Durante este curso, el que va de octubre a junio, me propongo publicar cada mes al menos un artículo de opinión, bien sea sobre el arte de escribir, bien sobre el oficio de escritor. No será fácil porque ya hay muchos en la bitácora tocando diferentes ideas y nunca me va a apetecer maquillar antiguos artículos retocando enfoques y combinando palabras diferentes.
Mis artículos son de lectura larga; no me gustan los telegramas modernos al estilo tuit o tiktok (nombres pueriles además). En esta bitácora vas a leer artículos de opinión a la antigua usanza, con enjundia, argumentando y razonando. Otra cosa será que estén acertados. Espero que te guste el de hoy…
x – o – x
No recuerdo haber definido lo que es el cuento. Hasta ahora me ha parecido un trabajo ocioso. Existen definiciones taxonómicas y técnicas. Decir que el cuento literario es un subgénero del género narrativo no aporta más que un correcto etiquetado.
Abundan las definiciones donde lo que se estila es detallar sus diferencias con la novela, lo que en mi opinión es un error porque no define el género sino que lo compara. El cuento no necesita compararse con la novela para mostrar su valor.
De todas las definiciones comparativas que he leído sólo me quedo con esta: «El cuento narra la historia de un asesinato. La novela narra la historia de un asesino».
Las definiciones técnicas establecen las características del cuento. Pero son extensas.
Voy a darte una definición lapidaria —de acuñación propia (salvo criptomnesia)— y luego seguimos hablando:
El cuento es la narración en pocas páginas de una historia coherente, independiente y concluyente.
El problema de esta definición es que precisa de otra: qué son pocas páginas.
Antes quiero decir que medir la extensión de un texto puede generar controversia: para medir la distancia narrativa de un cuento sólo conozco tres métodos: 1) el número páginas, 2) la duración de la lectura, y 3) el número de palabras.
En la época del estándar mecanografiado, el maestro de cuentistas Meliano Peraile estableció que un cuento debe tener entre 3 y 10 páginas. El inconveniente es que un cuento con bastante diálogo no dice tanto en diez páginas que otro escrito con bloques de párrafos largos que ocupan todo el ancho de la línea. Se puede redargüir que los cuentos no abusan de los diálogos… Pero en el arte del cuento no hay nada escrito en piedra… ni siquiera esta afirmación.
La definición de Edgar Allan Poe establece que una composición (el dipsómano de Boston utilizaba esta palabra tanto para un poema como para un cuento) no debe superar la hora de lectura a fin de mantener la atención del lector y lo que él llamaba (con buen juicio) la «unidad de efecto». Medir un cuento por la duración de su lectura es un criterio impreciso: los lectores no tenemos la misma velocidad de lectura y tampoco nos es posible mantenerla uniforme durante una hora. Habría que establecer un promedio para todos los lectores y para todo el tiempo de lectura.
Con las nuevas tecnologías es posible contar las palabras de un texto con unos pocos clics. Entiendo que es la unidad más interesante para medir la extensión de un cuento.
Si aceptamos que una página tiene una media de cuatrocientas palabras y que tardamos minuto y medio en leer una página, ya hemos conectado las tres unidades de medida. Pero el número de palabras por página depende del tamaño de la fuente, del interlineado, de los márgenes… y por supuesto del tamaño de la página.
Volvamos ahora a mi definición: establece que la historia coherente, independiente y concluyente debe presentarse en «pocas páginas». ¿Pero cuántas son pocas páginas? ¿Diez, quince, veinte, treinta?
Acudamos a los diccionarios de referencia (RAE, María Moliner o el de Seco, Andrés y Ramos) para saber qué significa «pocas»… nos dicen que «poco» es menos que lo esperado o que «poco» es una cantidad pequeña de algo.
Pero… ¿qué es lo esperado o qué es una cantidad pequeña?
Medir con exactitud cantidades o expectativas no forma parte de la esencia del arte: imaginemos que hubiera que pesar la cantidad de pintura empleada en un cuadro o contar el número de notas musicales en una partitura para establecer qué estamos viendo o escuchando. Absurdo… Las definiciones matemáticas no casan muy bien con las creaciones artísticas del ingenio humano. Claro que un soneto siguen siendo CATORCE versos… pero se admiten estrambotes, ¿verdad?
Siguiendo mi definición, sabemos que los textos que quepan en una página no son cuentos. Podrán ser minicuentos… siempre que cuenten historias coherentes, independientes y concluyentes; si no es así, lo que escriban será mini-otra-cosa.
Con mi definición hay textos que todos percibimos como cuentos y que se quedan fuera, cuentos encuadrados en esas definiciones técnicas: bien podemos llamarlos «cuentos largos».
Los cuentos con final abierto serán cuentos siempre que la historia sea concluyente, siempre que no necesite de una continuación; ofrecen un final abierto porque en eso consiste su arte. Los llamados relatos sin final no son cuentos porque no concluyen.
Pero, y esto me parece lo importante, también se quedan fuera esos textos que no cuentan nada, ninguna historia. No toda composición corta por escribirse en prosa es un cuento (de la misma forma que por truncar las frases no se escribe poesía). Quienes escriben sin contar nada y quienes les tienen afición deberán buscarse otra etiqueta… relato, que tanto les gusta.
No hay comentarios
Los comentarios están cerrados.