Sobre la (ilusoria) independencia de los personajes

16 de noviembre de 2021

Estoy leyendo un ensayo de Pedro Juan Gutiérrez sobre el oficio de escritor. El cubano Pedro Juan es un cuentista caudaloso, intenso, aunque él diga que es minimalista. Tal vez sea caudalosamente minimalista (toooma oxímoron).

Comparto mucho de lo que dice en Diálogo con mi sombra. Algunos detalles que aporta también los tengo yo escritos por ahí. La diferencia es que él ha triunfado con sus cuentos y servidor continúa inédito: y para seguir, porque no tengo mucho interés en publicar. Ya lo he contado otras veces: como el vecino del tercero que sale a correr todas las mañanas y nunca se inscribirá en una carrera…

Pero hay un guiño que revela Pedro Juan Gutiérrez muy alegremente y contra el que yo me rebelo sistemáticamente. Habla de la independencia de los personajes. Y cita fuentes y cita a otros escritores. Y da ejemplos con sus cuentos y con sus novelas cortas.

Dice Pedro Juan lo típico: que tiene pensado escribir una historia y que cuando se pone a ello los personajes toman el control y hacen lo que les da la gana, que se independizan de lo planificado por el escritor:

PJG: (…) en aquella ocasión escribiendo El Rey de La Habana fue el extremo. Fue algo absolutamente irracional y descontrolado. Los últimos tres o cuatro días lloré mucho. No me apena decirlo. Estuve escribiendo y llorando continuamente porque no quería que pasara todo aquello al final. Pero era inevitable. Intenté cambiar las cosas. Que sucediera algo mejor. Pero no podía. Ya Reynaldo actuaba por su cuenta.

Creo que desde el principio se emancipó y me convirtió en su instrumento. Incluso se enamoró del travesti, de Sandra, que nunca se me habría ocurrido. (…)

Hay una nómina extensa de autores que afirman lo mismo.

Pero sólo es una forma eufónica de describir un proceso mental. Quizá por no reflexionar sobre ello, quizá porque lo romántico sigue teniendo tirón, quizá porque diciendo esta majadería se crea un aura sobre la profesión de escritor, como si de verdad se viviera un nirvana que no está al alcance de los demás mortales.

La realidad, me temo, es muy distinta…

Es un principio axiomático que mis personajes hacen siempre lo que yo quiero. Y es que no hay otra forma de verlo… salvo la romántica.

Puedo tener planificada una escena, y si parece que un personaje actúa de forma imprevista, LO HACE PORQUE YO ASÍ LO ESTOY IDEANDO y decido escribirlo. Esa idea no prevista SURGE DE MI MENTE, no del capricho de un personaje que no existe.

No estaba entre los planes de mi guión del cuento, pero en el momento en que estoy escribiendo, con toda la trama en la mente, sigo creando y tomando decisiones. El proceso creador es simultáneo a la escritura del cuento (de la novela, del relato en definitiva).

Escribo dejando fluir mi creatividad, estoy improvisando sobre lo planificado, que no es lo mismo que improvisar sin saber adónde ir (ah, los cuentos de Murakami y de tantos otros que encima alardean de escribir así, cuando sus cuentos prácticamente NO CUENTAN NADA).

No es que el personaje se haya independizado de mí. Es que yo estoy creando mientras escribo basándome en una trama y en unas personalidades de los personajes ficticios que tengo decididas de antemano. Y el personaje hace y dice aquello que yo estoy creando.

Explico todo esto porque sobre esta visión romántica mi apreciado Pedro Juan Gutiérrez (no soy mitómano) empieza (en el ensayo) a darle una vuelta de tuerca, a construir sobre esta base falaz.

Todavía no sé adónde va a ir a parar, pero hace tiempo que quería dejar constancia de esto. Son legión los escritores que blasonan sobre la independencia de sus personajes, siendo lo grave que acaban creyéndoselo y construyendo escenarios estúpidos sobre esta majadería de que un personaje está en algún lugar del cosmos, del universo, en un limbo, y que una vez que se conecta con él, el escritor es rehén de las arbitrariedades del personaje… Que hablamos de un personaje ficticio, no de un actor con mente propia que mete morcillas, caramba.

Incluso llegan a asegurar que se sienten como un médium… A ver si se me va a presentar el personaje a cenar (que traiga una botella de Toro). Si va a ser así, mejor creo personajes buenos, que si creo un criminal o un psicópata lo mismo tengo que echarlos de casa. Que ya lo hizo Stephen King en su ubérrima y verborrágica La Torre Oscura, cuando los personajes van a buscarle a casa… y aparece el autor en su propia saga como un personaje más.

RESUMIENDO: eso de la independencia de los personajes no es más que un modo romántico de definir una forma de crear simultánea al acto de escribir. Sí, yo también la he sentido, y es muy reconfortante y sorprendente, pero –repito– todo sale de mi mente, de algún lugar de ella que sigue maquinando después de tenerlo todo planificado.

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