Qué cruz con Aixa de la Cruz

9 de septiembre de 2023

Comentadas las groseras meteduras de pata de Andrés Barba y José Ovejero en sus respectivas entrevistas —emitidas en el programa CAFÉ CHÉJOV de esta temporada 2023—, y comentada también la entrevista a la suave y feminista militante Marta Sanz, le llega el turno del bisturí de laaguja a la bilbaína Aixa de la Cruz, en la décima entrevista de este año.

Nada más abrir la boca ya le he notado algo raro a esta chiquilla. Me he ido a su biografía, ¡y date…!: ahí estaba lo que he notado.

De la Cruz es doctora en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, todo con mayúsculas iniciales que mola más.

La muchacha se ha ido a la FIL de Guadalajara, en México, a promocionar su última novela. Y una vez allí se prestó a que la entrevistaran en CAFÉ CHÉJOV, el programa de cuentos del Canal 44, en el estado de Jalisco. Pero como se aprecia a lo largo de la grabación, y ella misma lo dice, NO ES CUENTISTA: «yo creo que llego bastante tarde al género del cuento». Sólo ha escrito un libro de cuentos.

Y es que si tienes una vaca nadie te considera vaquero… si no la sabes mecer.

Lo que me llamó la atención fue que se la ve falta de naturalidad al expresarse. Te embota con palabrería técnica, lo que la aleja del mundo real donde viven los lectores. En cada respuesta da la sensación de que está ante un examen, y que tiene la obligación de superarlo con una nota superlativa porque si no lo logra la van a reñir.

Si escribe igual que habla, ¡ay…!: «(…) así que aquellos que nos hemos aproximado al género (…)». Esta frase destila pedantería, cursilería y repipiez. «Aproximarse al género» suena vacío de contenido.

Tengo observado que a medida que se estira el discurso de estos eruditos en teorías va decayendo el nivel académico con el que lo inician: «Creo que la brevedad permite que se lleven a cabo experimentos formales que quizás serían imposibles de mantener en una novela, en textos más (…)».

Por ello tienden a acortar sus parlamentos, sabedores de que enseguida hacen aguas: «(…) en textos más largos y por tanto son como pequeños laboratorios, ¿no?, donde se pueden probar cosas y por tanto creo que aportan siempre eso, frescura y novedad a la técnica narrativa».

Y después de decir «se pueden probar cosas» saben que deben acabar en alto: «aportan frescura y novedad a la técnica narrativa», aunque el remate no venga a cuento de lo que estaban diciendo.

Hace mucho aprendí que un técnico nunca será un gran ejecutante. Tienen demasiadas ideas preconcebidas en la cabeza como para moverse con soltura y gracilidad entre las exigencias de su arte. Esta falta de cintura no sólo se aprecia en el oficio de escribir.

Quizá en la extensión de la novela su doctorado le valga para ir colocando en ella las ideas cuadriculadas que le inocularon en la facultad tras horas y horas de estudio, pero…

…en un cuento hay demasiados parámetros literarios moviéndose a la vez y en desorden, yendo muy rápido para todos los lados, o al menos moviéndose durante breves lapsos de tiempo, tan cortos que no dan tiempo a agarrarlos y organizarlos asignándoles un lugar y una función; en este maremágnum narrativo, ni la trayectoria —que a veces sólo es aparente— ni la velocidad de cada ítem es uniforme: este caos influye en el conjunto y en cada uno de los elementos de la narración, desajustándolos una y otra vez.

Escribir un cuento es muy parecido al concepto «desván de cohetes»: no es posible controlar las técnicas literarias aprendidas a base de hincar los codos atiborrándose de teoréticas. A medida que se escribe la fábula todo se resiste a ser constreñido en la botellita del cuento, y si embutes a presión las técnicas narrativas puede estallarte en una deyección mefítica o resecarse en un coprolito frígido.

Por eso estos estudiosos de la literatura —eruditos en teorías pero vacíos de prácticas, que utilizan el cuento como «pequeños laboratorios donde se lleven a cabo experimentos formales»— patinan escribiendo cuentos. En las universidades no enseñan a darle alma al cuento. Y les salen cuentos en cadena, como quien hace churros, cuentos desapegados, distantes, desleídos, arrecidos y novelados donde los personajes son meros conceptos literarios y las situaciones son impostadas.

Olvidan lo que importa y se centran en la perfección de la técnica estudiada, que surge de analizar, siempre a posteriori, lo que otros han sido capaces de crear. Estos técnicos de literatura saben de teoría, y pontifican y dogmatizan cuando hablan, pero escriben narrativa desde la rigidez académica, sin la flexibilidad que da la naturalidad al contar historias.

Otro concepto que no enseñan en las universidades donde te dan un doctorado para leer libros es que los buenos cuentos son buenos porque NO son perfectos. Forzar la perfección estudiada le da al cuento rigidez, frialdad y artificialidad. Aquel apotegma de la arruga es bella… pero llevado al cuento.

Cuántas descompresiones en la inmersión lectora ha propiciado el dichoso concepto de le mot juste de Flaubert. Cuántos abandonos ha originado la falta de llaneza en un texto. Abandonos de libros y abandonos del hábito de lectura.

Líbreme el trueno de enmendarle la plana a toda una doctora de 35 años. Expongo mi visión sólo por diversión personal, sin ánimo ninguno de sentar cátedra ni crear escuela. El que me lea y le valga lo que digo, en un figón nos vemos y allí que me agradezca lo que le haya sido de utilidad.

Llega el momento en que a De la Cruz le preguntan por el cuento en Hispanoamérica y responde: «En España apenas hay… bueno hay muy poquita, muy poca tradición de cuentista». Le preguntan por el cuento en Hispanoamérica… suspenso por responder con otro tema. Y orejones por decir necedades. La van a reñir…

Tengo dos consideraciones que hacer a su respuesta.

Por un lado esta niña nació cuando el gremio de editores estaba cargándose el género del cuento en España. Esto es un hecho constatable y contrastable.

Por otro lado… esta neska es doctora en teoría literaria y entiendo que tiene que haber estudiado algo de la historia literaria de nuestro país, por lo que no puede decir esta mamarrachada que es una paparruchada. Sencillamente ES FALSO que en España no haya tradición cuentística.

España es un país de cuentistas. Muchos y diversos. España es el país donde más concursos de cuentos se organizan, así que afición hay… habrá tradición de cuentista.

Sí es cierto que aquí no tenemos un cuentista destacado. Pero no porque todos pertenezcan al pelotón de los torpes, sino porque tenemos en España un numeroso contingente de grandes cuentistas. Imagina un pelotón de ciclistas donde todos sean de calidad superior. Ninguno se quedará descolgado y ninguno destacará. No tenemos un Induráin del cuento en España porque en el pelotón todos son Freires.

Si pudiera charlar con ella (esta columna es cáustica por la naturaleza de laaguja, pero a esta paisana mía le deseo los mayores éxitos en lo personal y en lo profesional) la invitaría a leer las antologías de Francisco García Pavón, de José María Merino o de Alberto Alcamp (la de este último es un conjunto de antologías que estuvieron disponibles sólo en Internet, ahora no lo sé).

Si durante su licenciatura le hubieran dado a leer el prólogo de José María Martínez Cachero a su Antología del cuento español (1900-1936), se habría dado cuenta de que durante el primer tercio del siglo XX había en España una floreciente cultura del cuento. Lo que ella ignora, siendo DOCTORA EN TEORÍA LITERARIA.

Luego llegó una guerra que no fue ajena al cuento.

El opúsculo El cuento español, del siempre puntual y didáctico profesor Enrique Anderson Imbert –editado en la Argentina a finales de 1959– basta para conocer la fructífera evolución del cuento en España y no decir majaderías quedando en evidencia ante toda Hispanoamérica como Doctora en Literatura (leyendo su tesis doctoral –accesible en Internet– se descubre por qué no sabe ni papa de la literatura a la que pertenece y a la que ha ido a representar a la FIL de Guadalajara).

Fíjate si la cuentística española es ubérrima que durante otro tercio (largo) de siglo se desdobló. Hubo cuentistas que se quedaron en España y otros que tuvieron que exiliarse. Algunos, es cierto, los hemos perdido como elementos del equipo nacional y se han incorporado al elenco cuentístico de sus países de adopción, pero son españoles.

Hay que decirlo alto y claro: los cuentos de estas dos pléyades de cuentistas españoles son de calidad suprema.

Esta cría, siendo doctora en TEORÍA LITERARIA NO PUEDE DECIR que en España no hay tradición de cuentistas. Es lamentable que ella desconozca la feraz cuentística española, y es triste oírla decir que no existe.

Una cosa es que editores (y escritores) en los últimos años setenta decidieran cargarse el cuento en España por la eficiente táctica de ningunearlo y la efectiva estrategia de borrar su nombre, recluyéndolo en el ominoso «relato», y otra que no exista tradición cuentística en España: ¿y dónde, si no, va a haberla?

Ignoro en qué grado es cierto lo que me refirieron hace tiempo y en otro lugar quienes sólo hablaban de lo que sabían, y ello es que el cuento abriga un indómito peligro. Era por estos años… o poco después. Y aquí dejo este tema, que al buen entendedor, con pocas palabras le basta. Los que llegaron después han seguido la estela boicoteadora sólo por mímesis, ignorantes de la directriz inicial.

Por si no fuera suficiente denuesto soltar en Café Chéjov que considera el cuento laboratorio de malpartos, Aixa de la Cruz remacha:

«Hace bastante tiempo que no escribo cuento y es curioso ¿no?, porque escribí cuento precisamente cuando me interesaba mucho la experimentación formal, trabajar con la técnica, y ahora que ya he perdido interés en eso y estoy como más volcada en hacer un trabajo como de análisis de la realidad, no estoy muy segura de qué tipo de cuento escribiría si escribiera ahora (…)».

«Se aproximó al género» cuando le «interesaba mucho la experimentación formal, trabajar con la técnica», ergo… NO ES CUENTISTA, y no le interesa volver a «aproximarse al género».

Pero ahora que Aixa ha estado en la meca del cuento, es de esperar que se haya dado cuenta de que el cuento es el género narrativo por excelencia.

Por si esta joven —que tiene la edad de mi hija— entra aquí, te regalo el enlace a un cuento de un paisano nuestro, otro de Bilbao; presta atención a la nota introductoria (lo digo para quienes siendo hispanas fijan sus metas en la anglosfera): La verdad en la ilusión.

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