Como ocurre con otras cualidades humanas, tal que la memoria, existe una paciencia a largo plazo y otra más inmediata.
A corto plazo nunca he tenido mucha paciencia. Y a medida que me voy haciendo más viejo, cada vez tengo menos paciencia corta. Lo noto leyendo relatos de la anglosfera. Y cada vez más: me doy cuenta de que no soporto esos comienzos divagantes, inciertos, difusos, serpeantes, que ya intuyes que no van a llevar a ninguna parte.
Hay cuentos que comienzan con cierta ambivalencia, con una descarada ambigüedad, con una indefinición que me exaspera.
Prefiero cuentos que me dicen desde el principio qué está ocurriendo. Como este de Eduardo Antonio Parra:
El dolor ha dejado de punzar sólo en el vientre y se desparrama por el cuerpo de Celia arrastrando ardores olvidados, intensificándolos, como si tomara nuevos bríos para volver a concentrarse, esta vez en el pecho, y estallar finalmente en un primer grito que sacude las paredes. Ya no aguanto, murmura, y sus palabras se empalman con el eco angustioso que aún no abandona el cuarto. No quiero, dice en voz alta y enseguida se corrige: no lo quiero. Dirige la vista hacia el catre donde duerme su hijo enfermo apenas cubierto por una sábana, temblando, tosiendo débilmente, coronado su rostro por una hilera de gotas de sudor. No lo ha perturbado la voz de su madre, ni la sed, ni el hambre, ni el frio, continúa dormido desde la noche anterior, como si se negara a despertar en medio de la miseria.
En este primer párrafo, el mexicano te presenta las dos historias que van a correr paralelas en Viento invernal. Y que te van a remover la calma desde la que lo lees. Cerrarás sus páginas pero tu mente no lo olvidará. Jamás.
Pero esos cuentos que se enredan entorno a sí, que avanzas en la lectura y no sabes de qué va la historia, y que ya estás a la mitad y continúa escondiendo lo que se pretende contar; con esos cuentos no puedo. Y los cierro. Porque la experiencia me dice que si pasado el primer tercio del texto no sé qué me está contando, lo más probable es que los otros dos tercios del cuento sean igual de neblinosos y lo que creía una historia acaba siendo un intento de estilismo literario vacuo o una elucubración mental del autor. Y la verdad es que no me apetece quedarme dormido mientras leo aunque sean las doce de la noche.
Reconozco que estas lecturas hasta tienen adeptos, pero a mí me aburren sobremanera.
Empero, hay un caso (y diferenciarlo es el motivo de este artículo) que puede confundirse con estos cuentos tan volátiles como plomizos, y hay que estar muy atento para no cerrar el cuento cuando va a despegar.
Es el caso en el que el narrador (que no el autor) está contando una historia como si se la contara a un amigo que conoce la trastienda del caso que se le refiere. A ese amigo no hace falta recordarle los antecedentes con prolegómenos. Y el narrador entra en materia con la confianza del que sabe que el otro le entiende. Así, el lector va cogiendo el husmo a medida que avanza la historia.
Suelen ser (no siempre son) cuentos que empiezan in extremis, y su quid reside en saber cómo se ha llegado a la situación en que se encuentra la historia cuando entras en conocimiento de ella, no qué está por ocurrir a partir de ese momento.
Un cuentista hábil hará que el narrador vaya dejando detalles que el lector pillará al vuelo, igual que cuando asistimos a una conversación ajena sin saber bien de qué están hablando, pero vamos hilvanando información y agarrando datos que esclarecerán lo que se está contando. Cuando el cuento termina, el lector estará en posesión de toda la información necesaria para que juzgue la lectura que ese cuento proporciona.
Pero esa otra forma de narrar, a base de elucubraciones, de alegorías, de insinuaciones y evocaciones al imaginario común, textos que no cuentan nada, a mí me lastiman el gusto por la lectura. Es más, opino que no son cuentos, y ni siquiera son narrativa. Porque no cuentan nada, ningún suceso, ningún acontecimiento que nos haga aprender en el camino de la vida a través de la lectura.
Porque literatura no es embelesar al lector con palabras gráciles y eufónicas, con arabescos lingüísticos y churriguerías sintagmáticas. La finalidad de la literatura es mostrar al lector el mundo tal cual es para desengañarle, para que descubra dónde están los escollos y las trampas.
Con las churriguerías que no cuentan nada se engaña al lector, distrayéndole y entreteniéndole, embobándole para que encuentre gusto en logomaquias que en nada le ayudan.
Este tipo de lecturas melódicas, que dicen buscar la poesía en los textos narrativos, sirven como juegos florales, llenando los textos de añoranzas y evocaciones a un imaginario colectivo por el que todos hemos pasado. A estos textos edulcorados al estilo de la anglosfera me niego a llamarlos cuentos, y dada la predilección de la concurrencia por la palabra, los llamaré relatos. Relaciones de elucubraciones mentales que el autor escribe para goce y disfrute de quienes no quieren compromisos en sus lecturas, que sólo aspiran a que el autor remueva el aire con palabras almibaradas.
Este tipo de lectura sigue el patrón de los monólogos cómicos: YO TE CUENTO, TÚ TE IDENTIFICAS. El autor, a falta de una historia que (saber) contar, embota y aturde apelando a imágenes de un pasado común, como la infancia, la adolescencia, el primer día de trabajo, o una tarde de campo. Panoramas en los que no ocurre nada que nutra el intelecto. Acabas el texto y te quedas como estabas.
El lector que no es exigente se emboba con la eufonía de las frases, que hasta quizá tengan una métrica arcana que yo no voy a perder el tiempo en medir. Esa forma de escribir, según los postulados de la Crítica de la Razón Literaria (CRL), no es literatura. Ya he dejado antes la definición de literatura que el autor de la CRL hace en su obra. Porque es posible definir qué es literatura, lejos de los supuestos eruditos de la anglosfera que aseguran que la literatura no se puede definir, o que todo en la vida es literatura.
Te dejo de nuevo su definición para que releas cada parámetro, y en el próximo artículo te mostraré a un intocable autor español que, renegando de su propia tradición literaria sólo ofrece textos fáciles, típicos de la anglosfera, cultura tradicionalmente enemiga de la hispanidad:
La literatura es una construcción humana y racional, que se abre camino hacia la libertad a través de la lucha y el enfrentamiento dialéctico, que utiliza signos del sistema lingüístico, a los que confiere un valor poético o estético y otorga un estatuto de ficción, y que se desarrolla a través de un proceso comunicativo de dimensiones históricas, geográficas y políticas, cuyas figuras fundamentales son el autor, la obra, el lector y el intérprete o transductor.
Crítica de la Razón Literaria, de Jesús González Maestro
(Este artículo tiene continuidad en el de mañana: …Autores plasta).
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