Existe un hábito en la literatura trasplantado desde el mundo empresarial… Claro que la literatura con visión empresarial existe, pero nada garantiza que sea literatura. Dicho de otro modo, quizá la mentalidad empresarial esté ayudando a difundir la literatura pero también la hunde en la mediocridad.
Muestro primero el artículo que quiero comentar y luego divago. Es un artículo que nada tiene que ver con la literatura, sino con el ámbito empresarial:
«Yaiza Canosa, de transportar huevos desde Galicia hasta Barcelona a liderar una empresa de logística a punto de cotizar en Bolsa».
Con solo 28 años, Canosa lidera GOI, con una plantilla de 100 personas y que genera otros 400 puestos de trabajo. “No soy creativa, soy resolutiva. Más que ideas ingeniosas, he tenido problemas y he pensado en cómo solucionarlos”.
El nombre de la empresa me recuerda la interjección inglesa «GO!». Quizá no tenga nada que ver, pero estaría bien que los empresarios españoles vigilaran estas odiosas similitudes anglófonas. Aunque les suene bien a ellos un nombre en inglés; aunque los estudios de mercado digan que entre el pueblo llano un nombre inglés proporciona una credibilidad que un nombre en español no otorga. Y precisamente de esto quiero hablar, de los estudios de mercado en literatura.
En el artículo enlazado arriba se hace una semblanza de esta chiquita desde sus comienzos empresariales, y en un momento se dice:
A los 16 años elaboró un powerpoint en el que explicaba cómo el data —esa palabra, hace 10 años, era una rareza— podría hacer más competitivo el sector audiovisual a través de un algoritmo que recogiese los intereses del público y sirviese para afinar propuestas artísticas. Buscó cinco productoras en Galicia. La respondieron dos y una desarrolló su idea.
En el párrafo destacado en granate está una de las raíces del problema actual de la literatura. En realidad un lastre del arte en general.
Si se escribe lo que al público le gusta quizá se venda más, pero no generará calidad sino pulpa trillada. Con este sistema se crea una espiral hacia el hoyo de la mediocridad. La calidad se genera cuando alguien escribe lo que el público no espera o no conoce. Se abren nuevas vías… Y se retroalimenta de quienes exploran la vía abierta.
Si se hubiera hecho un sondeo antes de que García Márquez escribiera Cien años de soledad, es probable que hubiera escrito otra cosa, porque en aquel tiempo el hombre necesitaba dinero. Y Pedro Páramo, de Juan Rulfo, nunca hubiera visto la luz. Ambos apostaron por la originalidad, como siempre se ha hecho en literatura y en el arte.
Si se pregunta al público lo que quiere se acabará creando literatura de ventilador, dando vueltas continuamente sin ir a ningún lado.
Quizá a esta chiquita la propuesta le sirvió para auparse en un mundo en el que se buscan ventas. Aunque de alguna manera ella misma es consciente de que el producto que vendió no sirve para mejorar el mercado.
«(…) Es culpa de una sociedad que exige triunfar y un sistema educativo que no tiene tiempo para explorar las capacidades individuales».
Quizá el mal que nos ocupa y nos agarrota como sociedad sea estas disonancias, no tan fáciles de descubrir. Una empresaria que diseña un sistema para que la industria audiovisual (que cae dentro del campo del arte) acierte con sus productos creacionales buscando qué le gusta al público para dárselo, pero que es consciente de que la individualidad y los rasgos diferenciadores son un valor que ella misma busca entre sus fichajes empresariales para darle un plus de calidad a su empresa:
“Doy por hecho que, si alguien se presenta a un puesto, tiene las capacidades. Me interesa cómo se comporta, quién es esa persona, qué relación tiene con su familia… Ese tipo de información me aporta mucho más que si ha estado 10 años en la mejor start-up de San Francisco. Porque a lo mejor es un gilipollas”.
Es precisamente lo que difiere de la media, lo que no se ajusta a ella, lo que da valor ya sea a un contable o a una narración. Si Cortázar hubiera seguido escribiendo por campos trillados para ajustar sus ventas a lo que el público le gustaba, nunca hubiera escrito La señorita Cora, un cuento donde se cambia constantemente el punto de vista, que es justo lo que se desaconseja a cualquiera que empiece a escribir narrativa.
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