Diseñando secundarios

14 de septiembre de 2024

Ayer me hice un ejercicio de diseño de personajes secundarios, y lo hice en vivo, tomando datos según observaba a estas aves cual ornitólogo titulado. Deja que te cuente cómo se desarrolló la cosa y luego te comparto mis apuntes.

Tuve que ir al hospital, a la ciudad. Como quien nos hace un favor, a los que vivimos en los pueblos, a una hora de viaje conduciendo —que en transporte público el viaje se va a la hora y media, y en tren pasa de las dos horas—, nos ponen la cita a primera hora… Las 08:30 era la hora de mi cita. He tenido que levantarme a las 06:00, para salir de casa a las 07:00, llegar a la ciudad pasadas las 08:00, encontrar aparcamiento y luego caminar hasta consultas externas, que el genio que ha diseñado aquel complejo ha colocado ambos destinos en puntas opuestas y se te van diez minutos paseando, que no pienso trotar para llegar sudado. Imagínate mi humor por el intempestivo madrugón, teniendo en cuenta que soy búho antes que alondra. Para remate de fiestas, la segunda consulta la tenía a las 10:15. Así que me he ido a desayunar a la cafetería, pues era obligatorio presentarme en ayunas.

Como me han atendido puntualmente, supongo que por ser de los primeros, a las 08:40 estaba en la cafetería con un libro de cuentos dominicanos que me he llevado para terminar de leerlo.

Y ahora viene lo importante. Después de hacer cola en una especie de autoservicio, pago mi pincho de tortilla y mi cerveza-sin, que en el hospital no venden cerveza-con. Ellos deciden por mí qué tengo que tomar para mejorar mi salud, aunque la cerveza-sin sea un procesado poco natural, tan peligrosa como el café sin cafeína o la leche sin lactosa. Son cosas de los humanos-sin (cerebro).

Después de meterme el pincho y el remedo de cerveza, he vuelto a hacer cola para que me sirvieran un café-con (atento que llega lo bueno).

Camino lánguido a la cola cuando veo dos tipos, uno en la cuarentena y el otro en la cincuentena, que cuando me ven de reojo aceleran el paso y me ganan la pole en la fila. Su ganancia pírrica me ha hecho comprender su miserabilidad y he pasado de ellos.

Pero llevaba dos minutos en la cola cuando llega un tercer penitente (aquí empieza el meollo de este artículo), se va hacia ellos, les saluda teatralmente, como si se encontraran por casualidad después de varios… minutos sin verse, Y SE ME CUELA CON TODA SU JETA.

Me ha pillado con la guardia baja y en plan pasote; ya entenderás por qué no tenía ganas de batirme el cobre. Pero le he mirado fijamente y cuando el tipo ha notado mi insistente mirada, ha bajado la cerviz y se le ha congelado la sonrisilla. Al menos he sabido que él sabía que yo sabía que él era tan miserable como los otros dos.

Es entonces cuando he reparado en el trío… Date, sindicaleros los tres.

¿Que cómo lo sé? Pues porque cada oficio tiene sus dejes y sus poses. A ver, si has trabajado de policía haciendo el turno de noche, distingues a una puta antes de que abra la boca. Digamos que todos los oficios acaban con un arte característico. Tú también reconoces a guardiaciviles, camioneros, futboleros, albañiles… y sindicaleros.

Sentado con el café les he buscado y me he dado cuenta de que misteriosamente el último en llegar había desaparecido. Llegó, se coló, y voló rápido a cabildear a su conciliábulo. Pero estilaban un indefinible e inasible husmo sindicalero, y por gusto y hastío lo estuve analizando y anotando para que no fuera tan indefinible ni tan inasible.

Te brindo mis apuntes, por si algún día tienes que perfilar a uno de estos rapaces:

Aparecen agarrados a una libretita o colgado de una agendita panfletaria, con camisa de manga larga o, en su defecto, jersey de cuello redondo. Visten chepa encorvada y cerviz adelantada. Con sus manos regordetas y sudadas, adulan con merchantería y zarandajas rotuladas con la imagen corporativa del sindicato que les da las alubias. Hablan en susurros con pretendidas frases positivas y una falsa sonrisa que cae por entre unos labios entreabiertos. Conversan de lo poco que saben: deneís, impresos, instancias, y una jerigonza leguleya carente de significado real. Mencionan leyes de sabidilla, oídas en reuniones de adoctrinamiento, lo mismo que artículos, convenios y acuerdos que no se han tomado la molestia de leer porque son conscientes de que nada entenderían. Son monaguillos del doble lenguaje, las medias verdades y la doble moral, la que es hipócrita, cínica e insolente.

No me des las gracias, colega escritor. Mi satisfacción será que este miniguión te sirva para redondear al sindicalero de rapiña en tu cuento.

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