(…) Viene de Relatos de situación (1), donde te he hablado de la hispanosfera y de la anglosfera literarias.
Es evidente que estas dos esferas (y no me refiero ahora a las estrictamente literarias) no son ámbitos estancos, herméticos, sino que mantienen entre sí una relación dialéctica: luchan y compiten tratando de anularse o cuando menos limitar a su contraparte y a la vez se complementan (aunque esto no es su intención).
Ocurre que la anglosfera hace siglos, desde los tiempos del barroco español, tomó conciencia de su inferioridad y lucha contra la hispanosfera con todas sus armas, que incluyen desde el aparato del Estado, pasando por la propaganda, el descrédito, el soborno y la extorsión, hasta la mentira y el engaño que tan bien definen lo que representa su literatura y hasta podría decirse que su esencia misma (no existe mejor ejemplo de mentira, manipulación y propaganda que la leyenda negra).
Después de tantos siglos de erosión hemos arribado a un mundo donde las apariencias, la mentira y el cinismo, o lo que en este siglo XXI llaman la posverdad, tienen tanto o más valor que la verdad y la realidad mismas, y nos hemos contaminado de ellas. Por lo que reivindicar nuestra literatura, que desenmascara el engaño, cobra mayor sentido en estos tiempos de zozobras, falsedad, medias verdades, doble lenguaje y cambios de opinión contradictorios amén de incoherentes.
Es curioso que a la posverdad se le llame el «relato», Diccionario de la RAE en mano: relato, 3ª acepción (no voy a detenerme en ello).
¿Pero por qué alcanzar la supremacía en la literatura ha sido y sigue siendo tan importante para la anglosfera? Porque la literatura abarca y trasciende la política, la filosofía y la religión, y tiene capacidad para modificar las formas de pensamiento puesto que ni política ni filosofía ni religión son capaces de limitar ni contener la libertad que la literatura exige. La literatura «es superior e irreductible» a la filosofía, la religión y la política, que diría González Maestro.
Decía que tanto la anglosfera como la hispanosfera son esferas comunicadas entre sí. Lo han sido durante los siglos donde había que cruzar en un cascarón de madera el Atlántico durante varios días para llevar las noticias de Europa a América y viceversa, como para que permanezcan aisladas en un mundo donde es cuestión de un pestañeo que llegue la información de Argentina a España. Sería absurdo pretender lo contrario, sobre manera en literatura.
Tenemos escritores, herederos naturales de la hispanosfera, que se dejan seducir por los cantos de sirena que llegan desde la anglosfera, y en consecuencia escriben imitando lo que se hace en aquellos territorios, las más de las veces traductor mediante, que es, junto con otros agentes, una figura que la Crítica de la Razón Literaria pone en valor desde la definición misma de literatura que hace, cuando los sistemas de análisis y crítica literaria llegados de la anglosfera se mantienen en la clásica tríada de figuras autor–obra–lector.
Encontramos traductores que en su afán de mantenerse firmes al original fuerzan giros y expresiones anglicadas que luego imitan nuestros escritores ‘renegados’, tal que oraciones en pasiva, el presente continuo y otros vicios que invaden nuestro idioma sin que seamos conscientes y que el analista Luis Magrinyà pone de manifiesto en su obra de referencia Estilo rico, estilo pobre.
También existen escritores de otras lenguas (inglés, francés y alemán mayormente) que aceptan de buen grado sumarse a nuestra tradición literaria, cuya finalidad es el desengaño (vuelvo y repito), y tratan de seguir las bases de la literatura hispano-greco-latina (definición acuñada por Jesús González Maestro) por saberla superior a su propia tradición literaria. Permíteme que deje aquí una frase de don Quijote a Sancho que González Maestro recuerda a menudo en sus clases: «Menester es tocar las cosas con la mano para llegar al desengaño».
Tenemos, pues, autores de una y otra esfera remedando la finalidad de la literatura de sus antagonistas y contrapartes.
Todo lo expuesto hasta aquí es para decir que voy a empezar a llamar ‘relatos’ a estos textos narrativos que no cuentan nada, que no enseñan nada, que son eufónicos pero ‘sin chicha’, a la narrativa corta típica de la anglosfera, aunque la escriban japoneses como Murakami o españoles como Castán o Ugarte. Son RELATOS DE SITUACIÓN pues no cuentan nada, y sólo presentan una situación, una mera relación entre personajes.
De nuevo te ofrezco ejemplos paradigmáticos: el relato Un hombre en la escalera, de la celebrada Miranda July, sigue el principio «yo te cuento, tú te identificas» que rige con éxito en los monólogos cómicos (stand up les llaman por allí).
Y el trabajo está hecho, se dice la autora: para qué tomarse la molestia de cerrar una historia si el lector se identificará con cualquier cosa que se le relate. Contar, lo que se dice contar, no ha contado nada porque nada ocurre en este relato de situación. Yo al menos no encuentro nada que me sirva para aprender cómo es el mundo al que tengo que enfrentarme cada día. Este tipo de textos tienen éxito entre lectores nada exigentes: ‘está bien escrito’ o ‘está bien contado’ es toda la crítica que un lector consumista puede dar de lo que lee. Pero es que lector no es igual a crítico, de la misma manera que tragón no es igual a gurmé.
Compárese el relato de Miranda July con este cuento de la hispanosfera: El vaso de leche, de Manuel Rojas. Podría parecerte que este cuento también nos muestra una situación, como en los cuentos que vengo criticando. Pero cuando se termina el cuento al lector le queda un poso en su mente: la lectura o enseñanza que tiene el cuento, que no tiene por qué ser explícita. Un cuento que vas a recordar a buen seguro, mientras que el de la July es posible que ya hayas olvidado de qué iba.
Los relatos de situación, a lo visto, gustan por aquellos territorios anglófonos: «yo te cuento, tú te identificas». La anglosfera antepone lo sensible a lo inteligible: like-dislike es todo cuanto interesa que opines.
Y dado que la comunicación entre esferas fluye a velocidad de fibra óptica (redes sociales literarias mediante), también tenemos entre nosotros lectores que demandan este tipo de literatura digna de la ilusión, del autoengaño, literatura que aporta poco o nada para descubrir las trampas de la vida y enfrentarse al desengaño que supone situarse ante la realidad. Son cuentos mayormente canadienses, estadounidenses, ingleses y alemanes.
«De gustibus non est disputandum» que decían los romanos. Pero recuerda que esos cuentos, los cuentos típicos de la anglosfera, son mera literatura de evasión que no te aportan nada para conocer el mundo en el que te vas a tener que desenvolver. En esta literatura los protagonistas no mueren, los antagonistas jamás logran sus propósitos y los deuteragonistas nunca yerran en sus consejos. Son escenarios felices en los que el héroe logra sus propósitos tras superar una serie de vicisitudes, pero que nada aportan al entendimiento del mundo donde menester es tocar las cosas con la mano para discernir que «el queso es un cebo en la ratonera».
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