Decálogo para escritor estajanovista

24 de mayo de 2020

Me han hecho llegar este decálogo propuesto por Alan Heathcock que consta de 27 consejos para escribir historias. Como todo decálogo que se precie, evita constreñirse a diez puntos y enumera tantos como le hacen falta.

Si bien aporta buenas ideas, la mayor parte de las sugerencias están enviadas al decálogo desde el punto de vista del escritor estajanovista. Si sigues este último enlace sabrás qué pienso de los artesanos estajanovistas que se dedican al oficio de escribir, que alardean de serlo y hacen creer al neófito que la suya es la única forma honrada de escribir.

Yo, si no tengo nada que decir, no me pongo a escribir. Ignoro cuál será la calidad de la historia que puedo llegar a pintar sobre el lienzo blanco de la página, pero he de tener qué pintar en ese lienzo.

El artista pinta cuando le viene en gana. Cuando está inspirado. Cuando tiene algo que pintar. Si se le obliga a pintar, pintará con brocha. Escribir por escribir lo puede hacer cualquiera.

Rula por los mentideros literarios un sofisma que postula que escribiendo un cuento cada semana durante un año, al final se tendrán algunos cuentos buenos bajo la peregrina idea de que es imposible escribir cincuenta y dos cuentos malos seguidos. Me parece un razonamiento paupérrimo.

A quien escribe por obligación —la disciplina, el calendario, y escribir por dinero, son distintas formas de obligación— le va a costar poner lo mejor de sí mismo en cada renglón: ¿cómo forzará la calidad durante los 365 días del año? Y los días que pueda poner su mejor arte, va a estar tan saturado que poco bueno saldrá de tal mejunje mental.

Forzar el estro, retorcerlo, como refiero en la historia del enlace de arriba, no puede traer buenas consecuencias para el artista. Por definición, un estro exprimido deja de ser estro… y el arte de escribir se convierte en el oficio de escribir. ¡Qué tedio!

Quizá vaya con el carácter de las personas. Yo no puedo ser artesano estajanovista, como tampoco nunca he podido levantarme a las cinco de la mañana a estudiar. Prefiero dejarme ser artista… y estar hasta las cinco de la mañana estudiando. Quizá vaya con el carácter de las personas… sé que soy búho antes que alondra.

Siendo artista, por definición también, nunca jamás me he enfrentado a eso que llaman el bloqueo de la página en blanco: si no tengo nada que decir no me pongo a escribir.

Es cierto que a veces han pasado semanas, y hasta completaron meses, sin tener una historia que llevar al teclado. ¿Me voy a desesperar por eso? ¿Voy a creer que nunca más volveré a escribir? Ni necesito escribir para vivir, ni vivo para escribir. No tengo obligación de escribir.

Alipori y grima me da ese chaval treintaitón al que entrevistan tras publicar dos o tres historias… El infeliz se cree escritor serio diciendo cosas como que escribir es una filosofía de vida, que cada día tiene que escribir seis páginas, o quizá diga tres mil palabras, o a lo mejor dice que se encierra a escribir de ocho a catorce, y añadirá muy ufano que no entiende su existencia sin escribir… Qué sandeces… ¿Por qué tengo que leer semejantes majaderías? Tú, chaval, tienes una obsesión. Y las obsesiones son enfermizas… por definición.

Cuando las historias no llegan, tengo más cosas que hacer. Algunas relacionadas con la literatura: leer cuentos de autores consagrados y noveles, leer ensayos sobre el arte de escribir, investigar otras formas narrativas, cotejar estilos, épocas, tendencias, tratamientos de los temas… Incluso escribir artículos de opinión (como éste).

Otras actividades más recreativas y de esparcimiento me sirven de entretenimiento, y me proporcionan el muy importante asueto: la «desconexión» que llamamos ahora… como si fuéramos máquinas.

Este dejar transcurrir acabará trayéndome una historia que ya me librarán los astros de forzar que llegue. Ni siquiera la busco… Cuando llegue la inspiración que me pille pensando, dice el escritor artista.

Y es que cada uno de mis periodos de, llamemos sequía, ha finalizado con la revelación de una gran historia que he escrito. Entiéndaseme en mi falsa inmodestia: una gran historia para mis capacidades, ya sean buenas, malas o quizá mejores que las de muchos escritores autotitulados profesionales que se encierran de ocho a catorce.

Me divierto escribiendo historias que me colmen. Los tres últimos periodos de… quietud escritora finalizaron donde menos lo esperaba con tres de las mejores historias que he escrito (a juicio de mi betalectora): En el centro del infierno, El trote del percherón, y ¿Quién es Erasmo Brotes? Con el aliciente de haberles encontrado títulos que se salen de mi natural querencia a los titulares simples, sencillos y definitorios de un único elemento.

Pero es que me había puesto a escribir sólo para dejar esta idea: si no tengo nada que decir no me pongo a escribir.

No hay comentarios

Los comentarios están cerrados.