Soy plenamente consciente de que los párrafos que siguen servirán para que me acusen de pintar un escenario apocalíptico. Que nadie se confunda: he dibujado un panorama postapocalíptico… El apocalipsis está siendo aquí y ahora.
Empuño el teclado enfadado y avergonzado por lo que estoy leyendo estos días. El gremio de autores (del que me siento parte), pero no sólo escritores, sino todo el tinglado cultural, se atreve a pedir dinero público para salvar sus mamandurrias.
Aún están muriendo españoles con la tragedia de haber puesto en el gobierno a dos descalzaputas impresentables, y estos desaprensivos ya están pidiendo dinero público para mantener sus prebendas.
Que nadie se llame a engaño pensado que peino para un bando concreto. Esta crisis, en España nos ha pillado con los peores políticos posibles. Gentualla bastarda incompetente e incapaz, estómagos agradecidos a un líder egotista, brazos de cartón con cerebros de corcho. No hay nadie en la pirámide de los cien primeros de cada partido con representación parlamentaria que sea capaz de hacer algo sin pedir permiso. Mi pensamiento va quedando reflejado en los microcuentos, no hay más que seguir los del emoticono verde. Por supuesto yo tampoco sabría lidiar con esta crisis, pero por esa razón nunca me he metido en la profesión de los mentirosos: la política.
Después de los 30.000 muertos a que vamos a llegar, vendrá una crisis de tales proporciones que aún no podemos hacernos una idea de la que se nos viene encima. Pero aun así, estos peseteros andan ya pidiendo el dinero de todos nosotros para sus componendas.
Usan sofismas como que sin autores no hay cultura (que es cierto), que sin cultura no hay sociedad (que también es cierto), pero concluyen falazmente que sin autores no habrá sociedad. Que no se apuren que la cultura es consustancial a la sociedad, aunque se trate de una sociedad postapocalíptica. Y la cultura subsistirá. Lo que les duele es que subsistirá sin ellos.
Lo que no va a tener esta sociedad es dinero para paliar el deterioro que supondrá el parón mundial de la economía. A pesar de las inyecciones de dinero público, van a cerrarse empresas, se van perder empleos, y el dinero se va a usar para comprar pan, leche y huevos. Los libros y los discos y las películas no se comen.
Estamos ante una crisis mundial cuyo alcance aún no somos capaces de entender, pero ellos quieren salvar su gordo culo apoltronado y se atreven a pedir el dinero que va a hacer falta para potenciar la agricultura, la ganadería y la pesca para que todos podamos comer. Un dinero que tendrá que apuntalar nuestra flota de transportes para que la comida llegue a nuestros mercados. Dinero que hará mucha falta en la sanidad, que va a quedar muy tocada. Dinero que habrá que inyectar en la educación, pues nos hará falta invertir mucho en educación y en ciencia porque van a ser los niños que ahora están en los colegios los que tendrán que rescatar los jirones que queden de esta sociedad. Y se van a necesitar a los mejores profesores para que les enseñen a convertirse en seres superiores.
Pero estos creadores que sólo son capaces de medir la redondez de su ombligo (onfaloscopia), nos han mandado al actor llorón por excelencia, ese actor que aunque interprete a un maloso con bigote no deja de tener cara de lloroso histrión. Ese actor que aun en las entrevistas que concede da la sensación de lloro permanente. Un actor que incluso desde los vídeos con los que nos bombardea desde su confinamiento muestra su llorona cara. Patético ese tantra místico que el llorón representa al comienzo del vídeo, «Sí, vamos a salir; sí, sí, sí, vamos a salir todos». Quizá crea que enviando sus ondas cerebrales a Ganímedes, rebotarán en la luna jupiterina y regresarán a la Tierra para convertir sus deseos en realidad… Hay que ser un cretino consagrado para embaucar así al público.
Nos han mandado al llorón mayor del reino para que reniegue de un ministro de cultura tan impresentable el infeliz, que el día de su toma de posesión sólo supo decir que era seguidor de unos millonarios futbolistas, y tuvieron que advertirle de que no depositara en el suelo la simbólica cartera ministerial que representaba a un ministerio español. Un personaje bufo de lisos rizos y papitos que sabrá de cabildear en alcobas parlamentarias pero, pobre hombre, ya vimos desde el primer día que de cultura iba escasito. Si su predecesor era sobrio, éste daba imagen de ebrio (ignoro de qué).
El llorón profesional le ha pedido más dinero para la cultura (pero sobre todo para los actores, por supuesto), y lo ha hecho con su cara plañidera.
A lo mejor el señor llorón no se ha enterado bien de dónde estamos y hacia dónde vamos. Se lo explicare con gusto: en el mundo que nos espera, el sencillo gesto de abrir una puerta posando la mano en el pomo puede ser mortal, si no para quien la abre sí para un familiar. Porque este puto virus con denominación de origen puede persistir en diferentes superficies durante tiempos letalmente increíbles, como luego detallaré.
Ni recuerdo qué dice el llorón en su alocución: algo de que necesita comer un pollo. De lo que no parece darse cuenta el llorón gremial es de que él sí va a necesitar del criador de pollos, pero que el criador de pollos no va a necesitar de su última película de maloso llorón porque su prioridad será dar de comer a sus hijos. Y yendo al cine, señor llorón, no se come.
Recomendaría al carota de llorón que volviera a ver El séptimo sello, por supuesto pagando los derechos de autor a quien corresponda, si es que la tiene que visionar en Internet. Y que se fije cómo los titiriteros en medio de la peste que desgarra Europa, no tienen ayudas públicas para todo el arte y la simpatía que derrochan en un mundo hostil. La angelical felicidad de los comediantes (llamados José y María con total intención –Jof y Mia en la versión original–) sólo muestra la gremialidad de quien firma esa obra magistral.
Quizá todos estos llorones que han salido pidiendo un dinero que hará falta para reconstruir un país, el nuestro, que va a quedar muy dañado, harían bien en buscarse un trabajo de los que sí producen. Porque por si no se habían dado cuenta, ellos han vivido muy ricamente hasta ayer del dinero que nos sobraba a los demás. Pero en el paisaje postapocalíptico en que vamos a tener que vivir, el dinero no nos va a sobrar para dárselo a flautistas, titiriteros y saltimbanquis. Que vayan aprendiendo a usar la pala y el azadón para sembrar maíz con el que cebar los pollos que quieran comer.
Es indignante que toda esta patulea de comedores de pollos, que se creen en el séptimo cielo del mundo de la cultureta más casposa, se una para pedir dinero público a fin de irse de romería a ferias y congresos, y para hacer peliculillas y teatrillos, cuando aún no sabemos cómo va a ser nuestra vida después de este apocalipsis. A ver si lo pensamos un poquito: poniendo fin al confinamiento no se habrá terminado la pandemia, y ni mucho menos se habrá erradicado el maldito virus con el que hemos jodido la habitabilidad del planeta para nuestros hijos.
Y el llorón profesional (profesional que vive de hacer la pantomima), con toda su frivolidad de histrión, ante la tragedia de 500 españoles muriendo cada día, tiene la jeta llorona de decir en el vídeo: «Esto empieza a remitir, parece que ya no llueve con tanta fuerza». ¿Es que los muertos los sientes como agua? Si murieran 500 personas en accidentes de tráfico, no ya en un día, sino en un puente largo, la DGT nos quita los coches a todos y cierra las carreteras. Y con razón.
Ahora voy a describir para este llorón mendicante, el mundo en el que vamos a vivir en los próximos años. El que quiera verlo que abra los ojos y mire; el que no quiera verlo que los cierre y meta la cabeza debajo del ala. Empresarios del turismo y del ocio los abren y escudriñan el horizonte. Estos parásitos que anidan en el mundo de la cultura (luego lo explico) prefieren hacer como el mochuelo.
Siempre ha habido personas que ante el gris, se fijan más en lo oscuro. Y otras que ante el mismo tono grisáceo ven mejor lo claro. Ambas son necesarias para tensar la cuerda que nos saque del pozo. Pero los impresentables que aseveran que la boca del túnel es de color rosa deben ser molidos a palos por dañinos. Y enviados a Ganímedes.
Mucho me gustaría que lo que voy a explicar se quedara en un ejercicio literario y no fuera una profecía. En realidad, no quedan pilas para la bola de cristal que heredé de mi abuela y es muy posible que me equivoque («Sí, sí, me estoy equivocando, sí, sí, muy equivocado estoy»; a ver si mis ondas cerebrales llegan a Ganímedes, rebotan, y vuelven a la Tierra frustrando la realidad postapocalíptica que voy a pintar). A partir de aqui me voy a dirigir al llorón de forma directa; pero lo hago como técnica literario-periodística en este artículo de opinión.
Empezaré por la pasión que hace palpitar la almeja (diminutivo de alma) del gordito ministro con rubicundos papitos y rucias capas. Quizá el fútbol tal y como lo conocíamos se haya terminado. ¿Quién va a meter 40.000 personas en un estadio de fútbol? ¿Van a separar a los espectadores cada cuatro asientos? ¿Será rentable sostener estadios cuando su aforo quede mermado a la cuarta o quinta parte? ¿Se mantendrán las vergonzantes nóminas de los astros deportivos? Quien dice el fútbol dice el tenis, la fórmula 1, el boxeo… Congregar a miles de espectadores en un estadio se me antoja que no será posible durante un tiempo.
Las noches de fiesta también serán algo del pasado. Festivales de drogas (sé muy bien de lo que hablo), botellones, fiestuquis y guateques… Un fiestón con 6.000 juerguistas, o una discoteca con 600, lo veo complicado. ¿De verdad hay quien piensa que va a acabar el confinamiento y se van a permitir los conciertos? Alguien me dijo en cierta ocasión que hay tres cosas que mueven el mundo: sexo, dinero y estatus. Si el sida ya había complicado las noches de búsqueda de pareja sexual ocasional, este maldito virus lo va poner aún más difícil. Ah… todos uniformados con mascarilla.
Sí que la juventud, aventurera y atrevida, seguirá reuniéndose para ligar, beber y drogarse (a ver si ahora las drogas son cosa de las películas) y atraparán el virus, que te recuerdo señor llorón que va a seguir ahí fuera. Y muy posiblemente esa juventud, dada su lozanía, sean asintomáticos durante su infección. Pero quien tenga en casa un abuelo medicado con Sintrom, un padre hipertenso, una madre diabética, o un hermanito asmático, se lo va a pensar mucho antes de volver con el virus a casa. A lo mejor tiene que ocurrir cinco o seis veces. Pero nos informarán puntualmente y todos salvo los desaprensivos acabarán pensándoselo.
Continúo rebajando el aforo de las reuniones.
Ferias del libro y congresos de escritores también concitan a muchas personas que caminan hacinadas visitando casetas, estands y autores. Por cierto, se acabaron las autofotos con el autor. Y ambos con mascarillas, ¿quién las va a querer?
Cines, teatros y auditorios… Un espectador cada cinco asientos. Seguro que lo ves rentable, lloroncete… con inyección del dinero público, por supuesto. Pero entre las rayas que hace la bola de la abuela veo un tío tosiendo en un palco y a toda la sala salir corriendo. Bueno, ahora que se aclara un poco la bola, veo que para entrar se toma la fiebre a todos los asistentes, provocando colas quilométricas. Espera, que parece que se aclara la imagen un poco más… Están exigiendo un certificado de haber pasado la infección y de estar inmunizado. Al final vas a tener suerte e igual tienes media entrada. Las personas mayores, la mayor parte de las que acudían al teatro, no se la van a jugar. Verán una peli en casa y santaspascuas. O jugarán al parchís con los nietos… O a las siete y media.
Pero recuerda que se van a perder muchos empleos, y los empresarios también van a perder muchas oportunidades de negocio. No va a haber dinero para cines, circos, teatros, fútbol, conciertos… Claro, claro, que ya lo habéis previsto y por eso pedís que el Estado os dé el dinero que es de todos los españoles. Eso tiene nombre… Apuesto a que lo sabes.
Las presentaciones de libros de 10 a 100 personas van a depender del número en que el Estado limite nuestro derecho de reunión por el bien común. Una presentación de diez o doce personas en una librería de barrio puede ser un foco de infección. Este vídeo te lo va a explicar, que a lo mejor en tu casa no ha llovido esta información y por eso dices que esto está remitiendo. Si para ti remitir es que mueran 400 españoles al día en lugar de 500, pues igual sí está remitiendo. En Asturias llaman babayu a quien diz babayaes.
Por cierto, estamos viendo estimaciones de lo que el virus puede pervivir en el cartón y en el papel (es un decir, porque un virus no es un ente vivo según lo que se considera vida con los actuales estándares científicos). Según las condiciones de calor y humedad ambiente (pdf) parece que puede ir de varias horas a unos días. ¿Seguiremos yendo a hojear y ojear libros a una librería tan alegremente como hacíamos hace un mes? ¿Y comprarlo para llevar el virus activo a casa? Habrá que entrar con mascarillas, llevar guantes que desecharemos al salir… Y todo eso tiene un costo, sin olvidar la contaminación del residuo, con ya siete islas de plástico en los océanos donde esos desechos se aglutinan coincidiendo con los grandes giros oceánicos.
Quizá este nuevo paradigma librero signifique un paso decisivo hacia el formato digital, el tan temido coco de la industria editorial. La puntilla para los libreros de barrio, honrados y sabios emprendedores. Y tú pensando en comer tu pollo…
¿Pedir un libro por Internet? Para meterlo en una bolsa y tenerlo en cuarentena tres o cinco días por si viene con regalito vírico.
Huiremos del cartón de toditos los envases, incluidos los de los medicamentos. Y del papel que se mueve en todas las Administraciones públicas: permisos, instancias, solicitudes, certificados…
Sigo disminuyendo el aforo un poquito más… Los bares, con el aforo limitado al 25%, como ahora el de los autobuses, ¿serán rentables? ¿Y las terrazas? Donde antes había tres mesas ahora habrá una. Y consiguientemente los impuestos por ocupación de vía pública con terrazas tendrán que recortarse, pues un metro cuadrado ya no producirá lo que antes. ¡Uy lo que he dichoo…! Si bajan los impuestos no habrá dinerete público que repartir entre los improductivos y noctívagos seres de la farándula…
Y hablando de impuestos hosteleros hablemos del turismo internacional. Sencillamente se acabó. Como me decía un hostelero la semana pasada: el turismo internacional se irá a tomar por culo porque habrá tres barreras. (1) La crisis que asumirán en el país de origen del turista, que ahora tendrá menos dinero. (2) España se ha posicionado como uno de los peores destinos por la pésima gestión sanitaria de nuestro gobierno. (3) La reticencia de los españoles a que vengan alemanes, ingleses, italianos, franceses, y nos traigan otra cepa del virus.
Sin turismo internacional no entran divisas, y nuestro Gobierno también ingresará menos. Y tú, llorador profesional, pidiendo dinero del pueblo para comerte un pollo sin haber dado un palo al agua. ¿Te vas dando cuenta de la situación? ¿Te va entrando la vergüenza?
Aún se desconoce cuánto dura la inmunización del que ha estado contagiado. Quizá sea para dos o como mucho tres años. Las cepas cambian, y este virus ha venido para quedarse entre nosotros como la gripe. Pero su número de contagio es 2 y el de la gripe 1,3. Mira el vídeo de arriba (enlace en rojo), que me parece bien documentado, y deja de llorar pidiendo nuestro dinero.
O empieza a llorar porque te lo decía al principio: el mundo tal y como lo conocíamos se ha terminado, y tú y tus coleguitas lloráis y pedís el dinero del pueblo para mantener vuestros chiringuitos, vuestra forma muelle de vivir. Por no decirte que pedís dinero para seguir viviendo en un mundo que, mucho me temo, ya no existe. Se acabó el mundo tal y como lo conocíamos.
Ni siquiera sabemos qué escenarios y panoramas nos esperan este mismo verano, porque hasta lo más nimio de lo que hagamos ahora, y de lo que no estamos haciendo, influirá en ese futuro escenario sin posibilidad de reversión. Los transportes públicos que movían grandes masas en las grandes urbes: metro, tren, bus… Medios de transportes que se utilizan para acudir al estadio, al estreno, a la reposición, al concierto… Me temo que también eso forme parte del pasado. Sí, sí, es posible…, es posible que todos acudan con una especie de escafandra… Porque acaban de decirnos que el virus permanece unos minutos en el aire, y que hay que proteger también los ojos… ¿Sigues queriendo el dinero de los españoles para comerte tu pollo? Porque todos esos equipos tienen un coste…
Mejor buscáis, tú y tus coleguitas de profesión, alguien que os enseñe a fresar (no, no es plantar fresas, sino labrar piezas metálicas con la fresa que hay en todo taller siderúrgico), a cultivar, a mezclar la argamasa, a cavar zanjas, a conducir tráileres, a echar las redes y a izarlas… Y aprended de qué se alimentan los pollos, porque en un momento dado igual no hay pollos para vosotros y sí para las familias del campo que no necesitan flautistas y titiriteros que les lleven el virus al pueblo… Perdona que insista, pero deberías visionar El séptimo sello y fijarte en la escena donde los lugareños lanzan bostas a los actores.
El campo, la siderurgia, la pesca, las minas, la construcción, la sanidad, la educación… todo eso está antes que la cultura. Estamos ante lo nunca imaginado: ertes para futbolistas archisupermegafamosos hasta en la taiga, que se van a ir al paro porque ya veremos cuándo pueden volverse a reunir veintidós tipos –y toda la comparsa que les acompaña– con garantías de no volver ninguno, ni actores ni comparsas, con la nueva cepa a su ciudad.
Ahora nos decís que la cultura es de todos cuando hasta hace treinta días nos cobrabais por poner la radio en la barbería, por hacer fotocopias de un poema, por grabar una canción en el teléfono. Ahí están las facturas que hemos pagado en concepto de cánones al comprar una impresora, una táblet, un ordenador, un pendrive, un smartphone, y os repartíais el botín en vuestras boyantes sociedades de derechos: música, cine, literatura… Queríais cobrar a las bibliotecas públicas por prestar cultura, y sablear a las librerías de viejo por revender un libro del que ya habíais cobrado vuestras regalías. Y a la televisión pública por reponer una película que ya el Estado (o sea nosotros) os subvencionó. Eso ha tenido nombre siempre, y tú, llorón, lo conoces; pero en el mundo de abundancia en el que vivíamos no le dábamos importancia y decíamos: «¡Bah!, para los titiriteros que nos hacen reír el dinero que nos sobra, pobrecicos».
Me dirás que en otras épocas también se sufrieron pandemias y hambrunas y salieron adelante. Pero aquellas gentes estaban endurecidas por un trabajo manual diario. Y sabían coger un pollo y retorcerle el pescuezo, o cortárselo sin más. Zas, y el pollo a veces salía corriendo descabezado dejando un reguero de sangre acá y acullá. Pero nuestra actual sociedad de glotones y vagos subvencionados, donde se mira antes para los perros que para los niños, lo hemos visto con los decretos de los dos Picapiedra –Pedro Jetapiedra y Pablo Carademármol–, no está endurecida para sobrevivir a una peste como la que tenemos entre nosotros. Una sociedad que ateta niños cuarentones que si asistieran a la escena del pollo descabezado precisarían asistencia psicológica.
Yo también creo contenidos, cuentos y artículos. Quizá mi producción no tenga la calidad que tiene la de un autor con velero en el puerto; o quizá tenga buena calidad y aporte bastante a la cultura. Como aportan los jubilados de mi pueblo, que representan obras de teatro para los vecinos, obras que llevan ensayando con pasión durante meses. Cultura habrá, pero sin vosotros, banda de comedores sobrealimentaos, que no se encuentra un actor flaco en España salvo que esté enfermo.
Los que somos pueblo llano y no jet set ni personajes vips, vamos a apreciar el esfuerzo de escritores, pintores, músicos y actores que nos son cercanos. No vamos a necesitar saber de qué va la última producción cinematográfica.
Por cierto, en un set de rodaje, ¿cuántos os juntáis? A lo mejor las nuevas normas laborales prohíben tal aglomeración de trabajadores en un espacio acotado y cerrado. Beowulf está filmada con actores digitalizados que ni siquiera tenían que coincidir en los estudios. Quizá sea el futuro del cine. Y al final ni actores comepollos serán necesarios.
Te decía que viendo a los jubilados del pueblo reponer Eloísa está debajo de un almendro, mi sed de cultura quedará satisfecha, entre otras cosas porque no podré permitirme pagar algo que no alimenta a mis hijos… Y sabes una cosa… encima los jubilados lo representan gratis y sin tantas exigencias. Además les puedo invitar cualquier día a un café, porque andan por las calles de mi pueblo. Y no son divos que piden dinero del pueblo para mantener su canonjía.
Señor llorón, podría estar disertando ante el teclado bastantes párrafos más, pero como creo que eres listo, habrás captado el mensaje.
Si tu arte lo voy a tener que pagar quedándome sin mascarillas, si mis vecinos van a perder sus empleos porque te han dado a ti el dinero, si voy a tener que cocer piedras para el caldo de mis hijos… te digo alto y claro que no llores porque desaparezca la cultura pues los del pueblo llano la volveremos a crear sin vosotros y sin tener que pagaros peajes imposibles en un mundo postapocalíptico.
Porque vosotros no representáis la cultura. Os habéis arrogado la representación de la cultura. Pero ahora, cuando llegan tiempos duros, vuestras volteretas y volatines no le hacen falta al pueblo.
Yo también creo contenidos te he dicho antes… y los regalo. En este blog tienes algunos de mis cuentos. Somos muchos los autores, creadores de contenidos y actores que venimos generando cultura gratis desde siempre: somos la sólida base de la pirámide que es la cultura. Quizá ahora lectores ávidos, compulsivos, compren nuestros libros baratos. Pero compaginamos con nuestra producción cultural un trabajo productivo, aunque no da para velero en el puerto. Y gratis no es sinónimo de malo, ni siquiera de mediocre, como profesional tampoco es garantía de calidad.
Y hablando de escenarios y panoramas postapocalípticos, impagable el volumen editado por los amigos de Valdemar: Paisajes del Apocalpisis. Edición muy cuidada, con tapa dura y unas dimensiones que lo convierten en un gran regalo (o autorregalo).
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