He observado que los políticos, cuando ganan unas elecciones, lo celebran como si de una victoria deportiva se tratase. Incluso diría que imitan las celebraciones deportivas: brazos en alto, saltitos de júbilo, caras de felicidad inenarrable…
Nunca lo he entendido.
Una victoria deportiva es la consecución de un objetivo tras un trabajo bien planificado y bien ejecutado. Uno se plantea ser campeón olímpico de los 1.500 metros (nada más y nada menos) y cuando gana los regionales no se revuelca por el césped del estadio.
Luego, cuando gana el campeonato nacional y se clasifica para los Juegos Olímpicos, su cara sólo trasluce la satisfacción por estar en el camino adecuado y no tener que irse a las repescas.
Una vez en las olimpiadas, si se va clasificando para las siguientes mangas, para semifinales y luego para finales, contiene su alegría sabiendo que su objetivo aún no está logrado.
Sólo cuando con su pecho corte la cinta que le confirma como campeón olímpico (esto de la cinta ya no se hace) entonces explotará en una felicidad mayúscula. Ha ido consiguiendo metas hasta lograr el fin que se propuso cuatro años antes.
Ganar unas elecciones, sean municipales, regionales o nacionales, debería ser un medio y no un fin. Un medio para llevar a cabo el programa político en el que se cree y se confía, ese programa político que hará que tus conciudadanos te recuerden como el mejor alcalde o el mejor presidente.
Pero si el objetivo es ganar las elecciones, sin tener ningún otro fin ulterior, entonces sí, entonces entiendo que estén encantados de haberse conocido. Les dará igual los problemas con que vayan a encontrarse más adelante (gobernar nunca es una pera en dulce) porque ya habrán conseguido la finalidad que se propusieron: sólo ganar unas elecciones.
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