Llevo tiempo diciendo que quienes llaman relatos a los cuentos lo hacen porque temen que les encasillen en lecturas infantiles… Pero también existen cuentos eróticos y a nadie se le ocurre tildar de sicalíptico y rijoso a quien lee cuentos.
Si bien no se encuentra quien critique la novela, sí se encuentran detractores gratuitos del cuento. Otros desprecian el género narrativo por excelencia obviándolo por sistema. Pero quizá los que más daño hagan sean los que ocultan que los leen…
Ya he explicado en esta misma bitácora, a raíz de lo visto y oído en el Encuentro Internacional de Cuentistas de la FIL de Guadalajara del pasado año, que algo se ha roto dentro del cuento.
Tengo claro que el cuento necesita de una ‘dirección de obra’ que guíe su derrota para que los lectores de ficción se animen a sumergirse en la narrativa corta. Porque cuando se topan con cuentos febles, entiendo que se les quiten las ganas de seguir leyendo (a mí también) y dejen de valorar el cuento como lectura atractiva. Con experiencias negativas el lector se cuestionará la compra de un libro de cuentos: ¿y si le aburren, como los de la última vez?
Entre las causas del destronamiento paulatino del cuento en la estima del público lector que analizo en el artículo enlazado arriba, explico por qué confundir a los posibles aficionados con si compra cuentos o si lee relatos es uno de los motivos de este ocaso prolongado. Pero son legión quienes insisten en llamar relatos a los cuentos…
Hasta ahora mi argumento era que «relato», que es un hiperónimo para cuento y para novela, ha fagocitado al hipónimo cuento hasta el punto de generar, si no confusión, sí al menos contrasentidos. Entre otros, enumero los siguientes…
- las editoriales también los llaman relatos pero publican los ‘cuentos completos’ de célebres cuentistas
- quienes escriben ‘relatos’ se llaman a sí mismos cuentistas, nunca relatistas
- un cuento siempre cuenta algo, no ‘relata’ algo; de hecho siempre se ha pedido «abuela, cuéntame un cuento» y no cuéntame un relato
- en los colegios e institutos se sigue explicando que el género narrativo se compone mayormente de cuentos y novelas… nunca se habla de ‘relatos’
Ante este desorden, el lector se pregunta cuál es la diferencia entre un cuento y un relato. Y yo me pregunto si quizá quepa otorgarle la etiqueta de relato a un tipo de narración corta concreta, pues existen lecturas que nadan entre dos aguas, y a veces es complicado establecer si un texto es un cuento o una fábula, por ejemplo. O si estamos ante un cuento largo o delante de una novela corta. Por cierto, ¿existen los cuentos largos? (más adelante doy un apunte sobre esta cuestión).
Si encuestamos a escritores, editores, libreros y lectores, es muy probable que la inmensa mayoría expongan que cuento es una narración corta y novela una larga. Por supuesto es una definición grosera, sin pulir. Las diferencias entre cuento y novela ya las he expuesto en otro artículo, por lo que te remito a él.
Tengo claro que no todas las narraciones cortas merecen llamarse cuento si ponderamos las características que especifico en el artículo enlazado arriba. La textos que no son cuentos apuntan a lecturas flojas aunque sean «narrativa corta».
Entonces, ¿no toda la narrativa breve es cuento? ¿O es que hay diferencias entre cuentos? Te expongo mi tesis…
Un cuento debe «contar» algo. Si una narración no cuenta nada entonces no es un cuento y cabría buscar otras definiciones: ya existe la estampa de costumbres, y ahora apunto la extendida «relato» para diferenciar estas estructuras de las que participan de las características propias del cuento.
Si un texto se limita a presentar una situación entre personajes y describe con bellas palabras el lugar donde se encuentran, y con eufonía muestra las motivaciones de cada uno, incluso haciendo analepsis para informar al lector, pero se acaba el texto y NO OCURRE NADA, y es el lector quien tiene que esculcar una enseñanza que justifique la lectura, quiero decir, que si ‘no hay chicha’ en el texto, por corto que sea es normal que el sufrido lector cierre el libro, frustrado y burlado, y se deshaga de él a la primera oportunidad.
El cuento debe ofrecer una enseñanza, que no una moraleja (esa es tarea de la fábula). Esa enseñanza no tiene por qué estar en sintonía con la bondad del genio humano. Puede ser una enseñanza práctica… práctica para enfrentarse a la vida.
Con gran atrevimiento por mi parte voy a explicar ahora algunos de los postulados de la Crítica de la Razón Literaria.
Esta obra de referencia es un sistema de crítica y análisis literario construido por el catedrático español, crítico de literatura y profesor en la Universidad de Vigo, Jesús González Maestro. A mi juicio, este sistema deja en mantillas a los sistemas de crítica y análisis literarios con los que desde la anglosfera se viene negando el valor de la literatura en español durante el siglo XX.
Una de las primeras explicaciones que Jesús González Maestro ofrece para situarse en su Crítica de la Razón Literaria es la diferencia entre la hispanosfera y la anglosfera. Una vez que se asientan estos conceptos es más sencillo empezar a discernir qué es literatura y cuándo estamos ante pseudo-literatura. Hispanosfera y anglosfera no son exactamente conceptos literarios.
La anglosfera desde hace siglos ha elaborado la leyenda negra contra la hispanosfera, y hay que reconocer que con un éxito considerable por el papanatismo de muchos hispanos que aceptan las explicaciones bastardas de esta serie de creencias sin pararse a pensar que están comprando lo que vende el enemigo tradicional del mundo al que ellos pertenecen. Según la leyenda negra todo lo hispano está mal hecho o es nefasto y dañino; últimamente hasta nuestro idioma es motivo de queja y polémica. A nada que te pares a analizar verás que a tu alrededor las cosas han adquirido un tizne negruzco que genera disconformidad entre los propios hispanos con la esencia de lo que son. ¿Por qué no vamos a estar orgullosos de nuestra herencia cultural? ¿Porque lo digan los corsarios y negreros ingleses? Las instituciones públicas deben dedicar esfuerzos en dar a conocer la herencia cultural legada por nuestra tradición, muy superior intelectual y culturalmente a la anglosajona y germana.
Pero aparquemos la historia y veamos a qué nos remite los términos hispanosfera y anglosfera en el ámbito literario.
La hispanosfera aglutina la tradición literaria que viniendo de la antigua Grecia (con la Ilíada como emblema) y pasando por Roma (con la Eneida como bandera) llega hasta el barroco español a ambos lados del Atlántico (oficialmente de 1600 a 1750), vórtice donde se condensa el sumun de la literatura universal con la publicación del Quijote, siendo que a partir de mediados del siglo XVIII y todo el siglo XIX los avances en literatura han sido divergentes.
La anglosfera es la tendencia literaria (consolidada merced al imperio de los amigos del comercio, en los siglos XIX y XX principalmente) que se centra alrededor del Idealismo, corriente que expone la negación de la realidad. Los idealistas se hacen incompatibles con la realidad (léase el Romanticismo) y como sabemos muchos se vieron abocados al suicidio (recuérdese el llamado Efecto Werther, acuñado merced a una novela de Goethe), porque la realidad no tolera a los idealistas, que se estrellan una y otra vez contra ella.
Digamos, grosso modo, que la literatura en español es una literatura que apuesta por lo inteligible para situarte frente al desengaño, mientras la literatura de la anglosfera fomenta lo sensible y está diseñada para hacer prevalecer la ilusión del autoengaño: véase su literatura desde el siglo XVII hasta nuestros días. Entrados en el siglo XX la esterilidad literaria anglosajona y germánica ha dado al mundo académico tesis estrambóticas sobre lo que es la literatura (o sobre lo que no es, porque ni definirla han sabido).
La literatura de la hispanosfera es una literatura realista, una literatura que te sitúa ante la realidad que no ves o que no quieres ver. Mientras la literatura de la anglosfera te presenta las apariencias cual realidades fabulosas y bellamente seductoras, ilusiones detrás de las cuales no existe ningún cuerpo sólido sobre el que apoyarse.
Si eres lector de cuentos estarás empezando a ver que los cuentos hispanos son esencialmente duros y sórdidos mientras los cuentos anglosajones y germanos son principalmente bellos y lúdicos. Pero el movimiento se demuestra andando y en materia de cuentos es práctico ofrecer unas muestras que pueden catarse en cuestión de minutos.
Te ofrezco sendas lecturas de cada esfera para que establezcas las diferencias por ti mismo: Pecado de omisión, de Ana María Matute, y Días de ocio en el país del Yann, de Lord Dunsany. Son dos textos paradigmáticos de sus respectivas tradiciones. Nota la eufonía del texto anglosajón (traducción mediante) y la parquedad del cuento hispano. ¿Qué ideas te sugiere cada lectura?
Otro texto que relata y no cuenta te lo dejo al inicio del último artículo de la serie enlazada al principio: busca el hiperenlace a El vaquero de la Walker Brothers, de la Nobel Alice Munro.
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