Se ha desencadenado un agraz maelstrom por la concesión del Nobel de Literatura 2021. El agraciado es un perfecto desconocido para la mayor parte de los lectores. Aunque deben conocerle en su casa y quizá en su barrio, el tipo ahora es todo un Premio Nobel y su nombre quedará inmortalizado en el catálogo de ganadores de estos premios universales.
Ha habido críticas ácidas en Internet, algunas hasta dañinas, por esta concesión, y veo que en los comentarios los lectores buenistas se han encargado de neutralizarlos.
Se ha llegado al cruce de acusaciones entre los que protestan por la concesión del Premio Nobel de Literatura a ciertas personas (desde el cachondo premio a Bob Dylan en 2016 obtuvieron patente de corso) y los que aplauden cualquier decisión que dé renombre a un sufrido y anónimo luchador por cualquier buena-causa.
Yo mismo he criticado el año pasado la concesión del Nobel a una poetisa (no me da la gana decir «a una poeta»). Pero no he criticado su calidad, que me trae sin cuidado, sino la incongruencia del motivo que la institución que los otorga exhibió y la reacción de la agraciada. Y también he puesto en solfa el vínculo cuasi evidente entre política y estos premios universales.
Creo que tanto los críticos (que pueden divulgar su opinión, faltaría más) como los buenistas, aquellos que siempre ven buena fe y están dispuestos a invertir tiempo, dinero y esfuerzo en una causa perdida de antemano, están equivocados en el núcleo de sus reacciones, tanto las de ataque al premiado como las de su defensa.
Ya, dirá el de la quinta fila, y tú que no eres nadie, estás acertado y en posesión de la verdad.
Pues no lo sé, pero como mi escepticismo me lleva a salirme de la moneda objeto de debate, aquí veo que todos parten de un par de ideas trasnochadas. Y las voy a dejar escritas que para eso esta es mi bitácora (de ahí el título de este artículo):
1)- La Academia Sueca, la institución encargada de nombrar al Premio Nobel de Literatura, es una institución privada. Y puede darle el premio a quien le salga de los botones, o quizá debo decir de los votones para que se me entienda mejor.
2)- La literatura no es (y nunca ha sido) un campeonato donde debe ganar el mejor o donde el que gana es el mejor. Quizá nuestra sociedad se haya dejado imbuir por el mundo deportivo, donde «el segundo es el primero de los perdedores» (Ayrton Senna dixit), y todo se vea bajo este prisma de competición, incluso en campos como el de los negocios (para que yo gane tú tienes que perder). Pero en literatura y en la gran mayoría de los campos del saber humano cualquier apreciación de calidad es subjetiva.
En resumen: alguien instituyó un premio hace más de cien años y un organismo colegiado administra su legado; y ese comité decide darle el premio a quien le sale del naipe, pero ello no indica que el agraciado escribe mejor que todos los demás; pensar que así es sería totalmente absurdo.
Como absurdo es el debate de si se lo merece el desconocido que han premiado o si es justo que se lo hayan dado, o si otros tienen más méritos.
No se trata de darle el Premio Nobel al mejor escritor del mundo. Sino de cumplir un expediente, y dada la dimensión mediática que estos premios universales han adquirido, existen presiones extramuros para que quienes deciden usen los premios para resaltar la labor de tipos grises y anodinos pero que convienen al statu quo del grupo de cabildeo. Están en su derecho por el simple motivo de que pueden hacerlo y lo hacen. Son sus premios, no los premios de una supuesta federación mundial.
Resumiendo: nadie gana el Nobel; el premio Nobel se lo dan a alguien. Y no se le da el Premio Nobel de Literatura al mejor escritor del mundo, como tampoco se lo dan al mejor físico del mundo. No existe competición «por» ni «en» los Nobel. Creerlo así, y hablar como si así fuera, no hace más que reflejar que quien esto crea o/y diga no ha entendido nada.
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