Contando cuentos

2 de enero de 2022

Un cuento debe contar algo, pero contar algo interesante, no referir algo intrascendente. Cuando un texto refiere algo que carece de interés se llama «relato».

Fíjate cuando cuentas algo en el bar de Mari. Si refieres lo que hiciste ayer pero no ocurrió nada interesante, lo haces como desganado, lo relatas, no lo cuentas: fui al centro comercial, aparqué sin problemas, hice las compras y a la hora de merendar ya estaba en casa porque amenazaba lluvia.

En cambio, si en el aparcamiento del centro comercial ocurrió algo inusitado, yo qué sé… una pantera negra que se escapó de una atracción que allí había, y avisaban por megafonía, y debían atraparla sin causarle daño, y te puso las patas en el capó y te miró a través del cristal con sus ojos felinos directamente a los tuyos, os mirasteis intensamente y esos dos interminables segundos fueron mágicos, y en eso accionaste inadvertidamente el limpia, y el animal siguió el baile de las escobillas con la atención del cazador, y sentiste que tu humanidad era pequeña ante la naturaleza salvaje del leopardo, o quizá fuera un jaguar… Porque no existe la especie pantera negra, que ese color es una alteración de la melanina, que lo has mirado en la Wikipedia, chaval… Todo esto lo cuentas con otra alegría, le pones tensión, intensidad, dejas la clave para contarla al final, comienzas in medias res, luego haces una analepsis, vuelves al punto donde lo dejaste y a renglón seguido encadenas una elipsis, juegas con el doble lenguaje, con la doble intencionalidad, pones énfasis donde no toca para mover a equivoco, te guardas información para provocar la sorpresa, buscas la reacción de tus interlocutores: CUENTAS la historia de forma interesante.

Aborrezco a esos escritores que escriben relatos y no saben escribir cuentos. Y les publican… Me alegro por ellos.

Pero esto hace que cada vez tenga más claro que publicar no es el destino imperativo de la literatura.

Existen otros modos de alcanzar el destino literario.

Un cenáculo de cuentistas en el que los artistas intercambian sus visiones y también sus cuentos, y se anima a los demás a compartirlos en los círculos privados de sus lectores personales. Se recibe así la crítica de los lectores, que son próximos e inmediatos.

Registrar una veintena de cuentos cuesta lo que un menú del día, y se hace sin salir de casa.

Por eso en el cenáculo no existe recelo a que te roben tus cuentos. Tampoco hay caución para compartirlos y que se extiendan entre los círculos de los demás contertulios porque es lo que se busca.

Para reunirse en concilio ni siquiera es menester salir de casa con las herramientas que las nuevas tecnologías han puesto en nuestras manos, aunque compartir mesa y mantel es lo que nos hace más humanos y asequibles.

Pero ocurre que el artista de cuentos escribe en solitario porque escribir no es tarea grupal, no es labor de equipo. Y el recogimiento, la introspección y la abstracción crean hábito y generan confort.

Tampoco abundan los cuentistas, que es un género destinado a escritores especiales, ni somos tantos los que desechamos publicar, los que no ansiamos mercantilizar nuestro arte y vender nuestra personalidad en las redes sociales por mor de flases y neones, altavoces y entrevistas. Pero calidad cuentista tenemos… mucha más que quienes publican relatos.

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