Queda atrás el día del libro de este año 1 después de la pandemia, celebración que se repite cada 23 de abril promovida por la UNESCO al ser la fecha del fallecimiento de dos insignes escritores: Miguel de Cervantes (en realidad falleció el 22 de abril) e Inca Garcilaso de la Vega, ambos en 1616.
Este afamado día internacional se ha convertido en España en el día en que los políticos dedican unas palabras a los escritores, como quien da una palmadita en la espalda al pariente tonto el día de su cumpleaños.
Por toda la orografía hispana este día se organizan encuentros, charlas, ponencias, conferencias, debates, clases magistrales, coloquios y cualquier otra denominación que alguien tenga a bien elevar a la categoría de evento, pero que no sirven para nada.
Bueno, sirven para que escritores y editores se reverencien unos a otros y se quiten la pelusilla del ombligo. Muy ufanos, nos glosan las bondades del libro, nos recuerdan los beneficios de la lectura, y nos hablan de la felicidad futura que aguarda a quienes, de pronto, se pongan a leer gracias al señalamiento del referido día del libro y a las galas en que se depilan el ombligo todos ellos.
Actúan como si creyeran que de repente alguien que va por la calle, o que va por Internet, se topara con un anuncio, o una noticia sobre el día del libro, y sin más se pusiera a leer, quedando fidelizado al amor de la lectura, convertido en letraherido de por vida.
Mostraré con una frase y con un ejemplo lo desnortados que están todos ellos.
Los anteriores días del libro disputados entre editores, políticos y escritores no han servido para aumentar el censo de lectores conversos. Pero siguen haciendo lo mismo aunque ha quedado acreditado que lo que repiten un año tras otro no mejora en nada la afición patria a la lectura.
En el municipio donde vivo, quienes dirigen el Ayuntamiento han implementado una idea que alguien de su clan trajo de Francia tras un intercambio de esos que llaman hermanamientos. Han pintado unas neveras viejas, las han diseminado por el pueblecito de tres mil habitantes (un pequeño barrio de cualquier pequeña urbe), y nos han dicho que son «intercambiadores de libros». La idea no está mal… ¡en Francia!
Les he respondido en forma de pregunta que no me han sabido contestar: si ponemos trampas para caimanes en Asturias, ¿cuántos cogeríamos?
Pues con los intercambiadores de libros ocurrirá lo mismo. En un pueblo donde el verduleo del nocivo facebook cubre más necesidades culturales de las que realmente tiene la población, ¿cuántos vecinos, y durante cuánto tiempo, van a utilizar esos frigoríficos? En un pueblo donde ni el alcalde lee los informes del interventor, ¿cuántos van a querer leer libros que otros dejan abandonados? Como mucho alguien usará esos electrodomésticos viejos para vaciar su desván. Si deja algún ejemplar valioso será por inadvertencia.
En el ámbito nacional pasa otro tanto. Todas esas charlas y conferencias son como tocar música en casa del melómano. Se agradece la sonatina pero no captará adeptos para una causa que precisa de un esfuerzo discrecional por parte del ignaro.
Seamos realistas y no ilusos: quien no quiere leer no va a leer nunca por más que le hables de aventuras en galeones, idilios tórridos, planetas en otra galaxia, diablos habitando antiguas casas o vivencias deportivas y futboleras… Quien no lee más que los anuncios del metro no va a ponerse a leer por muchas majaderías que diga una mujer que escribe en un programa de radio: «La lectura y la escritura han de ser aventuras intrépidas». Lo dejaré ahí porque ella, toda intrépida, está encantada de haberse conocido.
Todos posan muy satisfechos de su propia valía sin cuestionarse de qué sirve hacer como el gato, que se lame a sí mismo.
Pero cuando nosotros ofrecemos un programa para habituar a la lectura, vemos que A NADIE INTERESA… Uf, nos han dicho, no dará resultados inmediatos… Inmediatos no, a medio plazo sí. Ah…, que nosotros no somos nadie. Que nos tenemos que aliar con alguien que tenga nombre editorial para que fagocite nuestra idea y se lleve todas las palmaditas y también las lamiditas.
Para eso nos quedamos satisfechos de haber testeado nuestra idea, comprobando que ha sido útil. Estamos convencidos de que funcionará en el ámbito estatal porque no precisa de modificaciones.
El año que viene volverán los políticos a publicitarse en el día del libro 2022, que sólo sirve para vender la imagen que escritores y editores tienen de sí mismos (y acurrucarse satisfechos con el balsámico Vicks VapoRub que el político al mando les extiende por el pechito). Hasta el año que viene, genios. Recordad acudir sin caspa en las solapas.
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