡y hasta de veinte! Aunque ahora que lo pienso, digo yo que en algún momento una lista larga de necesidades dejará de ser decálogo… Volviendo al vizcaíno Félix, su sermón arengado y mitinesco sobre el oficio de escribir, está redactado con ese estilo bilbaíno que he llamado en otras ocasiones falsa inmodestia. Pero ay, el amigo Félix vive en la vecina Cantabria, y esa discontinuidad en el contacto con las raíces le ha hecho descuidar las bases para escribir de forma tan bilbaína. Una de esas bases es la de no equivocarse, o al menos que el discurso no presente fisuras. El de Félix presenta una grieta al principio del decálogo, y a partir de ahí ya todo lo que dice se cuestiona por el tamiz de la chulería, que es a lo que lleva este estilo…
Ignoro si los cuentos que escribo pueden considerarse literatura. Y me gustaría saberlo. Sí sé que cuando escribo soy libre de hablar de, y de decir lo, que me viene en gana. Ambas ideas, libertad y literatura, están estrechamente relacionadas. Han caído en mis manos, en cuestión de veinticuatro horas, dos textos que confrontan una realidad que resumiré así: Que te publiquen no quiere decir que lo que escribes sea bueno; que no te publiquen no quiere decir que lo que escribes sea malo. Soy consciente de que dicho por alguien inédito suena a disculpa y justificación: Quizá si no te publican es porque lo que escribes asusta… Quizá si te publican es porque lo que escribes es intranscendente, con lo que no lloverán críticas y escraches sobre la editorial. Los escraches han llegado con las nuevas tecnologías… Una quedada digital, un boicot generalizado, y una editorial podría «verse obligada» a pedir disculpas para apaciguar a cientos de mentecatos (quienes nunca comprarán un libro que les haga cuestionarse sus credos) que han encontrado su fuerza en la masa borreguil sin más esfuerzo por su parte que clicar en un botón. Personas mejor formadas que yo y con criterio propio opinan…
Abrir los ojos y mirar, o mejor escudriñar, lo que está ocurriendo a nuestro alrededor va a ser muy útil al escritor de cuentos. Un buen filón lo encontramos en todos esos discursos ani-eco-femi-homo-raciales que proliferan merced a las nuevas tecnologías. Cualquier seco mental puede soltar un mensaje en busca de relumbrón personal y apoyo corporativo del mainstream. No siempre la ideología buenista es formalmente válida, y algunas ideas de bombero trasnochadas nos llevarán a la ruina de la civilización. Pero ahí está el escritor de cuentos para extraer lecturas y proyectar escenarios distópicos y postapocalípticos. También los cuentistas realistas pueden nutrirse de sinsorgadas buenistas para presentar paradojas, contrasentidos y despropósitos sociales en formato cuento. Desordenados mentales que ni saben decir en qué siglo viven tumban estatuas de Colón por algo que les han dicho que ocurrió hace cuatrocientos o quinientos años… Indignaditos con su propia vida gris prohíben obras maestras del séptimo arte… Quien se atreva a comer carne es un apestado (bueno, esto es muy viejo; llegaremos a pagar bula al Estado para comer carne… en forma de impuestos)… Cualquier chupacerumen puede ser un ofendidito que te obligue a cerrar el blog (aquí sigo, chupacerúmenes) o que se…
Me han hecho llegar este decálogo propuesto por Alan Heathcock que consta de 27 consejos para escribir historias. Como todo decálogo que se precie, evita constreñirse a diez puntos y enumera tantos como le hacen falta. Si bien aporta buenas ideas, la mayor parte de las sugerencias están enviadas al decálogo desde el punto de vista del escritor estajanovista. Si sigues este último enlace sabrás qué pienso de los artesanos estajanovistas que se dedican al oficio de escribir, que alardean de serlo y hacen creer al neófito que la suya es la única forma honrada de escribir. Yo, si no tengo nada que decir, no me pongo a escribir. Ignoro cuál será la calidad de la historia que puedo llegar a pintar sobre el lienzo blanco de la página, pero he de tener qué pintar en ese lienzo. El artista pinta cuando le viene en gana. Cuando está inspirado. Cuando tiene algo que pintar. Si se le obliga a pintar, pintará con brocha. Escribir por escribir lo puede hacer cualquiera. Rula por los mentideros literarios un sofisma que postula que escribiendo un cuento cada semana durante un año, al final se tendrán algunos cuentos buenos bajo la peregrina idea de…
El arte de contar historias es uno; aunque existen diferentes formas de contar dependiendo del medio. Primero fue la tradición oral, que se mantuvo al calor de las hogueras… No hace falta que te vayas a las cuevas rupestres: mis abuelos, de niños, escucharon historias a la lumbre del lar en las húmedas noches del invierno septentrional. Y aprendieron a contarlas… esa pausa dramática, esa inflexión de la voz, el personaje que queda esbozado y que reaparece en el momento oportuno… o en el más inoportuno; ese dejar la narración en suspenso para dedicarse a atizar el fuego. Recuerdo a mi abuela contándome historias que incluían «efectos especiales»: dedos que no veías arañaban madera o tamborileaban al compás de una marcha fúnebre, boca y garganta emitían gemidos y chasquidos nunca antes oídos, una caja de cartón salía volando, o una silla caía sin que hubieras advertido que la mano estaba en el cayado… La lumbre adquiría protagonismo, y hasta el viento del exterior actuaba para el teatro doméstico. Pero sí, también se contaron historias de cazadores, guerreros y mercaderes en las cuevas neolíticas (en el Neolítico se vivía en cuevas, a ver si crees que se pasó del Paleolítico al…
En la literatura moderna encontrarás dos tipos de escritores: los artistas y los artesanos. Los artesanos se muestran orgullosos y confiados con su sistema de producción, mientras los artistas no le dan mayor importancia al suyo y se les ve satisfechos de aceptarse tal y como son. Los neófitos se debaten entre aceptar la propaganda que les llega de los artesanos, que predican su filosofisma de vida, o indagar en la plácida vida de los artistas. Encontramos en el artesano la figura del estajanovista que escribe todos los días de ocho de la mañana a dos de la tarde, o que se ha impuesto escribir tres mil palabras cada día, o quizá seis páginas, o cualquier otra medida establecida por el despótico imperio de los humanos. No creo en el sistema de los escritores estajanovistas. Tratan de cultivar la mente como si del arte del boxeo se tratara; arte éste que sí requiere perseverancia y religiosidad. Luego tienes el escritor artista. Es el que escribe cuando le apetece. Su producción es más errática, incluso veleidosa, pero es de una calidad superior a su capacidad. Te lo explicaré con la historia de tres hermanos que corretean juguetones por la casa de…
Me gustan los cuentos crudos (es algo ineluctable), y entre ellos destacan los cuentos de frontera. Ha llegado el momento de definir este tipo de cuentos a fin de saber dónde buscarlos. Es obvio que esta temática cuentística va a darse en lugares fronterizos: un cuento que transcurra a lo largo de una frontera artificial va a ser necesariamente un cuento de frontera. Es posible que se nos relate el comercio que existe entre batalla y batalla, o el cruce ilegal de la frontera en tiempos de paz… La vida fronteriza, en resumidas cuentas. Pero quiero entender los cuentos de frontera en un sentido lato. No hace falta una línea dibujada sobre un mapa para encontrar cuentos fronterizos. Mejor defino qué entiendo por cuentos de frontera. Son cuentos de frontera aquellas narraciones donde confluyen y se confrontan dos culturas o dos civilizaciones en un espacio determinado. El choque al que abocan diferencias culturales, socioeconómicas y de otra índole, suele reflejarse de forma descarnada en estos cuentos, aunque no es obligado que se nos relaten siempre enfrentamientos y luchas. Encontraremos muchos cuentos de frontera entre los cuentos bélicos de cualquier época (la invasión, las batallas, la expulsión) y entre los cuentos…
Me tengo por buen observador. Igual no lo soy tanto como yo creo, pero es una de esas características que, imposible de medir, sí permite comparación. Y mi ojo articulista debe ser más observador que mi ojo cuentista, así que ahí va este artículo, redactado en primera persona del plural para no zaherir susceptibilidades. He observado, hablando con lectores, que a la hora de leer un cuento (o novela) anteponemos nuestras convicciones para juzgar el texto que cae en nuestras manos. Si el cuento no comulga con nuestras convicciones, no damos el paso a valorarlo literariamente. Esta sociedad que hemos construido entre todos (quizá vivimos en la peor sociedad que podíamos haber construido —gracias Mayda por la frase—) nos ha perfilado una mente maniquea: o me gusta o no me gusta. Pero por debajo del discernimiento nos horada la corriente de nuestras convicciones políticas, que lamentablemente han vuelto a dividir a la sociedad. Antes (y no sé muy bien qué tiempo es «antes») veíamos con distancia a las personas cuya vida era la adhesión política, y nos compadecíamos de su afición seguidista. Ahora todos nos adscribimos a una causa, y vemos con distancia a quien no defiende ningún credo político….
Anoche di salida a un cuento cortito que se había quedado atrapado entre mis sinapsis desde que escribiera otro, largo, hará cuatro años. Tras darlo a leer a mi areópago de betalectores, una mujer me ha aclarado: Es un cuento de hombres. Y yo he respondido, Sí, y que… Y nada. Mis betalectores ya me conocen. Y yo a ellos. La queja ni siquiera ha llegado a crítica. O si era una crítica, ni siquiera ha llegado a queja. Ya sólo faltaba que tuviera que escribir un cuento pensando en que las mujeres, o mejor dicho, algunas mujeres con un perfil muy concreto, se sientan representadas. El cuento versa sobre un duelo que ocurre en cualquiera de nuestros pueblos. Y al contarlo, pero procurando esconderlo para que no se note, he querido dejar un regusto a spaghetti western. Aún sigo trabajando en él… Si llego a tiempo, lo subo el primero de septiembre. Si alguna de ominoso perfil quiere cambiar los dos protagonistas por dos protagonistas ellas, y a los dos que no aparecen en el cuento cambiarles el sexo, y el cuento le funciona, pues que me cuente dónde ha comprado los polvos de la madre Celestina y el…
Resumen: El totalitarismo ha entrado en la cultura. Vivimos una distopía… hemos creado el peor de los mundos que podíamos crear (podemos imaginarlos peores, pero siempre habrá fuerzas que lo dificulten). Antecedentes: Quien haya leído 1984, quizá la más famosa novela de distopía, recordará el Ministerio de la Verdad, donde trabaja el protagonista Winston Smith. En él, sus funcionarios se dedican a falsificar la verdad histórica, alterando o eliminando documentos para que la verdad oficial coincida con las informaciones a que tiene acceso la población, y viceversa. En el Miniver se reescribe continuamente la historia según convenga en cada momento a los intereses del gobierno (o a las personas que dirigen el gobierno). Orwell denuncia con su novela (escrita en 1948) el totalitarismo. Ya lo había hecho tres años antes con Rebelión en la granja, fábula en la que los jerarcas manipulan las normas autoimpuestas por la comunidad, aunque en esa ocasión sus acertados dardos iban dirigidos al totalitarismo izquierdoso. No es necesario recordar que el mundo se despertaba en aquellos años de la pesadilla del totalitarismo derechoso. Y es que el totalitarismo es ambidextro (y ladino, y taimado). Actualidad: Han pasado setenta años y el género de las distopías…