Patricio el fenicio Pron

14 de febrero de 2023

Por circunvoluciones de la vida ha venido a parar a mis manos como regalo de navidad un libro de cuentos. La intención de mi hija era ayudar con los saldos a los amigos de una amiga que cerraban una librería: por un precio módico se compraba un libro cualquiera y le enviaron uno de cuentos de Patricio Pron.

El tipo es argentino en España, donde pecamos de lo que sucedió cuando estuve en los EE. UU. Fue decir que era español y apareció una pelota de fútbol. Yo, que soy capaz de dar un rodeo si encuentro un balón en un camino con tal de no tener que patearlo de vuelta al campo.

Ser argentino y ser escritor-bueno no son sinónimos. Pero el tipo ha publicado en un sello de máximo prestigio. Ignoro cómo lo hace porque lo leído me parece feble.

Conocía la existencia de este plumífero relamido. Y mira por dónde va a caer en mis manos el último libro de quien se mirla dando imagen de pedante y petulante (en las distancias cortas todo puede cambiar). Le había leído alguna entrevista y el hombre presenta una falta de modestia que recuerda a Borges, aunque el viejo pedante alardeaba con modestia de ser modesto. Dejando a un lado las entrevistas que pueden verse y leerse en Internet, los cuentos que le he leído desprenden un tufillo que voy a analizar.

Antes quiero dejar claro que abrí el libro desentendiéndome de todo pre-juicio. Es muy posible que uno sea un panoli a tiempo completo y sin embargo escriba cosas interesantes y nutritivas (no es el caso), como es posible ser un cirujano eminente y a la vez un gilipollas profesional.

He empezado a leer el libro (es de 2021) por el primer cuento, que teóricamente ha de ser de los mejores. Comienza bien pero antes de la mitad el cuento derrapa. Termino la lectura ya amoscado, y miro y remiro el tomo. Es un libro grueso: 413 páginas, 34 cuentos y 1 decálogo (del que me ocuparé al final). Es como si el tipo hubiera sabido que no va a tener otra oportunidad de publicar con ese sello puntero y vació su disco duro echándolo todo «de regreso a casa», adonde deberíamos mandarlo.

El hombre sobrevive en el panorama literario español publicando cositas aquí y allá, hasta que le publican un libro y a partir de ahí empieza a escalar y posicionarse utilizando el libro como tarjeta de presentación para que le publiquen otro, y así continuar medrando.

Es idéntica táctica a la empleada por un dicharachero yutubero, famosillo en estas fechas, que hace tan longas como cansinas entrevistas. Empiezan arrimándose al palafrenero de palacio, y trepa que te trepa ya están en conversaciones con la dama de confianza de la infanta. Quizá logren ser invitados a la cena del rey, porque a la gente suave el cuento de la lechera les sale bien.

Me pierdo en dibujos… Volvamos Pron…to al tema que me ocupa.

Tras la decepción del primer cuento busco en la contraProntada alguna referencia que me ayude a entender qué es lo que escribe este plumífero. Te recuerdo que había abandonado mis pre-juicios y tenía voluntad de entender al escritor.

Al comienzo de la contraportada leo una frase laudatoria de un compatriota. Sabido es que eso carece de valor. Sigo leyendo y percibo la avilantez del segundo párrafo en el que, después de haber leído el primer cuento, noto cierto husmo de la pluma del autor:

Con ecos de Borges, de Bolaño, de Aira, y de escritoras que considera sus maestras, como Flannery O’Connor, Lorrie Moore y Amy Hempel, los relatos de Patricio Pron, perturbadores, rompedores, llenos de humor y toques surrealistas, cautivan desde la primera línea.

Bueno, me digo… un argentino que llama relatos a los cuentos… ¡inaudito!. Cita a tres cuentistas del Cono Sur, desmarcándose de Cortázar, de Castillo y de Piglia. Él sabrá el motivo de su elección, pero mi terna me parecen superiores uno a uno a su tríada. Luego cita escritoras estadounidenses, dando esa imagen de aliade que los pusilánimes creen necesaria en estos días para abundar en las tribulaciones artificiales del género (pacatos que no osan decir sexo).

Pero repasemos los adjetivos con los que alguien que no es el propio interesado (noooo…), define sus cuentos: perturbadores (!), rompedores (!!), llenos de humor (yo hubiera prescindido de la erre final), y toques surrealistas (lo surrealista es querer vivir del cuento en 2021).

Y tras citar un puñadito de títulos recogidos en el libro, el último párrafo dice:

«Trayéndolo todo de regreso a casa» nos asoma al universo narrativo de uno de los autores más radicalmente originales del panorama literario contemporáneo en español.

Y se han quedado tan anchos… Ya deberían saber que crear altas expectativas lleva indefectiblemente a la decepción.

Analicemos esa originalidad.

Patricio fenicio Pron (lo de fenicio es mi reconocimiento a lo bien que se vende el tío) escribe de una forma tan alejada y despegada de lo que cuenta que más parece una crónica donde el periodista ha decidido tomar distancia, como mandan (mandaban) los cánones del periodismo profesional.

He ido a esos cuentos destacados en la contraportada. Y también me han defraudado. Son narraciones frías, asépticas, distantes, en las que se comunica más que se cuenta. Ni atisbo de Flannery O’Connor. No es lo mismo saborear la proximidad de Un hombre bueno es difícil de encontrar o la calidez de La buena gente del campo, por citar dos cuentos por todos conocidos de la sureña estadounidense, que tener que deglutir el frío La repetición, o el feble Las ideas, o el flojo Salon des refusés (la idea puede estar bien, la ejecución es narcótica), donde el autor se esfuerza por no transmitir cercanía, proximidad o empatía del personaje hacia el lector (o viceversa, del lector hacia la lectura), sino un desapego gélido y distante que hace que te importe un rábano lo que le pase a los protagonistas porque no te quitas de encima la sensación de artificialidad… He aquí el comienzo de Las ideas para que juzgues:

El 16 de abril de 1981, a las quince horas aproximadamente, el pequeño Peter Möhlendorf, al que todos llamaban «der schwarze Peter» o «Peter el negro», regresó a su casa procedente de la escuela del pueblo. Su casa se encontraba en el límite este de Ausleben, un pueblo de unos cinco mil habitantes al suroeste de Magdeburgo cuya principal actividad económica es la producción agrícola, de espárragos en mayor medida. Su padre, que se encontraba en el sótano de la casa a la llegada del pequeño Möhlendorf, contaría después que lo oyó entrar y pudo inferir, de los ruidos en la cocina, que estaba sobre el sótano, qué hacía: arrojaba la mochila en el rellano de la escalera, iba a la cocina, sacaba de la nevera un cartón de leche y se echaba un vaso que bebía de pie (…).

Por supuesto el padre gozaba de oído de tísico, porque infirió desde el sótano que el hijo sacaba ¡un cartón de leche! Ya adelanto que los espárragos agrícolas no tienen ningún peso en lo que nos van a contar. Aunque contar, la verdad es que el texto no cuenta NADA, pero es que absolutamente nada.

Diez páginas escritas en este estilo periodístico e impersonal, más propio de un gacetillero parroquial con ínfulas que de un cuentista, para que al final del texto no ocurra nada, para que todo vuelva a la normalidad sin que ni el lector ni los habitantes de Ausleben sepan qué les ha ocurrido a sus hijos ni por qué ha dejado de ocurrirles, volviendo todo a la situación anterior al comienzo de la historia. Un refrito del cuento de Hamelín, ciudades que están a dos horas en coche.

Todos los textos que he leído están cortados bajo el mismo patrón des_almado, desangelado, distanciado. Si es lo que el autor buscaba, muy bien, lo ha conseguido, pero no quiero perder mi tiempo. Y si lo ha hecho sin ser consciente… ¿a qué tanta prosapia engolada, citando a autores consagrados?

¿Que exagero? Vamos con un extracto del primer cuento, Brüder Karamazov:

El orden de las muertes fue, aunque precipitado, riguroso, y tuvo la lógica de un sueño: Januario Karamazov mató a Isolda Karamazov durante la cópula; Ingenio Karamazov desistió de fingir ser un tigre y mató a Astor Karamazov antes de ser aplastado por Dumbo Karamazov; los payasos, que hasta entonces habían permanecido a un costado moviendo colas que, lo hemos dicho, no existían, estaban repartiéndose el cuerpo de Isolda Karamazov cuando fueron muertos por Januario y por Dumbo Karamazov; Liberto e lcaro Karamazov se lanzaron a continuación sobre Januario Karamazov, pero éste dio cuenta de ellos un momento antes de caer bajo Dumbo Karamazov; Dumbo, herido, tuvo tiempo aún de matar a su hijo y a Liberto Karamazov antes de morir.

Todo el texto es así de lejano, despegado, soso y aburrido. Es un sumario, una relación de sucesos, un amontonamiento de ocurrencias sin color ni calor: «Pepita mató a Juanito», no hay más arte en la escritura de Pron.

En la Nota que hace de prólogo le dice el fenicio Patricio al lector:

Escribí los relatos reunidos en este libro entre los años 1990 y 2020, un periodo que parece haber sido excepcionalmente productivo y que, sin embargo, no estuvo exento de dificultades.

¿Son imaginaciones mías o Pron habla de sí mismo como si fuera su biógrafo y se marca un extrañamiento? ¿Estaremos ante un caso de megalomanía frustrada?.

Capítulo aparte dedicaré al decálogo que regala o con el que atiza al lector (quizá en un último acceso de delirio de grandeza): ahora es Patricio Pron…custes. Quien se precia de escritor debería saber que un decálogo no consta necesariamente de diez (bíblicos) preceptos. Pero Pron…custes ha cortado su ideario o lo ha estirado hasta alcanzar la áurea cifra. Más bien estirado porque es indeglutible, de verdad. Debió afectarle una lectura nocturna de El arte de la guerra, del general Sun Tzu.

Voy a extractar un reflejo de la pedantería que se gasta este hombre para presentar su decálogo:

Muchos escritores se han visto seducidos por la idea de resumir los principales puntos que orientan su trabajo, especialmente los que escriben relatos breves: (¡un argentino diciendo «relatos breves» cuando quiere decir cuentos vuelve a ser inaudito!!) en ocasiones, esta tentación surge de la propia dinámica de ese trabajo, a manera de recordatorio o plan de acción; pero a veces también proviene de las preguntas de lectores y críticos. Ya que no son pocas las personas que me han preguntado en los últimos años cómo entiendo la literatura y la hago…

Es la introducción a su decálogo, atenuación artera incluida, quedando enarbolada bien en alto la mayestática majestuosidad literaria de Patricio Pron sobre el resto de mortales. Veamos un par de ítems de su Pron…tuario chinesco:

1. Asestar golpes primero a las fuerzas dispersas y aisladas, y luego a las fuerzas concentradas y poderosas.
2. Tomar primero las posiciones pequeñas y medianas y las amplias zonas baldías, y luego las grandes.

Y de este corte es TODO el decálogo cuentístico. Un buen manual… para psicólogos. ¿Quéé? ¿Que exagero!? Vamos al último:

10. Aprovechar bien el intervalo entre dos campañas para que nuestras tropas descansen, se adiestren y consoliden. Los períodos de descanso, adiestramiento y consolidación no deben, en general, ser muy prolongados para no dar, hasta donde sea posible, ningún respiro.

(…) en general (…) hasta donde sea posible (…) no volveré a leer nada de este cajetilla, porque es mefítico, y luego cuesta quitarse ciertos tics que no sabe uno donde puede haberlos agarrado…

Los cuentos que he leído de Patricio Pron carecen de alma, como le ocurría a los cuentos de Enrique Anderson Imbert, gran teórico que escribió un tratado del cuento muy estimable, pero sus cuentos carecían de chispa. Ambos escriben naturalezas muertas que no logran emocionar. García Villarán, en artes plásticas, llama a esto hamparte (ver punto 7).

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