Llevo varios artículos diciendo que el cuento cuenta una historia que nos muestra el desengaño necesario para espabilar en la vida y que el relato no cuenta nada, tan sólo muestra una escena, un chisme, muy al modo de la literatura de la anglosfera, que existe para satisfacer gustos y no intelectos. Te recomiendo el audio de Jesús González Maestro que está al final de este artículo para entender las diferencias, diametralmente opuestas, entre ambos conceptos de literatura.
Llevo años asegurando que se llaman cuentos y no relatos, y que hay cuentistas y no relatistas. Pero ante la insistencia del común aprovecharé el término «relato» para distinguir, desde el género del cuento, la literatura propia de la hispanosfera de aquello que les gusta en la anglosfera.
Así, llamaré relatos a esos textos narrativos absurdos en su esencia porque no cuentan nada; a esa literatura que hace que el lector con un libro se sienta más contento que un tonto con una tiza; a esas lecturas que no buscan proporcionar una enseñanza sino entretener al lector para que sea feliz creyéndose inteligente por entender lo que lee, aunque lo que lee sean chismes y patrañas que sirven para mantenerle en la ignorancia del mundo; en definitiva, a textos anglosféricos que en vez de reacciones intelectuales provocan reacciones corporales.
En el último artículo de opinión en esta bitácora he criticado uno de esos relatos que toman la apariencia formal de cuento. Es triste que haya relatos escritos por autores de ambos sexos nacidos en territorios de la hispanosfera que, disponiendo de una literatura mucho más potente, se dejan seducir por los cantos de sirena que berran desde la anglosfera, cuyos autores, chatos, son aupados a los ránquines de ventas por webs que sólo alientan el consumo de libros: de los autores que hablan de lo que no se quiere oír nadie se ocupa porque incordian.
Hoy te hablaré de un cuento que da cuenta del engaño a que nos somete la realidad o, en aras de la precisión, que da cuenta de los enredos con que tratan de embaucarnos los humanos con los que cohabitamos en esa realidad. Y digo que Cronología, de Marta Jiménez Serrano, SÍ ES UN CUENTO.
La autora nos muestra el deterioro unilateral de una relación de pareja. Y nos lo muestra desde el razonamiento de una mujer, cosa que un hombre agradecerá.
Lo que sigue NO ES DESTRIPE porque se adelanta en la primera línea del cuento: la narradora nos contará los hitos que fracturan la relación de pareja y el desapego personal que lleva a una infidelidad que, técnicamente, no puede ser calificada de adulterio.
Este texto nos ayuda a madurar, nos abre los ojos a lo que nos puede estar pasando (seamos hombres o mujeres, actores o pacientes). Una relación de pareja puede percibirse abandonada por el cincuenta por ciento de la pareja mientras la otra mitad, acomodada, continúa con sus rutinas felices… las que hacen que el tonto esté contento con su tiza.
No tengo otra cosa que decirte más que invitarte a que leas el cuento.
Las críticas positivas siempre me salen cortas, porque prefiero que disfrutes de la lectura del cuento y extraigas tus propias conclusiones en lugar de destriparte la historia. Cuando la crítica es negativa me veo obligado a pormenorizar mis razones.
Y recuerda que el cuento es el subgénero narrativo por excelencia. Piensa… ¿para qué quiero una novela que me cuente lo que me cuenta este cuento en seis minutos de intensa lectura?
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