Marta Sanz la suave, saca la patita al final

4 de septiembre de 2023

Tras sendos disgustos que me han dado Andrés Barba y José Ovejero, que acudieron a la FIL de Guadalajara (México) y se prestaron a ser entrevistados en CAFÉ CHÉJOV para soltar barrabasadas en contra del país que les ha visto nacer y donde se les trata como parte de la élite intelectual, le ha llegado el turno a Marta Sanz en la quinta entrevista de esta temporada.

Marta, feminista recalcitrante ella por lo que veo en X, ha estado mucho más comedida que los otros dos y hasta me ha gustado. No ha tirado contra el solar hispano (qué feo me suena esto, pero es nuestro país, ¡leche!) ni ha asomado esa patita del feminismo soez y barrabás durante el decurso de la entrevista —ese feminismo que es imitación y reflejo del machismo.

Coincido con ella en bastantes de los argumentos que ha expuesto. Dice que le gusta el cuento «que me hace plantearme preguntas, no sólo por lo que un cuento cuenta sino por cómo está escrito».

Claro que una cosa es decirlo y otra dónde establece sus límites. Quizá algunos de los cuentos que he escrito, que cuentan sobre esas realidades que las cámaras nunca enfocan, planteen demasiadas preguntas para su elasticidad de miras.

Ya lo hemos comentado en otros artículos: una narración que no cuenta nada no es cuento; será un relato, muy al modo anglosajón, escrito para entretener el tiempo y distraer el ánimo, no para enfrentar al lector con las afiladas aristas de la realidad.

Pero no acaba aquí el argumentario que comparto con ella.

Dice más adelante que «los cuentos de hadas es una lectura muy recomendable, sin expurgar, (…) utilísimos para entender la violencia de las relaciones sentimentales en el mundo en el que estamos viviendo».

En los tiempos que corren Caperucita Roja es un cuento interesante para llevarlo a las aulas de colegios e institutos (quizá sea apremiante llevarlo a estos últimos). Vivimos en un mundo donde los lobos acechan a nuestras caperucitas en el follaje de una red social. Y hay niñas (y no tan niñas) que acuden a citas con lobos que usurpan personalidades: el del cuento usurpó la de la abuela.

Este cuento ha sido tachado de machista por personas que siguen acríticamente una ideología aduciendo que quien salva a la niña y a la abuela es un hombre. En el cuento original mueren —para siempre jamás— la niña y la abuela por culpa de la negligencia de la niña. Si fueran rescatadas de la panza del lobo se perdería la enseñanza que quiere inculcar el cuento en las niñas y jóvenes. Si el lobo te viola y por arte de birlibirloque resulta que al final todo ha sido un mal sueño, lo que se transmite es que los errores se pueden borrar y no tienen consecuencias.

Marta Sanz pone en valor las lecturas que hacen los cuentos de hadas sobre la realidad. Ese carácter didáctico del que habla es propio de la literatura de la hispanosfera, lo que imitó la Europa continental durante unos cuantos siglos. La literatura del otro hemisferio occidental sólo sirve para entretener y distraer, para mantener al lector en el engaño del mundo y no para mostrarle el desengaño que debe alcanzar para madurar en la vida.

A Marta Sanz le atrae o le gusta la «capacidad de la literatura para conectar con la educación y no sólo con el espectáculo». Lo ha dicho con sus palabras pero es lo que se expone en la Crítica de la Razón Literaria, un sistema de análisis y crítica literaria construido por el catedrático Jesús González Maestro y basado en la tradición hispano-greco-latina, como gusta él decir.

Avanzada la entrevista Marta Sanz abusa del «me interesa«, muletilla que me aburre en boca de todas estas élites intelectuales. Me enerva la pretenciosidad que destila eso de «me interesa». Este latiguillo repipi será objeto de un artículo futuro y esta entrevista me ha ofrecido buen material.

Pero… va y recomienda a Borges. El «desencantado de su realidad», dice Sanz. Por «cómo lo cuenta», dice, pues reconoce que muchas veces no está de acuerdo con lo que cuenta. Esto yo no lo entiendo en una cuentista… ¿está diciendo que se contenta con la forma y no con el fondo? Entonces habla de cuentos para entretener no para mostrar la realidad tal cual es. ¿Dónde queda lo de «conectar con la educación»?

A mí Borges me apesta a pedante y su obsesión por la recursividad —esa repetición de un hecho sobre sí mismo— me parece morbosa. Esa pedantería que yo detesto parece que es lo que le encanta a Sanz. Esos cuentos de Borges donde se engola y se mirla como si formara parte de un sanedrín de eruditos y hablara para eminencias y doctores.

Con ese tono pseudoculto logra un embeleco: el lector se va feliz a la cama creyéndose más inteligente que antes de leerlo porque ha descifrado una historia enrevesada y huera, véase esa broma de mal gusto que es El Aleph: un cuento interminable que invita a creer al lector que en el final encontrará un secreto arcano. Y al final de tan plúmbeo cuento Borges le obsequia con una solemne majadería.

Marta Sanz pondera aquello de «la unánime noche» (en los primeros compases de Las ruinas circulares, creo) como un punto culmen, cuando a mí me parece una adjetivación chabacana. Pero de gustibus non est disputandum, que decían los romanos.

Nuestra compatriota recomienda Pierre Menard, autor del Quijote. El infeliz Borges se retrata a sí mismo en el personaje del loco Menard, que pretende equipararse a Cervantes y aun superarlo escribiendo lo mismo que escribió el Manco de Lepanto.

Borges fue un niño grande que pedía a gritos ser mimado, con su constante ostentación de la modestia y sus necesidades afectivas insatisfechas; empero, no dudó en cebarse con un decaído Quiroga hasta anularlo. Borges buscó crear una obra inmortal… y se quedó sin el Nobel, dicen que por arrimarse al calorcito del dictador argentino. Por cierto, los cuentos de Horacio Quiroga se siguen estudiando ochenta años después de su muerte, y a los cuentos de Borges se les acaba el recorrido hasta en la misma Argentina.

Dejo ese par de frases que Borges pone en boca de Pierre Menard: «El Quijote es un libro contingente, el Quijote es innecesario», y de paso coloca a Poe a la altura de Cervantes: «No puedo imaginar el universo sin la interjección de Edgar Allan Poe». No entiendo cómo alguien ve en este tostón de cuento algo que lo haga recomendable.

«Maten a Borges, muchachos», cuentan que gritó Witold Gombrowicz a los escritores argentinos desde la pasarela del barco cuando por fín pudo regresar a su país; a un pedante Borges que en su contumaz majadería alardeaba de haber leído el Quijote en inglés.

El segundo cuento que Sanz recomienda es uno de los prototípicos de Poe, —el cuentista de los adolescentes—. A mí nunca me ha llenado Poe (ni Lovecraft, otro seductor de púberes) salvo en contados cuentos, como El barril de amontillado y quizá El corazón delator (donde el corazón delator es la conciencia del protagonista). También Borges tiene buenos cuentos: La intrusa, Emma Zunz o El Sur. Por supuesto ambos son buenos cuentistas. Y hay que leerlos para conocer por qué son referentes para otros escritores. Pero me temo que quien se queda en Borges, Poe o Lovecraft no acaba de madurar como cuentista. Se necesita algo más berroqueño.

Sin caer en apología de la dipsomanía, hay que salir del dulzor empalagoso de la granadina para encontrar gusto en el amargor estimulante del ajenjo.

Sanz continúa hablando de lenguaje sensorial… luego sus gustos se orientan a la literatura de sensaciones, no a la literatura que antepone la razón a las emociones. Entonces…, ¿a qué ha venido el comienzo de la entrevista para acabar abogando por la literatura de entretenimiento, propia de la tradición anglosférica? Nuestras raíces literarias —sin que ello sea obstáculo para que me preste leer de vez en cuando literatura de evasión— se basan en llegar al desengaño a través de la lectura, no en mantener el engaño y la anestesia de la razón con sensiblerías sentimentaloides.

Me he fijado en que Sanz dice espoiler y no destripe. Un escritor que se precie de escribir en español debería poner más cuidado con los anglicismos que incorpora a su lenguaje. Por supuesto es mi opinión. No se trata de arrumbar todo lo que nos llega de la anglosfera, tan sólo se pide ser crítico (con lo nuestro también) y no asumir acríticamente lo que nos llega de allí. ¿Nuestras actuales élites intelectuales han superado la fracasología? (la que expone meridianamente María Elvira Roca Barea en su ensayo Fracasología).

Dice Marta Sanz que el enterramiento en vivo es un terror atávico de las personas… y me ha hecho pensar. Ahora —cada vez es más habitual— se incinera, con lo que se elimina esa posibilidad. Aunque despertar en el horno tampoco será agradable, sí que garantiza una agonía más corta. Igual es que estamos encallados en tópicos decimonónicos y vamos de modernos…

Su tercera recomendación es de una española, amiga de fatigas: Sara Mesa. Es un detalle que los dos españoles entrevistados anteriormente no tuvieron.

Y para terminar, ¡SÍ…!!: Marta Sanz lo evitó durante el decurso de la entrevista pero al final cayó en la malla del feminismo, esa que todo lo ampara, que todo lo atrapa y envuelve. Elucubra sobre el oficio de escribir pero desde el victimismo femenil, tan en boga en los tiempos que corren. Como si los escritores no padecieran exactamente las mismas precariedades que ella describe. Quizá es que se las merezcan por ser hombres…

Esta mujer debería pensar que el oficio de escritor es cuantitativo, por lo que se le va a pagar en función de las cantidades que genere. El escritor que genere panfletos, sabe que se los tendrá que pagar él. El escritor que genera libros que no interesan debería agradecer que a veces le llamen porque su nombre queda asociado al nombre de una editorial, y agradecer también cada céntimo que ingrese por esa «periferia» de la literatura de la que ella se queja. Los escritores cuyas producciones acaban en el cine o en la televisión no tienen esta queja. Y los escritores a los que no les da la gana publicar en un mercado que exige ser dócil para empezar a ser famosuelo, pues tienen un trabajo digno, escriben vocacionalmente, y asumen que no se les presta atención en ningún lado. Así que menos lloros y a vender más libros, señora. ¿Por qué debería poder vivirse de un producto que no «interesa»? (de calidad no hablo, porque de que un libro se venda como rosquillas no se sigue que tenga calidad literaria).

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