Me gustan los cuentos crudos (es algo ineluctable), y entre ellos destacan los cuentos de frontera. Ha llegado el momento de definir este tipo de cuentos a fin de saber dónde buscarlos.
Es obvio que esta temática cuentística va a darse en lugares fronterizos: un cuento que transcurra a lo largo de una frontera artificial va a ser necesariamente un cuento de frontera. Es posible que se nos relate el comercio que existe entre batalla y batalla, o el cruce ilegal de la frontera en tiempos de paz… La vida fronteriza, en resumidas cuentas.
Pero quiero entender los cuentos de frontera en un sentido lato. No hace falta una línea dibujada sobre un mapa para encontrar cuentos fronterizos.
Mejor defino qué entiendo por cuentos de frontera.
Son cuentos de frontera aquellas narraciones donde confluyen y se confrontan dos culturas o dos civilizaciones en un espacio determinado. El choque al que abocan diferencias culturales, socioeconómicas y de otra índole, suele reflejarse de forma descarnada en estos cuentos, aunque no es obligado que se nos relaten siempre enfrentamientos y luchas.
Encontraremos muchos cuentos de frontera entre los cuentos bélicos de cualquier época (la invasión, las batallas, la expulsión) y entre los cuentos del oeste. Historia típica en los cuentos del Far West son las incursiones de los indios en territorios ocupados por los colonos para saquear, violar, matar y raptar.
Encontramos también cuentos de frontera en la ciencia ficción, cuando frican entre sí dos razas, habitualmente humanos y alienígenas. Claro ejemplo puede ser Enemigo mío, de Barry B. Longyear, aunque es más una novela corta. Recordemos por un momento la Cantina de Mos Eisley (Star Wars), donde van a coincidir vividores, contrabandistas, tahúres, buscavidas y cazarrecompensas, personajes que se mueven en su salsa en los ambientes portuarios, que casi por definición son puestos fronterizos.
Entran igualmente en mi consideración de cuentos de frontera aquellos cuentos en los que se retrata la vida del hombre civilizado luchando contra la naturaleza salvaje. A este tipo de cuentos pertenece Encender una hoguera, de Jack London, o Los desterrados de Poker Flat, de Bret Harte, cuyos escenarios son las montañas del Lejano Oeste y los territorios del Yukón. Muchos cuentos de Horacio Quiroga que transcurren en la selva misionera son cuentos de frontera: A la deriva, El hijo o El hombre muerto, son buenos ejemplos. También los cuentos de Varlan Shalámov, que ocurren en el país helado de Kolimá, en la taiga siberiana, como De noche, muestran la vida del hombre civilizado enfrentado a condiciones adversas.
Con el fenómeno de la globalización quizá podríamos clasificar como cuentos de frontera las historias que se enmarcan en un territorio interior cuando reflejan el encontronazo entre dos culturas que se diferencian en raza, religión, idioma, creencias o hábitos y formas de comportamiento. Quizá a los gazmoños les sea complicado aceptar estas historias como cuentos de frontera, pero no dejan de reunir las características citadas de cruce, choque o fricción de culturas en un espacio dado.
Aceptando lo anterior, entre los cuentos de autores exiliados (y mi país, España, ha exportado muchos durante el segundo cuarto del siglo XX) encontraremos también algunos cuentos de frontera.
Permíteme insistir en que no siempre han de ser historias crudas y descarnadas las que nos cuenten los cuentos de frontera.
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