««Algo se ha roto dentro del cuento (IV) 5)- Falta de calidad. …O al menos falta de capacidad para interesar al lector, y sobre esto voy a disertar. Hemos escuchado en esta edición del Encuentro Internacional de Cuentistas, en boca de sus autores, cuentos febles. Y en algunos de la pasada edición también, y los he criticado en esta bitácora. Recuerdo un cuento de la edición de 2021 escrito por una cuentista que contaba «los sentimientos» de una elefanta. ¿A quién le importa lo que en la imaginación de una autora pueda pensar una elefanta? Un cuento lo escribe un humano (obvio, ¿no?) para contar algo a otros humanos (obvio también) sobre algo que sea de interés al lector… humano (¿sigue siendo obvio?). La literatura es una construcción humana destinada a humanos, no se escribe para alienígenas ni para animales. Debemos situar la razón por encima de las emociones –y por supuesto por encima del sentimentalismo–, porque cuando no es así, la sociedad empieza a desnortarse y naufragar, como nos está ocurriendo en este comienzo de la tercera década del siglo XXI, donde algunos ven natural pasear un can en un carricoche de bebé. Pero centrémonos en el debate que…
Voy perfilando los tipos de cuentos que no me gustan: cuentos de los que huyo. Hoy llega el séptimo, después de detallar los cinco primeros y del sexto tipo que aborrezco. 7) Cuentos cotilleo, que me estomagan… Cuentan la vida de un personaje, dando detalles sobre su personalidad e incluso entrando en intimidades. El cuento viene a ser una narración de lo que en técnica de guiones se llama la biblia del personaje. Suelen estar contados en tercera persona, lo más fácil en este caso para el autor, a modo de «biblia». Mientras que se dejan leer, la relación de datos parecen avanzar hacia algún punto en concreto. Pero no encontraremos un final. Este tipo de cuentos SÓLO cuentan la vida del personaje. Nada más. Es como si el narrador despellejara a una persona conocida. Pero el cuento no es más que ese cotilleo, porque no hay final. Para darle apariencia de cuento terminan presentando a ese personaje enfrentado a un conflicto, pero el conflicto no se resuelve. Queda a cuenta del lector darle un final porque la autora no ha sabido concluir, o no se ha atrevido a finalizar la historia que había comenzado a esbozar. Y finalizan con…
El pasado mes de diciembre he dejado aquí cinco tipos de cuentos de los que huyo. Por ende, huyo también de los cuentistas que los escriben. Porque han tomado a modo de estilo una forma feble de escribir cuentos y ya no saben salir de ese corsé. Hoy voy a añadir los cuentos sonajero. Antes voy a recordar aquellos cinco: Cuentos novela Cuentos estampa Cuentos frankestein Cuentos sin final Cuentos chicle Cuentos sonajero Son cuentos sonajero aquellos que no cuentan nada pero que resultan eufónicos. Son un embeleco que para los más contentadizos supone un embeleso: el mismo embeleso que suscita una tiza en un tonto. Borges era un artífice nato de cuentos sonajero. Cuentos en los que no cuenta nada pero que en la mente del de la tiza suenan perbién, que dicen por Asturias (superbién). Y le adoran y le reverencian porque como no han entendido nada creen que el otro ha contado algo que no son capaces de entender o percibir, y entonces hablan de lo culto que era Borges. Y sí, era culto y repartía tizas, porque la mayor parte de sus cuentos son cuentos sonajero (alguno tiene muy bueno).
El cuento, por su extensión, puede hacer giros, contorsiones y estiramientos que a la novela, precisamente por su extensión, le están vedados. Lo corto es útil donde lo largo es inútil… o in-útil. Ya he hablado en otras ocasiones de los finales en los cuentos: a ver si hoy rizo el rizo. Hay cuentos con dos finales, uno detrás de otro. Tienen un final como a cuatro quintos (4/5) de la última palabra que cierra el texto y hay un segundo final (quizá inesperado) en la última frase, que va en otra dirección. Otras veces es un final seguido de un epílogo (que funge como final). Y otras, el segundo final es un giro de tuerca, un apretón que salta la rosca y nos deja descolocados. El epílogo a veces explica el final, a veces lo matiza, y otras veces es una simple extensión, una coda como en la película Desmadre a la americana, cuando se nos detalla el futuro que le espera a cada personaje, como si fueran seres reales que tendrán un futuro después de la historia contada. Los cuentos con doble final son difíciles de conseguir. No abundan los cuentos con final dual, y hay que estar…
He clasificado cinco tipos de cuento de los que huyo en cuanto los veo venir. De momento son cinco. No descarto que exista alguno más. Si reparo en algún otro, escribiré una apostilla a este artículo. Vamos allá: 1) Cuentos novela.— No me gustan los cuentos escritos con la técnica de las novelas. Si el cuento es bueno, no me importa la extensión (El chico de Pedersen, por ejemplo, que puede pasar de la hora y media de lectura). Pero ha de estar escrito con la técnica del cuento. Si detecto que está escrito con la técnica de la novela, aunque sean tres páginas, lo desestimo. Ahora bien, ¿cuál es esa técnica de la novela? Pues es contar en la narración cosas que no vienen a cuento; es dar detalles irrelevantes; es no ir al grano; es perder el tiempo dando rodeos que nunca terminan. Evidentemente en un cuento de tres páginas no queda espacio para marear la perdiz. Pero cuando me topo con un cuento-novela sé que me esperan veinte o treinta páginas que no me van a contar nada. Me van a hacer perder mi tiempo, no aprenderé nada, acabaré desesperado, y por todo esto lo desestimo. A…
Desde Chile llegan estas declaraciones de Haruki Murakami. Este japonés es una rara avis in terris. Ni es oriental ni acaba de ser occidental en su forma de escribir, pero él trata de estar en ambos mundos y me parece que se equivoca al renunciar a su cultura literaria e incursionar en otra en la que nunca será visto como propio. Después de todo, cuando un lector busca contrastes con su cultura, los japones querrán leer un cuentista occidental (y Murakami no lo es) y nosotros queremos leer un cuentista oriental (y Murakami tiene a gala escribir como un occidental). La literatura de Haruki Murakami ni es de aquí ni es de allí. Hará seis años que leí su ensayo De qué hablo cuando hablo de escribir (2015). En aquel momento agradecí esta lectura, pues detalla aspectos de la cocina del escritor. Y hasta ahí mi relación de lector con Haruki Murakami. Con sus novelas no puedo, plagadas de detalles que luego nada tienen que ver en la trama. Me obligué a terminar el primer tomo de 1Q84… No pude seguir con el segundo sabiendo que aún me quedaría el tercero. Y sus cuentos… bueno, tiene alguno que me ha…
Si ayer me alegraba el día el descubrimiento de un vídeo grabado hace año y medio donde se dice lo que siempre he pensado del delusorio Borges, hoy me ha alegrado la tarde un artículo recién publicado que viene a decir lo que yo he dicho en una ocasión y he repetido en otra este mismo mes. Dejo este valiente artículo con un análisis más literario del que yo ofrecía. El autor se ha tomado la molestia de analizar los despropósitos de frescos que a falta de paladines que la representen han tomado la poesía al asalto. Esa poesía de la que usted me habla . Palabras vacías, drama fácil, felicidad artificial, autoayuda de todo a 100 con un nivel de redacción de 4º de la ESO. Por si alguien quiere recrearse con poesía con métrica, ritmo, rima y contenido, le dejo este vídeo con dos primeros espadas —Helio Pedregal y José Sacristán— dramatizando los poemas de dos de nuestros vates más ilustres —Góngora y Quevedo—. A ver si a alguna le sirve de inspiración. Las explicaciones de lo que es poesía corren a cargo del académico don José Manuel Blecua, por si alguna anda despistada.
En abril de este año he dejado constancia (en este mismo blog) de la falta de vis poética de las nuevas vendehúmos (y algún encantador de serpientes) que a base de escribir con líneas truncadas espera que el lector encuentre no ya una rima, que no existen salvo en fáciles pareados, sino un sentido a lo escrito. Esperan que el collejeado lector se maraville por no encontrar nada allí donde gente interesada y amiga del autor dice ver imágenes poéticas. Una cosa es que se acepte el verso libre y otra muy distinta que se trague con cualquier estropicio. Encima estas finas pieles de melocotón, ofendiditas si les afeas que no se curran lo que publican, encuentran quien publique sus atropellos. Esto me llama la atención… antes de publicar algo malo será mejor dejar sin publicar aquello que ofende al arte. Pero entonces, ante la ausencia de calidad, el editor deberá dejar su oficio, o quizá es que pierda subvenciones administrativas para publicaciones que nadie lee. Porque quiero pensar que el público sí es sabio y no consume aquello que le cuesta dinero y no le dice nada, puesto que ya nadie traga con el viejo cuento de que es…
Desde hace unos días los algoritmos me están bombardeando con los cuentos de un tal Carlos Castán, profesor de instituto. No tengo nada contra él: ni siquiera le conozco. El fuego de mortero me ha ido llegando por aquí, por aquí, y por aquí. Y también por aquí y por aquí. E incluso he sufrido fuego aéreo desde una plataforma de vídeo. Ignoro por qué aquí nos lo presentan como un escritor de culto, como si eso lo eligiera uno mismo, o como si por decirlo o por desearlo se alcanzara ese estatus. Quizá el entrevistador crea que ser escritor de culto es sinónimo de ser un perfecto irrelevante. Tengo mis dudas de la categoría de culto de Carlos Castán a la vista del texto que se regala aquí, escogido de la antología que le han hecho de sus (sólo) 3 libros en 25 años. Entiendo que esta ha de ser una de sus mejores creaciones, asumiendo que en el mundo editorial siguen la vieja táctica del mercado de toda la vida. En las entrevistas el hombre nos habla de relatos, pero su libro lo titula Cuentos. Esto me recuerda aquel chiste infantil que después de sendos ejemplos en inglés…
Se me antoja que echando la vista atrás podemos delinear el perfil de un narrador que atraviesa cada siglo. Si estoy en lo cierto no será más que un cliché, lo sé, pero vamos a jugar a trazar ese contorno. El narrador del siglo XIX tiene un lenguaje petulante y educadamente almibarado para los estándares del incipiente siglo XXI. Es un narrador al que me gusta leer pero que empalaga. Y quienes escribimos corremos el riesgo de recrearnos demasiado en estas delicuescentes gramáticas de autores decimonónicos. Se debe huir de quererse imbuir y dejarse influir por esos textos melifluamente sonoros al buen gusto y a las buenas maneras. Hoy en día el narrador trata al lector de forma más directa. Con respeto pero sin contemplaciones, paños calientes, ni circunloquios algodonados. Vamos ahora al objeto de este artículo, el narrador del siglo XX. Quizá pueda extraerse alguna conclusión. Todo un siglo de literatura no puede condensarse en un único narrador, lo sé también. Pero algo inasible me dice que una década es un espacio de tiempo insuficiente para extraer tendencias del inconsciente colectivo. Quizá pudiera personalizarse un narrador por cada uno de los cuatro quintoquinquenios que tiene un siglo. El narrador que vertebra el…
Hay lectores que confunden un cuento sin final con un cuento con final abierto. Y aunque hay autores (algunos con reputación en el género) que tratan de darnos el gato de un cuento sin final por la liebre de uno con final abierto, no es lo mismo. A estos escritores les llamo los santones del cuento. El santón escribe con corrección. De hecho es cuanto se puede decir de él. Tras leer uno de sus cuentos el lector reconocerá: «Escribe bien», como si tuviéramos que aplaudir al que pone el intermitente para girar a la izquierda. El santón de los cuentos escribe con elegancia de sustantivos, fluidez de adjetivos, verbos precisos y adverbios apropiados. Utiliza indefectiblemente el pedantesco narrador que vertebra el siglo XX, acendrado y distante, heredero del arquetípico narrador del siglo XIX, ese narrador correcto y también petulante y educadamente almibarado que hizo las delicias de nuestros abuelos, y también las nuestras a cambio de no abusar de sus lecturas (si es que quieres escribir como se estila en el siglo XXI). Los textos del santón son amenos y se leen sin enganchones, aunque de vez en cuando tiene la picardía de soltar un sustantivo o un adjetivo que obliga a…